Veinte años después, la banda celebra el disco que, en medio de la adversidad, se convirtió en un clásico eterno.
El 2004 fue un periodo de sombras y luces para el rock argentino. El panorama musical, que se había posicionado con una fuerte identidad en la escena local nacional, atravesó un punto de quiebre el 30 de diciembre de ese año, cuando el incendio en el boliche Cromañón, originado por una bengala durante el recital de la banda Callejeros, cobró la vida de 194 personas. Este evento no solo marcó un golpe emocional en el público y la industria, sino que también obligó a reflexionar sobre la seguridad en los escenarios, la relación con el público y las dinámicas de un género que parecía tambalearse en medio de la incertidumbre.
Sin embargo, en medio de este panorama de desasosiego y pérdida, surgieron historias de resiliencia que demostraron que el espíritu del rock seguía vivo, y Los Tipitos fueron una de esas historias. Con el lanzamiento de Armando Camaleón en el mismo año, la banda logró resurgir como un símbolo de renovación y esperanza en un momento donde la confianza en el género se tambaleaba. Fue así como temas como “Brujería”, “Campanas en la noche” y “Silencio” comenzaron a conquistar el aire de las radios en todo el país. Hoy, dos décadas después, estas canciones siguen manteniendo su fuerza y vigencia como clásicos indispensables del rock argentino.
Veinte años después de aquel momento crucial, Willi Piancioli (teclado y voz), Raúl Ruffino (guitarra y voz) y Federico Bugallo (bajo) celebran este aniversario con una serie de homenajes que reafirman su lugar en la historia musical del país. La conmemoración incluye el documental De la calle al Gran Rex (2024), una exploración detallada sobre el origen de aquel álbum, con entrevistas a figuras como León Gieco, Abel Pintos y Pablo Guyot, el productor responsable del sonido que definió una época. Además, la banda ofrecerá un concierto especial este sábado 14 de diciembre en el escenario del Teatro Vorterix, un encuentro para revivir y compartir canciones que forman parte de su carrera.
Después de 30 años de trayectoria, ¿cómo se sienten al mirar hacia atrás y ver todo lo que vivieron juntos?
Willy: Creo que estamos en un momento en el que realmente disfrutamos y valoramos lo que hemos construido: 30 años de banda, que no es poca cosa, es muchísimo. Le damos el valor que merece porque sabemos todo lo que implicó llegar hasta aquí. Ha sido un camino marcado por mucha convivencia, momentos difíciles y crisis como grupo, así como por distintas etapas creativas. Hemos experimentado con diferentes productores, trabajado sin productores, lanzado discos por nuestra cuenta, pasado por el respaldo de una compañía y también decidimos alejarnos de ella.
Todo esto nos hace mirar nuestro recorrido con cariño, incluso con ternura hacia quienes éramos hace 30 años. También somos conscientes de la dosis de suerte que es necesaria en la vida. Hubo momentos en los que estuvimos al borde del fracaso o enfrentamos situaciones adversas. Sin embargo, al observar todo ese trayecto, sentimos que el balance es positivo. Estamos bien, seguimos queriéndonos, disfrutamos hacer música juntos y eso se nota. Es maravilloso saber que hay gente ahí esperando algo nuevo de nosotros, ya sea una canción o cualquier proyecto. Tener ese respaldo del público es un motor muy especial.
¿Qué es lo que los sigue uniendo hoy en día, más allá de la música y de la historia compartida como banda?
Federico: Lo que nos sigue uniendo hoy en día es, sin duda, todo el recorrido que compartimos: nuestra historia, ese bagaje acumulado a lo largo de los años, y también la estabilidad que logramos como banda, tanto en lo económico como en lo logístico. Tenemos una infraestructura que funciona sola, en la que nos sentimos cómodos y más que eso, realmente bien.
Sin embargo, hay algo más profundo, algo que nos conectó desde el principio y que es difícil de definir, como una especie de magia. Esa misma magia que Raúl describía con tanta claridad, y que, al escucharlo, me hace pensar en cómo algo nos unió desde el comienzo y nunca permitió que nos separáramos. Creo que, en esencia, es la música. Nos conocimos prácticamente sobre un escenario, y recuerdo claramente esa primera sensación de asombro: "¡Qué bien sonamos! ¡Qué bien tocamos juntos!". Esa chispa sigue siendo el núcleo de lo que somos.
