
Mi tía decía que algunos nacen con el destino escrito en el almanaque, que hay fechas que no son casualidad, sino señales que el tiempo nos ayuda a entender. Como Dalmiro Sáenz, que vino al mundo un 13 de junio, el Día del Escritor, o Patricia Sosa, que nació un 23 de enero, el Día del Músico en homenaje a Luis Alberto Spinetta. Hay fechas que no se eligen, sino que, más bien, nos eligen. Y hoy, en el Día Mundial de la Poesía, no es una casualidad que estemos conmemorando lo que habría sido el 79° cumpleaños de Miguel Ángel Peralta, conocido como Miguel Abuelo. Porque antes que músico, antes de ser una leyenda del rock nacional, fue, sobre todo, y como él mismo solía describirse, un poeta.
Pero él no era un poeta de escritorio, de tinta ordenada y versos medidos. Su poesía era de barro y de fuego, nacida en las cárceles de Ibiza, en los techos de Buenos Aires y en los bares bohemios de París. Su vida fue un verso libre. Nació en Munro, un suburbio que lo acogió en su intemperie. No tuvo la cuna de los privilegiados, pero sí la imaginación de los que sueñan despiertos. El destino lo llevó a un orfanato y, más tarde, de regreso con su madre. La calle lo educó en el arte de la supervivencia, vendiendo sandías, repartiendo bidones, siendo cartero, abriendo telegramas ajenos con la pretensión de que solo los mensajes importantes merecían ser entregados.
Devoraba los libros de autores como Roberto Arlt y Julio Cortázar, mientras pasaba gran parte de su tiempo rodeado de personajes adictos y figuras delictivas. Hasta se aventuró en el boxeo, una disciplina que parecía ofrecerle una salida, aunque su destino tomaría otro rumbo. A los 20 años, ya se perfilaba como el líder de los Los Abuelos de la Nada. El nombre de la agrupación, nacido de su mente inquieta, estaba inspirado en el escritor Leopoldo Marechal y su frase "Padre de los Piojos y Abuelo de la Nada", una mezcla del surrealismo y la búsqueda de significado que lo rodeaban constantemente.
La historia del grupo toma forma un verano en la Ruta 2, cuando Miguel conoció a Pipo Lernoud, un encuentro que marcaría el inicio de su carrera musical. Aunque no era músico, se metió en el mundo del rock sin comprender del todo las reglas del juego. En una época de euforia cultural en la ciudad, entre la Cueva y la Perla, el artista (aún no artista) se presentó ante las grandes figuras del movimiento. Fue Ben Molar quien le dio el empujón necesario para dar su primer gran paso: la formación de uno de los grupos más importantes del país. En los primeros días, la banda grabó algunos sencillos, con una formación que incluía a Pomo en la batería y a Claudio Gabis en la guitarra. Más tarde se incorporó Pappo, y comenzaron a moldear su identidad.

Era un hombre que vivía al margen, tanto de las instituciones como de las propias expectativas. Las tensiones entre su genio creativo y su naturaleza volátil lo hicieron caer y levantarse una y otra vez. Las luchas con las drogas y el alcohol, las peleas con sus propios compañeros de banda, los momentos de gloria seguidos de abismos, hicieron de él un personaje casi mítico. Su llegada a Europa, en busca de un lugar donde su alma pudiera descansar, no fue más que una prolongación de su constante fuga. Allí, vivió una existencia de exilio voluntario, alejándose de todo lo que representaba el "éxito" mientras buscaba un refugio en el amor, en la amistad y, obviamente, en la poesía.
Aunque su paso por la escena internacional no fue tan célebre como el que tuvo en Argentina, sus trabajos en Europa, particularmente el disco Miguel Abuelo et Nada, pasaron a formar parte de la mitología del rock nacional. No fue necesario el reconocimiento masivo; su arte se encontraba con aquellos que sabían escuchar más allá de las apariencias, más allá de la fama. Durante su estadía en el Viejo Continente, vivió episodios que marcarían su vida, como su arresto en 1979 en España, acusado de un robo que nunca fue comprobado. Aunque fue liberado por falta de pruebas, su situación de indocumentado llevó a su deportación.
A su regreso al país, en la década del 80, se rearmó con una nueva formación de Los Abuelos de la Nada, la que incluiría a Andrés Calamaro, quien se sumó como tecladista y vocalista. La banda se afianzó con la llegada de Daniel Melingo, un joven saxofonista que había tocado junto a Milton Nascimento, acompañado por Gustavo Bazterrica, guitarrista de La Máquina de Hacer Pájaros y Spinetta, y Polo Corbella en la batería. La química entre los chicos, sumada a la presencia de Charly García como productor del primer álbum, dio inicio a una etapa dorada para la agrupación. De hecho, la notoriedad llegó rápidamente con “Sin Gamulán”.
En 1984, alcanzaron su cima con Vasos y Besos, un disco que los consagró a nivel masivo, especialmente gracias a “Mil horas". Sin embargo, las complicaciones dentro del grupo comenzaron a hacerse evidentes con la salida de varios miembros, incluida la de Calamaro. A pesar de los cambios, Miguel Abuelo continuó adelante con una nueva formación, lanzando su último álbum, Cosas mías.
A medida que los rumores sobre su salud se intensificaron, decidió retirarse de los escenarios. El 26 de marzo de 1988, a los 42 años, falleció debido a complicaciones derivadas del VIH, una enfermedad mal diagnosticada y rodeada de desinformación en esa época. Con su partida, la música argentina perdió a un poeta, un creador, un soñador que, aunque silenciado, sigue dando de qué hablar casi cuatro décadas después.