
La escenografía que se narra en Para quien trabajas Vol 1, el nuevo disco de Marilina Bertoldi, es con paisajes rústicos, caos, pero con pinceladas de romanticismo esperanzador. Funcionaría perfecto como la banda de sonido de una probable Mad Max argenta, contemporánea, donde pandillas de rockers locales invaden las calles de alguna capital. Y a fuerza de riffs agresivos, bajos al frente, teclados, samples y synthes al palo, llaman a la acción, intentando pasarla un poco mejor entre tanto desconcierto social.
A la vez, en conjunto, las canciones forman un sistema más allá de las partes sueltas. No es un disco conceptual, no se revela una historia lineal con introducción, nudo y desenlace. Pero las piezas rinden más una atrás de la otra, en el orden que están, que por separado. En ese sentido, el disco también parece indicar que la construcción es colectiva. Además, el principio y el final están unidos por audios de niños (son las voces de los sobrinos de Bertoldi), enmarcando la esperanza en el futuro.
Para quien trabajas Vol 1 es una obra que cobra mayor sentido como un todo. Alimentado con audios del pop industrial, encierra un concepto que varía entre la agresividad del synth-pop y la new wave argentina de los 80. Abre muy arriba con la canción que le da nombre al disco y después es difícil bajar. Incluye canciones en otra sintonía, más slow, pero lo que no baja es la tensión emocional. Es como si te clavaran un retro-chute de dopamina y todo lo que tenga que ver con que las funciones cognitivas estén al 100%. Y hasta el final. Los climas musicales suben y bajan, sí. Pero los controles de movimientos sensoriales, la coordinación emocional, el flujo de adrenalina, se mantiene estable, siempre arriba.

En “Autoestima”, track 3, comienza una seguidilla de canciones que recrean un espíritu musical con anclaje en el rock de la década del 80’ en Argentina (el linkeo sonoro de todo el disco con Tester de violencia, de Luis Alberto Spinetta, es ineludible), aquí, con cita a “Mejor no hablar de ciertas cosas”, de Sumo. “Siglos” tiene reminiscencias en los arreglos vocales a Viuda e Hijas de Roque Enroll. “Bajan de día, de noche esperan” recuerda a Zas y “El gordo” traslada un aura de G.I.T y, por supuesto, Charly García. Esta, en particular, se destaca en su letra. Sin pretensiones de poesía erudita, con varios “shhhh”, “van a despertar al gordo” o un contundente “cierren el orto”, genera una situación muy gráfica (que se linkea perfecto con el arte de tapa), en donde se adivina alguien que ruega que se callen a otras personas, porque van a despertar al niño recién dormido.
Sin embargo, también ese gordo dormido puede ser el pueblo, la calle, e interpretarse como una advertencia: cierren el orto, porque cuando se despierte el gordo, se pudre. “Por siempre es un lugar” se presenta como una propuesta más intimista desde lo musical, que da respiro y descomprime el sofocón de dark wave, pero rápidamente “De caza” y “Amanecen Ocasos” nos ponen otra vez en órbita.
En su quinto álbum de estudio, Marilina sigue la línea de sorprender con su propuesta. En este caso, poniéndole sonoridades industriales a un conjunto de ciudadanos que deben unirse para protegerse del mundo que los rodea, cuasi destruido, y quienes habitan en él luchan para salvarse del apocalipsis. Un guión epocal de 10 canciones, donde además es instrumentista, intérprete y productora. Este último rol, en algunas ocasiones es compartido con Mariano Otero, quien también fue el ingeniero de grabación.