
Hay caminos que se transitan con la convicción y la seguridad de lo ya conocido, pero también existen aquellos que demandan un salto al vacío, una renuncia, una piel que se deja atrás. Tomás Fares sabe de ambos. Su historia comenzó por un fuerte amor por el jazz, que lo llevó a compartir trabajos con referentes como Pedro Aznar y Nahuel Pennisi, y a plasmar su pasión en dos discos que homenajeaban al género: Refugio (2014) y Templanza (2019). Pero todo amor, por más intenso que sea, también puede transformarse. Ahora, con El Extraño, su obra "más personal", el artista suelta las riendas de su pasado jazzístico y emprende un viaje musical distinto, uno donde la voz y la guitarra toman el protagonismo.
El piano, su fiel compañero de tantos años, queda en un segundo plano. En este tercer disco, las canciones surgen de historias que aguardaban su momento para ser contadas. De hecho, nació en la soledad del confinamiento, en Trenque Lauquen, la ciudad donde pasó su infancia y adolescencia. Entre el silencio y la introspección, las melodías empezaron a cobrar vida. Ya en Buenos Aires, el proyecto tomó forma definitiva con la colaboración de músicos como Guille Salort, Francisco Alduncin, Julián Gallo, Damien Poots, Tomás Sainz y Sergio Wagner.
Las semillas de la creación
Para Fares, la inspiración se manifiesta de manera orgánica. “La naturaleza es una gran fuente. Estar solo me lleva a reflexionar, a estar callado, a percibir con detalle mis pensamientos y emociones. Muchas veces, desde ese estado, aparecen frases que toman sentido y que inspiran una cadencia, un mood emocional, y de ahí nace una canción”, explica. Sin embargo, no se trata de un proceso predecible. La chispa creativa puede encenderse con una conversación entre amigos, una película que lo atraviesa o el simple acto de ensayar con otros músicos.
Su amor por la música tiene raíces familiares. En su casa, el arte era un idioma cotidiano. Su madre, pianista clásica y cantante, y su padre, amante de la música con una gran colección de cassettes, sembraron en él una pasión que creció con el tiempo. “Había de todo: música clásica, Pink Floyd, Yes, Chicago, Peter Gabriel, Queen, Beatles, Sting, Joe Cocker, Pat Metheny, Lito Vitale, Serú Girán, Spinetta. Un catálogo enorme de mundos musicales que exploré desde chico”, recuerda. Entre los juegos con su hermano y la formación de su primer grupo, Calcedonia, la música se volvió su destino inevitable.
"De chico sabía muy bien que quería ser músico, me imaginaba de grande y me daba adrenalina pensarme componiendo mi música, tocando con buenos músicos, pudiendo hacer música que hiciese tan bien a otros como a mi me hacía sentir algunas músicas", asegura.
El jazz: un amor que muta
¿Qué fue lo que te atrapó del jazz?
El Jazz fue el lugar que más me llamó la atención de chico, el aprendizaje de lo que se puede hacer con un instrumento, de conocer la música, de aprender a improvisar, conocer que tan lindas notas puede haber en cada acorde, de aprender y sobre todo de escuchar mucha música más que de ponerme a tocar. Lo que más disfrutaba era escucharla. Y cuando tocaba me daba cuenta de todo el espacio que había entre lo que podía tocar o cantar yo y lo que escuchaba de gente como Keith Jarrett, Bobby Mc. Ferrin, Sting, Spinetta, Charly; todo me parecía música increíble con distintas personalidades y distintas temáticas pero todas con el mismo valor.
Durante años, Fares se sumergió en ese mundo, grabó discos con formaciones clásicas y colaboró con artistas de distintos estilos. Pero algo empezó a cambiar.
Grabé dos discos que tienen formaciones bien tradicionales de jazz. Y después hice también algo de folclore y canciones, como sesionista de Pedro Aznar y Nahuel Pennisi, y hace algunos años me compré mi primer guitarra y tocando temas que siempre me gustaron y entendiendo qué distintos eran tocados en la guitarra que en el piano, me empecé a dar cuenta de que las canciones estaban totalmente presentes en mi vida también y este disco que acabo de terminar es la expresión de ese encuentro con las canciones pero ya ahora desde lo que yo tenía para decir y fue un descubrimiento de una nueva faceta de la música en mi vida.
¿Cuál es tu mayor sueño dentro de la música?
Poder estar haciendo siempre lo que quiero de corazón con la música, donde me sienta realizado y desafiado musicalmente, con gente que me haga bien, que tengamos una sintonía musical y humana parecida, y que eso me de económicamente lo que necesito para vivir. Pero siempre en ese orden, siento que es un sueño que se va trabajando al mismo tiempo que es sueño y que nunca se termina de alcanzar porque siempre está en movimiento y eso me mantiene motivado.
Ahora estoy trabajando como productor musical de algunos proyectos y es algo que me hace sentir muy pleno también, y no es ni tocar ni componer, pero sí tener una mirada global de la música y desde afuera, como una posibilidad de embellecer las ideas de otros también; así que siempre se voy abriendo nuevas ventanas y me gusta aprender distintas partes de todo lo que abarca la música.
En un mundo donde el arte muchas veces se encierra en etiquetas, Fares elige lo opuesto: la metamorfosis constante, el juego de la experimentación, el arte sin límites. “Nunca sé cuál va a ser el próximo proyecto que voy a armar ni qué música voy a tener ganas de hacer dentro de unos años”, confiesa. Y quizá esa sea la clave de su autenticidad: permitir que la música lo lleve.