
“Hacemos la nota, unas fotos y listo. A mí no me vas a poner a hacer cualquier cosa”, dice Pablo Lescano mirando fijo a los ojos y antes de dar la espalda. El ideólogo de Damas Gratis marcó la pauta y enfiló hacia su cafetera expreso digital para ofrecer una taza de desayuno. “No quiero nada de amarillismo ni giladas. Hablemos de música”, le planteó a Billboard Argentina. Es la mañana de un viernes de junio, hace frío, llovizna y estamos en la cocina de su hogar, contenido en un barrio clasemediero de la localidad bonaerense de San Fernando. Cerca del aeropuerto local y a unas veinte cuadras del barrio La Esperanza, las calles en las que creció y que inspiraron a nuestro anfitrión, el kilómetro cero de toda esa historia llamada cumbia villera.
Seis horas después de su advertencia, Lescano tiene que ir a buscar a su hija Marita a la escuela y nos propone que lo esperemos en su casa hasta que vuelva, para que siga el encuentro. A esa altura de la jornada ya habíamos hablado de todo en on y off, nos presentó a sus icónicos keytars y el teclado en el que compone, se fotografió hasta con su enérgico caniche Cali, las tensiones cedieron paso a la complicidad.
“Yo no quiero saber nada con las notas, no me cabe dar entrevistas. Cuando era pibe, los medios eran muy amarillos y nosotros fuimos muy denostados, vapuleados. A mí me acobardaron un poco. Cada vez que me piden una nota, me tienen que convencer. Mucho tiempo estuve en guardia, siempre a la defensiva. Cuesta mucho hablar porque tenés que estar todo el tiempo declarando”, dice luego, explicando su desconfianza inicial.
La excusa para este encuentro son los 25 años que Damas Gratis celebrará en septiembre próximo en el Arena Parque Roca de la Ciudad de Buenos Aires. En realidad, él festeja todos los fines de semana entre bailes y fiestas privadas. “Este sábado y domingo tengo nueve shows”, grafica.
A fines de los años 90, era tecladista de Amar Azul pero se sentía limitado por la cursilería de la cumbia que estaba pegada en aquel entonces. Queriendo expresar todo lo que en aquella banda no cabía, se desarrolló como compositor y productor. Encontró algo nuevo al combinar slang callejero, sexual y carcelario con un swing febril, cargado de sintetizadores, keytars sudorosos, güiros ásperos, rasgueos ska, beats electrónicos, efectos vocales pegadizos. Y las influencias peruanas, mexicanas y colombianas.
La banda se llamaba Flor de Piedra, los temas los hacía Pablo y los cantaba Dany Lescano, con quien no son familia pese a la coincidencia en el apellido. Tenían un hit anti policía titulado “Sos botón” que se volvió himno en discotecas y canchas de fútbol. La cumbia argentina estaba empezando a cambiar.
Un grave accidente en motocicleta lo mantuvo postrado pero no frenado: desde la cama experimentó un brote creativo que derivó en un nuevo repertorio para Flor de Piedra y también para otras bandas que formó y produjo, como Los Gedes, Amar y Yo, Jimmy y su Combo Negro. Hasta que un día de septiembre del 2000 decidió hacerse cargo del micrófono y de lo que escribía. Y nació Damas Gratis.
“Se te ve la tanga”, “Quiero vitamina”, «Su majestad», “Menea para mí”, “La 1ra del borracho”, «El boxeador», «Los dueños del pabellón», «Alza las manos», “El humo de mi fasito” son algunos de los aguafuertes exitosos que forjaron un nuevo lenguaje, un nuevo baile que atravesó todas las clases sociales, todo el país, el continente (ver Damas Gratis en el Billboard Hot 100 Argentina). Incluso se derramó a otros géneros: tiene grabaciones con artistas de otro palo, como Andrés Calamaro, Fabulosos Cadillacs, Fidel Nadal o Tini. Hace 25 años que la música popular argentina tomó otro rumbo de la mano y el pulso de Lescano.