Aunque los chicos tocan muy bien individualmente, yo sentía que no era solo el talento de cada uno, sino que sucedía algo especial cuando nos juntábamos. Creo que esa conexión es clave. Y así fuimos superando las adversidades, tocando siempre, creando canciones que, sin importar lo difícil de las circunstancias, nos hacían felices. Incluso en medio de una sudestada, quedándonos varados con el auto fundido o enfrentando una sala casi vacía con solo tres personas, ese sentimiento compartido nos mantenía unidos, aunque a veces pareciera que todo estaba perdido.
Recuerdo cuando grabamos nuestro primer disco con Emi, que nos avisaron que estábamos afuera del catálogo, que no nos darían más discos ni apoyo. Cada vez que nos encontrábamos en esos momentos difíciles, solíamos reunir fuerzas para salir a tocar a lugares como Plaza Francia, por ejemplo.
Cuando empezábamos a soñar ahí, éramos felices. Y creo que esa misma sensación sigue pasando hasta hoy, lo que es lo que más nos une. A veces siento que es una cuestión de destino o de magia, pero al final, la música fue lo que nos unió y lo que nos mantiene juntos.
¿Cómo creen que la tragedia de Cromañón impactó en la transformación del rock nacional, tanto en su manera de ser escuchado como en las propuestas musicales que surgieron después?
Federico: El rock nacional se encontraba en el foco de todo eso, siendo como la marquesina de lo que había ocurrido, algo que ni siquiera se había vivido en estadios de fútbol u otros sucesos similares. A nivel general, se empezaron a cerrar todos los espacios donde se solía tocar música en vivo. Hubo una reacción muy fuerte ante esta situación, una especie de sobrerreacción a lo que estaba pasando.
La pregunta era: ¿en qué iba a terminar todo esto? De repente, dejaron de existir los lugares para tocar, los fletes se quedaron sin trabajo, los bolicheros, los bares y todos esos espacios donde funcionaba el rock se vieron vacíos y sin movimiento. Fue una sensación muy fuerte, un vacío inesperado. En ese momento, algunos nos juntamos a hablar con Alberti. Recuerdo que Raúl siempre decía algo muy claro: "Uno nunca sabe en qué van a desembocar estas cosas". Y, efectivamente, fue un momento de cambio. Se percibió que algo había cambiado en la corriente musical.
Ese cambio hizo que el rock nacional se empezara a escuchar de otra manera. Surgió una especie de corriente alternativa que comenzó a relacionarse con el concepto de agitación, con los estadios y con nuevas formas de entender el género. Contrario a lo que muchos pensaban —que la tragedia sería el fin del rock—, empezaron a surgir nuevos grupos y nuevos mensajes que le dieron un giro al panorama musical. Estas nuevas bandas comenzaron a experimentar con otros estilos, otras melodías, otras búsquedas, y todo eso fue transformando el escenario.
Mientras todo esto sucedía, nosotros estábamos trabajando en ese disco que Willy describió como nuestra "escuela". Era una propuesta diferente, algo que no habría encajado siete u ocho años antes en el panorama musical. Todo este cambio estuvo marcado no solo por lo que ocurrió en el contexto de esa tragedia, sino por el surgimiento de un nuevo enfoque creativo que permitió un giro en el sonido y en la forma de interpretar el rock. Se transformó en algo mucho más flexible, un cambio que resonó en muchos otros discos y propuestas musicales de ese tiempo.
¿Cómo vivieron ese momento de transición en el que el éxito de Armando Camaleón les permitió soñar con vivir de la música?
Raúl: Me generaba una mezcla de vértigo y emoción, como esas mariposas en el estómago, escucharte decir "acá estamos". Me recordó a cuando Pergolini nos preguntó: "¿No les da vergüenza que toda la ciudad esté empapelada con sus caras?". Lo dijo una vez cuando presentábamos el disco en el ND. Era esa sensación de vértigo, de estar frente a algo grande, de pensar que quizá estábamos empezando a tener posibilidades nuevas, como irnos a vivir solos.
En ese momento, nuestras vidas estaban tomando forma, justo cuando surgió Armando Camaleón y el éxito empezó a tocarnos. Ese éxito, ligado a las modas, nos abrió puertas que nunca habíamos imaginado. Estábamos descubriendo que podíamos vivir mejor, que podíamos vivir de la música. Era un sueño cumplido, emocionante y transformador. Siempre habíamos perseguido la idea de vivir de esto, de hacer música sin distracciones, y finalmente lo estábamos logrando. Por lo menos, para mí, fue algo muy fuerte.