
Si uno agarra un diccionario y busca la palabra «comunidad», encontraría algo así como “un grupo de personas que comparten elementos comunes”. Sin embargo, esa asepsia semántica no alcanza para explicar lo que ocurre alrededor de Camionero. Este fenómeno que se viene gestando alrededor del dúo compuesto por Joan Manuel Pardo y Santiago Luis va más allá de lo que el lenguaje académico o institucional puede contener. Se reconoce en los gestos mínimos, en un afiche hecho a mano, en un parche cosido a la espalda de una campera de jean o en un charla post show. En una trama afectiva que se sostiene a sí misma y que ya tiene nombre propio, El Acoplado.
“Parecemos dos, pero somos muchos”, esa es la lógica con la que vienen forjando su identidad desde el arranque cuando no había discos ni seguidores fieles, pero sí una ética clara: compartir, circular, escuchar. El proyecto nació sin hoja de ruta. Se conocieron en Warhol, un bar ya extinto de Olivos, uno organizaba fechas; el otro llegó con su banda. Se escucharon, se eligieron, se propusieron armar algo juntos. El mito fundacional ya estaba servido, lo que vino después fue un proceso sin fórmulas mágicas. Ensayos eternos en su sala de Villa Martelli, charlas sobre libros y músicos, y una certeza compartida. No hay atajos si se quiere construir algo verdadero.
Suenan a rock, pero también a blues psicodélico, pop, punk y a todo lo que se cruce en su camino, aunque esos géneros les sirven solo como coordenadas de tránsito. Son hijos bastardos de múltiples tradiciones, sin la intención de encajar en ninguna. De hecho, si se los escucha con atención, las influencias son varias, pero ni el tributo ni la repetición forman parte de su código. De Cortázar a Spinetta, de El Mató a La Patrulla Espacial, cada uno dejó su marca, pero no juegan a ser nadie. “Todos ellos nos enseñaron que se puede construir desde lo colectivo sin perder identidad”, dice Joan.
Su única ambición es hacer música que vaya más allá del momento. “Buscamos que cada canción, por más sencilla que sea, tenga algo que nos emocione. Y eso es lo que después intentamos transmitir”, asegura Santiago. Club Camionero (2021), su primer disco, fue el resultado de ese proceso; una mezcla de canciones, por momentos dulces, otras furiosas, que se cocinaron en plena pandemia, y que recién encontraron cuerpo en el vivo cuando el mundo volvió a abrir la puerta. Dos años después, llegó Todo lo sólido se desvanece en el aire (2023), cuyo título homenajea -o saquea- a Marx, pero que para ellos habla más de lo que sienten como generación que de una idea política estricta. Una conexión que también recuerda la profundidad emotiva de la obra de Gabo Ferro.
En ese devenir constante fue tomando forma El Acoplado. El primero en sumarse fue Toto, conocido como «El Miserable», que hacía turnos en un supermercado y traía consigo una inquietud artística sin canalizar. Empezó diseñando afiches, luego se animó con cassettes, más tarde con xilografías. “Tampoco se trata de idealizar o magnificar lo que pasa”, dice el guitarrista. “Se fue dando de forma orgánica, se acercaban a la banda porque no solo querían apoyar desde abajo del escenario, sino ser parte de la construcción creativa”, añade. Ese gesto inicial se fue replicando en técnicos de sonido, fotógrafos, responsables de visuales e impulsores de mesas solidarias bajo el nombre de La Rueda de Auxilio.
“No somos seres iluminados, ni esperamos siempre mostrar la mejor cara”, dice Joan. Él es docente en colegios de Zona Norte. Santiago es arquitecto, aunque a esta altura el diseño parece más bien una excusa para hablar de estructuras simbólicas. Ambos viven vidas bastante normales con horarios que cumplir y boletas que pagar. No obstante, eso no les impide sostener su oficio artístico con una entrega que pocas bandas tienen. “La autogestión es difícil, sin embargo le ponemos pecho”, suma el baterista. “Es tentador que venga alguien de afuera a ofrecerte una solución mágica. Porque la independencia es agotadora, te exige un esfuerzo constante”.
La autogestión los define. Fue así desde el comienzo y sigue siendo su sello, aun cuando tienen un nombre cada vez más instalado. No rotan en los festivales mainstream pero llenan salas como el Club Matienzo, en su ciclo Tracción a Sangre, durante quince fechas consecutivas con entradas accesibles, merchandising artesanal y un contacto cuerpo a cuerpo que no se simula. “Nos pasa algo muy loco con la gente que nos escucha. Por ejemplo, hoy mismo pasé por el colegio donde trabajo, y un pibe que fue mi alumno hace dos años, Vicente, me dice: ‘Joan, mi papá te escucha todos los días’. El hijo tiene 15, el padre 45. La misma banda conecta con los dos. Algo pasa ahí con la música que logra eso”, relata Joan.