“Si miro para atrás y me pongo a recordar, veo muchos ensayos, mucho sacrificio. Mucha juntada, muchas horas de grabación, de composición, de difusión: antes también hacíamos giras de radios. Mucho trabajo. Con los hits que pegamos, si hubiéramos nacido en Estados Unidos, no trabajaríamos más, como me dijo Fidel Nadal”, carcajea el Lescano modelo 2025, que tiene 47 años y que hace un par de temporadas cambió su distintiva melena enrulada por un rapado al que no le interesa esconder canas.

¿Cómo te llevás con esa dinámica de trabajo hoy?
Como pez en el agua. Es esperar el fin de semana para ir a los shows. Ya está todo automatizado, cada uno sabe lo que tiene que hacer: el asistente lleva el parlante al escenario; el monitorista, los monitores; el sonidista, el sonido; el músico va con su instrumento… Y ahí adelante estoy yo, eligiendo las canciones. Porque no usamos lista de temas. Ya estamos tan aceitados que nos podemos dar ese lujo de tocar la canción según el estado anímico de la gente.
OK, eso en la rutina. ¿Y en los shows más importantes? Como cuando festejas tus cumpleaños en el Luna Park o ahora, que vas a hacer los 25 años de Damas Gratis.
Ahí se chocan dos mundos, porque aparece gente que por ahí no fue nunca a vernos y quiere escuchar los cinco hits que les gustan. Y también viene gente que escucha Damas Gratis hace 25 años y que los hits, para ellos, son otros que por ahí no son tan populares, pero son los que hasta a mí mismo me gustan más tocar. Tocamos temas muy viejos del primer disco o inéditos. Este festejo fue idea de la gente de producción: “Che, cumplimos 25 años”. “¿Ah, sí?”. ¡Qué sé yo!
A mí me gusta ir al escenario y tocar cumbia. En los lugares grandes como ese se nos complica más porque no estamos en nuestro hábitat. Por ahí lo tengo al timbaletero muy lejos… Nosotros estamos acostumbrados a tocar todos juntitos, que nos miramos, nos cagamos de risa, estamos distendidos… Es como jugar a la pelota en un picadito. Cuando se pone Copa del Mundo, que son estos shows más grandes, es áspero. Y estamos transpirando. Mientras que salga todo bien, está todo perfecto. Pero si no escucho un instrumento, ya empiezo a renegar.
Lo que es genial de ver a Damas Gratis en vivo es que arranca y no para. Son como los compilados truchos que se vendían en el tren, un mixtape humano de cumbia.
(risas) Exactamente, sí, está toda la coreo armada. Entonces se hace más fácil. Yo tiro el acorde y ya con eso se van reduciendo las posibilidades de temas que vamos a hacer. Los músicos ya están pillos, saben que va a ir por ahí. Cuando arranco, se suben al tren y no para.

El accidente que cambió todo
Vayamos un poco para atrás con la película. ¿Cuál es tu recuerdo más vívido de tu accidente en la moto, punto de quiebre en tu vida?
Todos los días estaba componiendo una canción, todo el día enfocado en la música, todos los días de mi vida. Respiro música, todo el tiempo. Desde siempre que estoy en algo: o componiendo, o creando, o grabando, o mezclando o masterizado… Ese día estaba yendo a buscar un portaestudio a la casa de un amigo, Cristian Galarza, que es músico, también. Él estaba desculando todo lo de la programación, todas esas cosas de máquinas. El pibe era y es crack. La portaestudio era mía, entonces la fui a buscar en la moto. Llegué y empezó a lloviznar. Y Chamuyo, su papá, me dice: “Quedate tranquilo que te la llevo en mi auto”. Pero yo me la llevé igual.
