
Desde temprano, las calles de Parque Patricios se transformaron en un verdadero carnaval rockero. Cientos de banderas colgaban de los paredones y rejas del barrio, mientras grupos de amigos y familias enteras caminaban rumbo al estadio entonando estrofas de La Renga como si fueran mantras. El humo de los choripanes flotaba en el aire helado y se mezclaba con el aroma a vino tinto que corría de botella en botella, pasándose de mano en mano entre desconocidos que compartían algo más que una entrada: compartían una misma devoción.
A lo largo de Avenida Colonia, los puestos improvisados de merchandising, las parrillas caseras y los parlantes al mango daban vida a un nuevo banquete que La Renga ha sabido sostener a lo largo de décadas. La previa no es un detalle menor en sus conciertos: es parte del espectáculo, un acto colectivo de resistencia y celebración. Y en este regreso a Capital después de ocho años, esa liturgia fue más fuerte que nunca.
Con “Tripa y corazón” como apertura, el show arrancó pasadas las 21.15. Desde el primer acorde, se respiraba esa comunión sagrada que La Renga logra con su gente. Le siguieron “Buena ruta hermano”, “El ojo del huracán” y una catarata de clásicos y rarezas que dejó a los fanáticos con la sensación de estar presenciando algo más que un recital.

Uno de los momentos más celebrados de la noche fue la aparición de canciones menos habituales en el repertorio como «Llenado de llorar” o “Masomenos blues”, que desataron la ovación de las tribunas. Entre joyas escondidas y clásicos infaltables, La Renga navegó con soltura entre distintas épocas de su discografía. La emoción fue colectiva y palpable: la voz rasposa de Chizzo, el fuego inalterable de Tete y Tanque, y los vientos certeros de Manu Varela se encargaron de sostener un show vibrante, poderoso y, sobre todo, profundamente sentido.
La lista fue extensa y poderosa. Hubo lugar para himnos inoxidables como “Detonador de sueños”, “El final es en donde partí”, “La razón que te demora”, “La balada del diablo y la muerte” y el ya clásico “Hablando de la libertad”, que se coreó como una declaración.
Pero si hubo un punto álgido, fue “Panic Show”. Previo a esta canción, la banda había tocado su más reciente lanzamiento: “Hay un tirano que es para vos”. En ese instante, Chizzo soltó una frase cargada de ironía: “Hay un tirano que me robó el león”, mezclando intencionalmente el título de su nuevo tema con la imagen más reconocida del presidente Javier Milei. Inmediatamente agregó un “perdón, me confundí”, entre risas cómplices, y dio paso al icónico “Panic Show”, canción utilizada durante la campaña presidencial del actual mandatario.
El regreso de La Renga a Capital Federal no fue solo un evento musical: fue un acto político, cultural y emocional. En un contexto social complejo, la banda reafirmó su papel como portavoz de una parte del pueblo que no se resigna, que aún resiste, que encuentra en la música un refugio y una trinchera.

En la tercera y última noche en Huracán, La Renga demostró que sigue siendo un fenómeno popular, autónomo y comprometido. A pesar del frío, el fuego no se apagó. Porque mientras haya rock, bandera y libertad, habrá La Renga.