Quizás por eso Camionero no busca validaciones externas. Mide su fuerza en otra escala, en la gente que vuelve y se reconoce parte de algo. “No es solo lo que dicen los números de Spotify o las redes. Es la convocatoria, la gente que va a los shows, lo que te dicen por la calle. Esa es la realidad que más importa”, piensa Santiago. Si alguien todavía se pregunta cómo puede ser que un dúo suene tan potente, la respuesta está ahí: parecen dos, pero son muchos. Hay algo disruptivo en seguir creyendo que todavía se puede construir algo juntos.

¿Desde el inicio hubo una intención consciente de construir una comunidad en torno al proyecto?
Joan: No lo sabemos con certeza, pero quizás ese fue el primer paso, compartir algo muy personal con muchas personas. Lo que arranca en la intimidad en la soledad de una habitación o en una sala de ensayo, termina transformándose en algo colectivo. Hay una voluntad de abrirse a la participación de otros. Uno puede tener la intención de mostrar su obra, pero también hay que estar disponible para lo que venga, para que esa comunidad se forme y crezca.
Santiago: Ya desde Club Camionero veníamos trabajando esa idea, que era central en ese momento. El título del disco también apuntaba a eso, a generar un ámbito compartido con personas que se acercaban desde lugares distintos. Es una semilla que traemos desde el inicio de la banda, y también desde el sello que teníamos. Siempre buscamos generar nuevas relaciones, conocer nuevas personas, movernos por ambientes donde podamos divertirnos y pasarla bien. Ojalá esto se transforme en un trabajo sostenido, que nos permita vivir de la música, pero lo más importante sigue siendo hacer lo que nos gusta, con gente que respetamos y con la que disfrutamos compartir.
¿Les sorprende el grado de compromiso y entrega que generó la banda en personas que no necesariamente venían del palo musical?
Joan: El Acoplado trascendió cualquier experiencia previa que hayamos tenido. Santi siempre cita a Gonza, uno de los chicos del colectivo, que se encarga del diseño gráfico, y que siempre dice: “Hay gente que daría cualquier cosa por tener un racimo de locos como este”. Y tiene razón.
Pero tampoco se trata de idealizar o magnificar lo que pasa. Para nosotros es algo muy cercano, incluso íntimo. Todo se fue dando de forma orgánica: personas que se acercaban a la banda y que no solo querían apoyar desde abajo del escenario, sino ser parte de la construcción creativa. Diseñar afiches, hacer remeras, proponer ideas.
Santiago: Mucha gente encontró en la banda un lugar para canalizar su propio oficio o su manera de expresarse. Nosotros abrimos la puerta para que eso pase, pero también lo fuimos descubriendo en el camino. Cada persona que se sumaba traía algo para decir, y lo valioso fue que supimos escuchar. Algunos hacían xilografía, otros se sumaban a ferias con tortas, otros diseñaban ropa o logos. Todo eso fue tomando forma sin que nos diéramos mucha cuenta.
La industria musical parece devorar identidades y personalidades, ¿cómo sostienen esa priorización de lo humano?
Santiago: La prioridad siempre es la parte humana. Si eso funciona bien, todo lo demás se acomoda. Es algo que repetimos mucho: mantener los pies sobre la tierra. No es una pose. Tengo una familia, y mis hijos son mi principal prioridad. Claro que hoy estamos en un momento en que las cosas crecieron y la presión aumentó. A veces pienso: “No puedo enfermarme un sábado, porque se complica todo”. Tenemos giras y fechas vendidas todos los fines de semana… Pero, a pesar de eso, no se nos sube a la cabeza. No buscamos la fama.
Ahí radica el verdadero éxito, en poder ser uno mismo. No queremos convertirnos en una caricatura de músico famoso. Lo detestamos. Y si alguna vez llegara a pasar, por favor, que nos lo digan. Eso no queremos ser.
Y en ese camino de construir comunidad desde la independencia… ¿cuál dirían que es la parte más difícil de sostener sin depender de estructuras más grandes?
Joan: La independencia es agotadora, te exige un esfuerzo constante. Uno lo hace porque está apasionado, porque cree, pero cuando aparece alguien a decirte que te puede ordenar la sociedad, impulsar la carrera o resolver todo con una receta mágica.
Lo jodido es seguir creyendo en la independencia en esos momentos. Decir: “No, prefiero seguir al mando de esto”. En algún momento, obvio, tenés que ir delegando cosas. No podés hacer todo. Pero vas eligiendo a quién, y seguís con las manos en el timón. La parte más difícil es decir que no cuando te prometen que si confiás ciegamente en otro, todo va a salir bien.