Volvía por un boulevard que está acá cerca, Avenida Larralde, la (ruta) 197, que te lleva o para Pacheco o para el lado del canal de San Fernando… Venía cortando semáforos en verde, pero despacio, a 60 km/h, no más. Cuando cambió el semáforo, un auto dobló hacia la izquierda. No tenía el giro permitido, pero dobló igual. Yo venía derecho y le pegué atrás. Hice una vuelta carnero y no se golpeó el casco, no me golpeé nada… Solamente las piernas y el estómago contra el tanque de la moto. Eso me dejó sin aire. Después sentí un dolor que nunca más volví a vivir con esa intensidad. De la cintura para abajo. Me quedó una fractura expuesta de tibia y peroné. Y el fémur.
Estuviste muchos meses en cama.
8 meses postrado. La banda en la que tocaba de tecladista, Amar Azul, me dejó afuera. Me cortaron menos 10. Me pagué la operación y empecé a recuperarme. En la convalecencia pensaba cómo matar el tiempo: no había teléfono, no jugaba a los jueguitos de la Playstation porque me parecen una pérdida de tiempo. Lo único que tenía era un teclado y me puse a hacer canciones. De a montones. Ya había hecho el primer disco de Flor de Piedra, con el tema “Sos botón”. Hice canciones para cinco bandas a la vez. Las 12 canciones de cada uno de sus discos. Era una máquina. Iba a grabar en silla de ruedas al estudio.
En eso, aparece Damas Gratis, que sale porque los cantantes me hacían renegar mucho en la producción. Los cantantes son bravísimos a la hora del show, también. Por ahí venía un músico en pedo, que era amigo del cantante, y decía: “No, si no va él, no voy yo”. Y bueno, que no vaya ninguno, vayanse a la casa a dormir. A la hora de laburar, tenés que estar pila. Estás dando un show, no podés subir cachivache a hacer cagadas. Aunque me ha pasado, lo habré hecho seguro.
¿Y renegaste con el cantante de Damas Gratis?
(risas) ¡Uhhhh! Me cansé de renegar con ese gil. ¡Nadie está libre de pecados! Con esos primeros temas me decidí a cantar en Damas Gratis. Antes, yo no era cantante ni en pedo.

¿Qué te llevó a hacer esas cumbias realistas y ásperas que en el 2000 no existían?
Amar Azul era una cooperativa a la hora de tomar decisiones. Incluso para hacer una canción. Hacíamos una letra y decíamos: “No, a mí no me gusta que diga ‘pantalón; quiero que diga ‘pollera’”. “No me gusta que diga la palabra ‘botón’, le tenemos que poner ‘cierre’”. Y era un quilombo. Me daba bronca porque yo tenía otra idea.
¿Cómo la empezaste a desarrollar?
Agarré un billete, me alquilé un estudio y dije que iba a hacer lo que yo quisiera, nadie me iba a decir cómo lo tenía que hacer. Junté 3000 pesos, que en ese momento eran 3000 dólares. Pagué 100 horas de grabación en un estudio que se llamaba Bunker, en la calle Virrey Ceballos y Jujuy, a un par de cuadras de Plaza Miserere. El disco lo grabamos en 60 horas, Y habremos estado diez, quince horas más de mezcla. Gastamos unas 80 horas. No llegamos a las 100 para hacer el primer disco de Flor de Piedra.
A la hora de plantear la música, decía: “El güiro tocalo así, que suene así, que raspe”. Pero el técnico me respondía: “No, pero está mal así”. “No importa, vamos a crear un sonido nuevo. Vamos a ser distintos a los demás. Hagamos algo nuevo”. Yo pedía más graves, que le dieran cuerpo, que lo compriman. Y me decían: “Pero está mal”. “No importa que esté mal, vamos a lograr otra cosa”. Cambiamos el sonido, pero nos salió de pedo (risas). A algunas cosas le pegamos, fueron saliendo. Otras fueron más pensadas.
El audio hizo que las letras fueran más crudas, ¿no?
