"Siempre existe esa lucha por mantenerse fiel a uno mismo y a lo que uno quiere hacer", dice Nick Jonas, ya con el envión de dos décadas encima y un proyecto que sigue respirando junto a sus hermanos Joe y Kevin. Los tres salieron de la misma fábrica híper aceitada que parió a las boybands que incendiaron los 2000 -Backstreet Boys, NSYNC, Westlife, A-Teens. Y crecieron en simultáneo al tornado de Justin Bieber, siempre a un paso de la ola One Direction, pero sin llegar a subirse. Aprendieron temprano a negociar con la fama y la resaca que viene en el mismo paquete, dejando alguna que otra rajadura a la vista en el camino. Hoy no son lo más mainstream del mercado, ni despiertan avalanchas de histeria adolescente en los aeropuertos, pero dar por cerrada su historia es de opinólogo apurado. Su nueva carta, Una Navidad muy Jonas Brothers, llega a recordarle al mundo que no están para la retirada.
Previo a convertirse en la marca global que son hoy, los Jonas Brothers fueron tres chicos criados en un hogar religioso de New Jersey. Su destino parecía la industria cristiana estadounidense, pero el salto llegó mediante Disney. Claro que antes hubo un golpe seco, Columbia Records les soltó la mano tras un debut tibio. Una de esas cachetadas que enseñan más que cualquier consejo bienintencionado y obligan a desconfiar de cualquier elogio corporativo. A partir de ahí, la historia se aceleró sola entre giras mundiales, canciones trepando al Top 10 del Billboard Hot 100, películas, la rutina diaria de sobrevivir a los paparazzis y la inevitable convivencia con Miley Cyrus, Demi Lovato y toda la camada de popstars. Hasta que en 2013, cansados y más fieles a su apellido que a su branding, bajaron la persiana. Jonas Brothers se separaron para no romper lo único que no se puede reemplazar con un contrato nuevo: ser hermanos.
Redibujaron sus carreras, probaron la vida en solitario, armaron proyectos paralelos, se casaron, tuvieron hijos y, cinco años después, reaparecieron con "Sucker". Desde entonces, los Jonas volvieron a reconciliarse con los escenarios y los estudios de grabación. Y ahora vuelven a escena con una película navideña propia, dirigida por Jessica Yu y escrita por Isaac Aptaker y Elizabeth Berger, estrenada el 14 de noviembre en Disney+. La premisa es una pequeña fábula del caos familiar: intentar volver de Londres a Nueva York después de una gira mundial y descubrir que el destino, con bastante sentido del humor, decide arruinarles cada tramo. Hay derrapes sobre la nieve, un avión que terminan piloteando por accidente y un supuesto "hechizo" que transforma el regreso en una odisea. Leída rápido, es una comedia liviana, mirada con un poco más de profundidad, es una metáfora involuntaria de su propia carrera.

En el marco de una conferencia de prensa, donde presentaron el film, los artistas dialogaron con Billboard Argentina -único medio nacional presente- sobre las veces en que la industria los empujó lejos de los músicos que querían ser. "En lo creativo, tuvimos etapas en las que ni siquiera entre nosotros coincidíamos sobre hacia dónde ir", admite el menor del clan. "Pero al final se trata de rodearte de gente con la que puedas colaborar, crecer y aprender". La clave, dice, fue estar bien acompañados. "Tenemos la suerte de trabajar con un grupo de colaboradores, compositores y productores que nos ayudaron a perseguir esos objetivos y a mantener el foco, incluso cuando era tan fácil desviarse".
En paralelo, el proyecto trae música nueva. La banda sonora, producida por Justin Tranter y editada por Hollywood Records/Republic Records, suma material recién salido del horno, entre los que destacan "Like It's Christmas", "Best Night", "Home Alone", "Feel Something", "Remember When", "Better Off Alone", "Time" y una versión en vivo de "Sucker". La película también queda bajo su control creativo, en sociedad con Aptaker, Berger, Adam Fishbach, Spencer Berman y Scott Morgan, dentro de la alianza entre Disney Branded Television y 20th Television. En otras palabras, esta vez no solo ponen la cara, también manejan el tablero. Y se nota que, después de años de intermediarios, están disfrutando de decidir por cuenta propia.
La odisea navideña de Jonas Brothers
La trama empieza con los Jonas, interpretando versiones apenas exageradas de sí mismos, varados en algún punto de Europa tras cerrar una gira. Quieren volver a su casa para las vacaciones, pero ahí interviene el factor mágico: Santa Claus, encarnado por un Jesse Tyler Ferguson en modo duende infiltrado en un bar, escucha a Joe quejarse de la banda, de la rutina y de todo lo demás. Y, fiel al espíritu pedagógico de la Navidad, les lanza una maldición: no van a regresar hasta que recuerden por qué se quieren y por qué siguen siendo una banda.

Ahí es donde comienza el desfile de desgracias. El avión que los debería llevar a Estados Unidos vuela por los aires en un accidente improbable; terminan saltando de país en país; se cruzan con exrivales que supuran rencor; sobreviven a un piloto que queda inconsciente en pleno vuelo; y hasta tienen que plantarse frente a lobos como si estuvieran protagonizando una sátira de Los juegos del hambre (2012).
El film juega a exponer tensiones internas que cualquier fan reconoce a primera vista. Nick funciona como el hermano-CEO, el que quiere resolver todo, ajustar el setlist, controlar la logística y mantener a flote la banda a fuerza de gestión. Joe aparece como el descontracturado que quisiera un poco menos de hermandad y un poco más de vida propia. Kevin queda, otra vez, en el rol del subestimado, el que habla menos y observa más, pero al que nadie escucha cuando intenta decir algo importante.
En fin, la película se burla con cariño de la cultura de las películas navideñas yankees. Menciona clichés, repite fórmulas, exagera el espíritu festivo y hace de la previsibilidad un recurso en sí mismo. Saben exactamente en qué género están parados y no tienen ningún interés en disimularlo.