¿Cómo hacen para no ceder a la lógica del algoritmo?
Joan: Confiamos en la calidad de lo que hacemos. Para nosotros, un disco tiene que durar años. No puede ser algo que solo funcione porque es novedoso. Si al año ya no tiene nada que decir, para mí no vale. Los discos que me interesan a mí dicen algo para toda la vida. Si uno va en esa búsqueda, no es garantía de nada, pero sí aumenta las chances de que lo que hacés trascienda. Entonces no estamos detrás de lo que guste en el momento o lo que es novedad. Para nosotros la pregunta es: ¿es bueno o no es bueno? Y si es bueno -aunque eso siempre sea relativo-, tiene muchas más posibilidades de permanecer, de pasar de generación en generación.
¿Cómo se llevan con la actualidad de la escena musical en un país que, por momentos, parece estar incendiándose? ¿Cómo manejan la tensión entre lo que pasa afuera y lo que pasa adentro de una banda?
Joan: Es muy loco, porque a Camionero todo el mundo le proyecta una mirada política bastante firme. Pero nunca salimos a decir consignas explícitas. No es nuestro estilo. Creo que eso tiene que ver con la forma en la que trabajamos. Más allá de que tenemos pensamientos políticos, a veces bastante evidentes, lo que termina diciendo más es la manera de hacer las cosas.
No salimos a gritar «¡miren nuestra bandera política!». Pero para mí, el hecho de trabajar colectivamente, de preguntarle al otro cómo está, de generar comunidad en lugar de funcionar como individuos aislados… eso ya es un manifiesto político. Esa forma de laburar dice muchísimo más de la banda que cualquier consigna puntual. Porque podés salir a gritar una postura, pero si después tu vida cotidiana corre por un carril completamente ajeno a eso, ¿qué sentido tiene?
Santiago: No es una decisión para lavarnos las manos, sino porque preferimos canalizar todo eso en la música. En las canciones, en las letras que escribe Joan, ya se dicen muchas cosas. Y eso es lo que nos importa: trabajar sobre la música, y desde ahí, que hable por sí sola.
Son dos, pero suenan como si fueran cinco. ¿Cuál es el secreto?
Santiago: Hace poco me di cuenta de que hay algo en la composición, en cómo laburamos las armonías y las melodías en la sala, que genera esa sensación de banda grande. Entre la guitarra, las voces y los coros, siento que hay melodías ocultas que el cerebro arma solo. Entonces suena como si hubiera más gente tocando.
Además, siempre estamos atentos a que no haya vacíos no intencionados. Que nada suene a pifie. Hay un cálculo muy fino detrás de eso: que no falten graves donde no queremos que falten, y que si faltan, sea con un propósito. Que las melodías estén bien ubicadas, que un coro entre con cierta apoyatura, que un acorde suene de determinada forma. Todo eso implica un trabajo muy minucioso y constante.
Así como construyeron una identidad sonora muy marcada, ¿qué elementos sienten que funcionan como hilo conductor en sus canciones?
Joan: Desde la composición de las letras, hay algo que, aunque no fue premeditado, terminó funcionando como un leitmotiv. En mi caso, siempre aparece la idea de la comunicación, o más bien, de los problemas para comunicarse. No es que lo busque de forma consciente, pero cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que todo lo que escribo gira alrededor de eso. Y si alguien se pone a rastrear esa línea en la discografía de Camionero, lo va a encontrar presente en casi todo.
Después hay distintas máscaras, estructuras y tramas que le vamos dando a esa temática. Pero el contenido, el núcleo emocional y conceptual de la banda, pasa por ahí. Incluso lo que comunicamos desde lo sonoro, cuando hacemos rock and roll, tiene que ver con eso: con un estallido de necesidad, con la urgencia de decir algo. Es algo que me obsesiona porque desconfío del lenguaje, pero a la vez confío muchísimo en él. Entonces siempre está presente cuando escribo, aunque no necesariamente estemos armando un universo conceptual cerrado del tipo “todo lo Camionero va por acá”.
Con todo lo que implica sostener un proyecto, ¿por qué siguen apostando al rock?
Joan: Porque nos gusta.
Santiago: Es el género que más nos conmueve. Escuchamos de todo, y nos gusta mucha música de muchos géneros, pero el blues y el rock and roll, con el tiempo, fueron los que más me atravesaron. Son los que me hacen mover la patita, los que más siento adentro, los que me dan ganas de tocar.
* En las próximas semanas, el camión vuelve a salir a la ruta. Después de tantos viajes construidos desde abajo, Camionero retoma su andar por el norte del país: Santiago del Estero, Tucumán, Salta y, por primera vez, Jujuy.