En la otra banda no podía meter letras un poco más agresivas. O ninguna palabra de las que usamos acá en el barrio para hablar. Por ahí el cantante era más grande y no se veía cantando eso, no estaba para decir: “Vos sos un botón, nunca vi un policía tan amargo como vos”. Con el léxico, la idea era usar el que metíamos todos los días en el barrio. Yo renegaba porque veía por televisión a los otros grupos vestidos corte Loco Mía. ¿Por qué no se visten normal? Ponete un jean y una remera. Cuando armamos Damas Gratis, dije: “Nos vamos a vestir como todos los días”. Y ahí empezamos con el equipo de gimnasia.
Fue tan distinto que al poco tiempo fuiste censurado.
Como todo cuando se pega. Ahora es el rkt. Hay 50 artistas o más en ese género. En aquel momento pasó parecido, pasa que teníamos difusión en la televisión. Antes no había redes sociales. Hoy capaz una persona adulta no escucha a los pibes porque pone en YouTube lo que quiera escuchar. En ese tiempo estaba la tele y al haber tantas bandas, ya empezaron a pecar, a ver quién era más literal. Entonces valía todo y se empezó a desvirtuar. Y el Comfer (Comité Federal de Radiodifusión) puso una bajada de línea en la que no se podía pasar más la música que hacíamos nosotros. Estuvimos como dos años sin sonar en ningún lado, pero seguíamos haciendo los shows en las bailantas.
¿Te molestó que dijeran que tu música se llamaba cumbia villera?
Ahora ya nos cagamos de risa. El término lo puso una compañía discográfica para que se ponga amarillo todo y vender más discos… ¡De los cuáles no cobramos ni un peso de regalías! La vimos pasar, pero no importa. Los pibitos de hoy están un poco más pillos en la jugada. Y ahora es todo digital… Antes se vendían CDs y era todo negro.
Se dice que vos dabas los másters de tus discos a los piratas. ¿En serio?
¡Y si no cobrábamos un peso! El día en que salían los discos, los piratas ya lo tenían. Una vez me preguntaron si me molestaba. Y la verdad que no, si de ninguna forma iba a ver un peso. Antes, para poder sonar en alguna radio, o poder grabar un disco, o para ser difundido, sí o sí tenías que firmar con un sello discográfico.

Familia musical
Sabemos que tus tíos fueron muy importantes en tu vida en cuanto a la educación musical. ¿Te hiciste cumbiero por ellos?
Uno es la música que crece. Si tu viejo escuchaba a los Beatles, yo creo que de grande vas a seguir escuchándolos. En mi casa no pasaba eso. Teníamos un grabadorcito, nomás, pero no era muy musical mi casa. En cambio en lo de mis tíos y lo de mi abuelo, que vivían a una cuadra de mi casa, sí. Y yo iba con ellos todos los fines de semana. Es más, mis primeros shows los hice en la casa de ellos. Me contrataban, me daban diez pesos para la gaseosa y yo armaba los teclados con el parlante. Y tocaba. Y ellos estaban ahí, escuchando mis canciones. Fueron mi primer público. Tenía un sintetizador arriba y, abajo, un órgano que tenía una base de cumbia. Así empecé a hacer canciones.
En tu adn está eso y la cumbia colombiana, mexicana…
Es por ser de Zona Norte del Gran Buenos Aires. Acá es mucho colombiano, mucho mexicano… Cada zona tiene su música. En el Oeste está el agite, ¿no? En zona Sur tenés cumbia con guitarra, de Santa Fe. ¿Y por qué se escuchaba música con guitarra? Tengo entendido que era porque ahí en el Docke o en la Isla Maciel, había casas con OnlyFans, con pibas que venían de Santa Fe y traían la música a Buenos Aires. Y así se metió esa música.
Acá la cumbia colombiana pegó por un boliche, el Tropitango, y por el Yankee, que es el que dice “otra vez” en los temas de Damas Gratis. En esos tiempos no había internet, no había eMule, no había ni Napster. Era todo con CD y el pibe traía música de afuera que se la vendía a Tropitango para que la pase el dj. Eso era lo que sonaba.
¿Hoy que escuchás?
Cumbia. Todo el tiempo.
¿El rkt te gusta?
Muy poco, casi nada. Podemos fusionar, me gusta. He mezclado con ska, y reggae… Pero me gusta escuchar cumbia. De a ratos escucho boleros, Los Pasteles Verdes… Antes de que llegaran ustedes, (revisa su aplicación en el celular) estuve escuchando a Leo Dan, Dyango…
¿Escuchás canciones tuyas o no te gustan?
Sí, con el tiempo reviso para ver qué mezcla hice, qué sonido logré. Me analizo un poco. Me da mucha vergüenza ir a comer un asado y que pongan Damas Gratis. Eso es lo peor que me puede pasar. Pero me gusta cuando cantan un tema mío en alguna cancha de fútbol. O cuando suena en el baile, también. Es un logro. Los primeros logros era decir: “Uh, mirá, grabé esto y se está escuchando en la radio, está sonando tu música ahí”. Es una cosa de locos que no podés entender. Que bailen tus temas, que barrios completos se hayan adueñado de tu música, que lo hicieran parte de uno.
¿Hay algo que te dé vergüenza de tu música del pasado?
Y sí, hay canciones que digo: “Puta madre…”. No tenía conciencia, bardié.
Por la afinación, el tono…
Ah, no, ¡eso es peor! ¡Yo estaba hablando de las letras! Si hablamos de esa parte, no… ¡me quiero matar! (risas). Pero yo me mandé, dije que iba a hacerlo como quería. Fue así, un bombazo.

¿Es verdad que tu mamá no quería que te tatuaras?
Mi vieja era muy brava. Por ejemplo, en la hora de la siesta, cuando éramos chicos, teníamos que dormir cuando todos estaban jugando al carnaval. Mirábamos para afuera por la ventana y era un bajón… Después, hasta los 18 años, no podía tener pelo largo, tatuajes, nada. “Tenés que estudiar”, me decía. Y después: “La música es para los vagos”. Al final, la música me dio todo. Porque esto no lo hicimos diciendo: “Ah, esta va a ser mi fuente de trabajo”, como dicen los Auténticos Decadentes en su canción. “Quiero tocar la guitarra todo el día…”. Y nada más. Pero para ella, la música no iba a funcionar.
Un día le apareciste con un tatuaje, ¿con cuál?
Ya vivía solo, pero el primero que me hice fue el de “100% negro cumbiero”, en Villa Gesell.
Típico: se va de vacaciones a la playa, se emborracha, se desconoce y al otro día
se despierta tatuado.
(risas) El que me tatuó eso fue Marcos Catueres, que es el mismo que hizo en mis teclados el dibujo de la AK-47, porque hacía aerógrafo, también. Un día me dijo: “Che, Pablo, tengo una idea. ¿Qué es esto? Un disparador de sonidos”, señalando a mi teclado. “Listo, vamos a hacerle una ametralladora que dispare sonidos”. Y ahí está.
El “100% negro cumbiero” no requiere demasiadas explicaciones. ¿Pero qué significa para vos esa declaración de principios?
Que uno está orgulloso de sus raíces. Era plasmar eso. Yo soy cumbiero, no escucho techno, rock o lo que sea. Antes estaba marginado. Hoy se abrió un poco el juego y podés jugar a la pelota con otros artistas, pero en ese tiempo era muy complicado. Yo soy 100% negro cumbiero, escucho cumbia desde que soy chiquito, desde que mis tíos escuchaban a Los Alfiles, grupos santiagueños, Los Continentales del Perú, Los Mirlos… Eso escuché de chico y cuando empecé a tocar el teclado, ¿qué iba a tocar? ¿DJ Deró? No, cumbia…
Tus hijos te acompañan en el escenario cada tanto, ¿cómo se dio?
Cuando eran más chicos, aparecían más. Tommy tocaba el teclado y Marita cantaba. Un día Tommy me dijo: «Papá, es mucha presión hacer esto». Transpiraba mucho por el público, se sentía avasallado. Ahora toca en casa, nomás. Ellos hacen lo que quieren. Acá, mi teclado de composición que está en el living está todo el día prendido. Marita sí estudió canto y ella me hace todos los coros agudos. Viene y los clava de una. Como estoy todo el tiempo tocando y ella está en la cocina escuchando las canciones, a la hora de grabar lo hace enseguida. No tardamos ni media hora.
Todo muy natural, no es que les dijiste a tus hijos: «Seamos una banda familiar».
¡Ni en pedo! Yo quiero que Mara sea médica, porque tiene facilidad para estudiar. Estaría buenísimo una profesional en la familia… ¡Ya me emociono, eh! (risas).
Al Pablo de hace 25, 26 años, ¿le dirías: “Flaco, no andes en moto?”.
Uh… “Date los gustos en vida”. Sí, le recomendaría que no anduviera en moto. Es el destino, andá a saber qué pasaba conmigo si no hubiera tenido el accidente. Capaz seguía tocando en Amar Azul y no me hubiese dedicado a cantar, o a ser el líder de una banda… Tantas cosas pudieron haber pasado.
¿Qué fue lo mejor que te pasó en estos 25 años?
La familia. Lejos. Tener vivos a mis papás, para mí es un montón. De chico perdí a mi hermano Mati, Juniors… Pero si me pongo a indagar así, me van a hacer lagrimear. Me conecto con eso.
Nos garpa.
(risas) Yo sé que garpa. Pasa que me conecto con eso y me puedo poner triste si es un día gris como hoy… Enseguida me toca ahí. Tenía 16 años cuando se fue, pero llegó a verme con Flor de Piedra. Una vez se subió al escenario y desconectó los instrumentos. Un quilombo hizo… Damas Gratis no lo vio. Falleció mi hermano y fue un cimbronazo para toda la familia. Mi viejo no quería que me comprara una moto y yo fui y me la compré igual. Después me pegué el palo y, bueno… Todo lo que pasó. Y ahora cumplimos 25 años. Está buenísimo este parque de diversiones.
¿Te imaginabas que iban a perdurar?
La verdad que no. En un momento de mi vida me quería desconectar porque tenía muchos quilombos y, después de lo de la moto, no tuve mejor idea que andar consumiendo estupefacientes. Me puse falopero y eso me sacó del juego como por dos años. Y volver otra vez al escenario fue muy difícil, parecía que se nos había pasado el cuarto de hora. Tocábamos y la gente no tenía la misma euforia. Había gente que nos veía, pero otros miraban para el otro lado o se iban a la barra a comprarse un trago. Hoy, cuando toca Damas Gratis, se paraliza la barra. Los bolicheros nos quieren echar, porque tocamos mucho y la barra no camina. Después de ese impasse, dije: “Ya está, cagamos la verga, se pudrió todo, pasó el tren”.
Me pasó de todo: tuve un problema con el banco, me vaciaron la caja, me re chorearon, me re cabió. Otra vez, en picada hacia abajo, montaña rusa de quilombo, salíamos en la tele todos los días, estaba todo mal… Hasta que me rescato. Y cuando volvimos a los shows, la gente no nos daba bola. Hubo que hacer otra vez un trabajo de hormiga para volver.
Y ahora sos un artista popular.
Sí, sí, claro, obvio. Y en ese tiempo también, pero había perdido la dinámica de los shows de todos los fines de semana. Yo me acuerdo que en Rescate, que es el boliche que le dio el nombre al rkt, fueron los shows de la vuelta. Y el público nos volvió a escuchar, seguimos haciendo canciones, volvimos a asomarnos. Y hoy es lo que es Damas Gratis, una banda argentina, popular, que aparte de tocar en todo el país, salimos para otros lados.
Se llama Rescate: nunca mejor elegido un boliche para volver, ¿no?
(risas) Parece mentira, ¿no? Pero sí. Hoy tengo disciplina. Si te volvés un fisura, no podés llevar adelante una vida feliz, organizada. Lo padecí, por eso estuve dos años sin tocar. Hoy me cago de la risa, tengo todo y soy feliz. Transmito buena onda, recibo lo mismo. Tengo familia, como asado, una picadita… Antes, ni hambre.

Damas Gratis en el Billboard Hot 100 Argentina
El trazo de Pablo Lescano viene dejando una buena colección de fábulas barriales que pone a bailar a todo el mundo, pero también dejó su huella en el Billboard Hot 100 de Argentina. La versión en directo de “Me vas a extrañar”, junto a Viru Cumbierón, logró el #1 en las últimas dos semanas de octubre de 2018. Por aquellos días además había colado “No te creas tan importante” (también en vivo y en colaboración con la banda peruana) en el top ten, siendo su peak position el cuarto puesto.
En 2021, y de la mano de L-Gante, ubicó otras dos cumbias marca registrada: “Pistola (remix)”, que alcanzó su mejor posición (2°) en mayo; y “Perrito malvado”, que llegó al 6° en agosto.
Semanas antes, precisamente el 20 de marzo, la «L-Gante: BZRP Music Sessions, Vol. 38» escaló hasta el primer lugar. «Yo toqué los teclados en ese tema», apunta Pablito sobre el motivo inicial de la «villarap». «Me gustaría hacer un tema con Bizarrap, pero si hacemos cumbia», se ofrece.
Su vínculo con L-Gante

El cruce de caminos entre Lescano y Elián Valenzuela, más conocido como L-Gante, es evidencia de la mutación estilística y el recambio generacional que viene experimentando la cumbia hecha à la Argentina. Algo que no solo ya se dio en lo musical, como dejaron registrado en «Perrito malvado», «Pistolas (remix)», la music session con Biza y “Pinta” (para el soundtrack de El Marginal), sino que además mantienen una buena sintonía sostenida por la camaradería.
“No sé si lo apadriné a Elián. Pasa que uno está un poco más viejo, la vida ya me pegó un par de golpes. Y si tuviera que darle un consejo, a él o a alguien, le diría: ‘Che, no andes en moto, porque me pasaron ciertas cosas…’”, dice Pablo sobre cómo se relaciona con su joven colega.
«Con Elián es simple: lo llamo y le digo ‘¿Hacemos un tema?’. Viene y se hace. ‘¿Hacemos 1×1?’. ‘Sí’. ¿Cómo es 1×1? Yo te grabo un tema, vos me grabás otro. Y así salieron dos hits». ¿Se ve reflejado en Valenzuela? «En algunas cosas sí, en otras no. A veces lo veo y digo: ‘¡Nooo, no vayas por ahí, que te la van a poner! ¡Salí de ahí, Maravilla!», se ríe.
Vos siempre de ropa deportiva, nunca con cadenas como las que usa él.
Yo, perfil bajo. Perfil bajo paga doble. Pero cada loco con su tema. Eso lo aprendí de la calle misma, a los golpes. Además, cuando sos joven, te dicen cosas y no das ni bola. Yo capaz le puedo decir: «No vayas a tal programa». Después prendés la tele, lo ves ahí y decís: «Noooo, Elián, ¿qué te dije?» (risas). He aceptado hacer notas porque los productores te venden un buzón… «Quedate tranquilo que vamos a hablar de música». Arranca la nota, el periodista mira a cámara y dice: «Yuta puta» (risas). «Estamos acá con Pablo… ¿a quien le dedicaste esta canción?». ¡Y yo nunca había hecho un tema que se llamara así!