
El rock le cambió la vida a mucha gente, y las 65.000 personas que agitaron River la noche del 21 de junio, bajo la bandera de Los Piojos, son prueba de eso. Pasaron dieciséis años desde la última vez, el tiempo suficiente para que un padre piojoso se convierta en un señor de mediana edad y una criatura en un fan con derecho adquirido. Hay chicos que no habían nacido en 1988, cuando la banda empezaba a tocar en El Palomar, ni siquiera en 2009, cuando se despidieron en ese mismo estadio. Sin embargo, anoche cantaron esas canciones escritas mucho antes de que existiera Spotify como si las hubieran vivido, porque la memoria popular tiene esa forma tribal de transmitirse: no hace falta haber estado para saber lo que va a suceder.
Los famosos regresos tienen mala prensa, suelen oler a repetición, a merchandising o a “una más y nos vamos” para pagar deudas o reordenar el ego. Pero lo que ocurrió fue otra cosa, tal vez porque los rituales no vuelven, sino que se reencarnan, o porque, a diferencia de otros “comebacks”, este traía consigo la carga de una ruptura real. La banda no quedó congelada en el tiempo, se separó de verdad, con sus peleas internas y la distancia que se abrió entre Ciro y el resto. Por eso esta reunión necesitó su propio tránsito, siete fechas en La Plata, dos festivales (Cosquín y Quilmes Rock), y escalas en Córdoba, Rosario, Mendoza y Parque de la Ciudad. Una peregrinación previa al altar que significa el Monumental, el mismo estadio donde se despidieron aquel 30 de mayo.

El grupo recuperó parte del repertorio original, pero no replicó la formación. Andrés Ciro Martínez estuvo acompañado por Dani Buira en batería y Piti Fernández en guitarra, pilares históricos de la banda. Luli Bass ocupó el bajo en lugar de Micky Rodríguez, cuya ausencia dejó un vacío sensible; Roger Cardero, ex reemplazo de Buira en los últimos años, regresó a la batería, mientras que el guitarrista Juan Manuel Gigena Ábalos y el percusionista Changuito Farías Gómez completaron este mapa temporal.
Las campanas iniciales dieron paso a un arranque feroz con “Llevátelo”, “Te diría”, “Desde lejos no se ve”. La palabra “familia” sobrevoló la noche, se materializó en las tribunas y sobre el escenario. Niños en los hombros de sus padres, mientras la banda compartía el escenario con los hijos de Ciro, Piti y Dani, e incluso presentó “Las Liendres”, un conjunto de percusión conformado por descendientes de los músicos.

Durante casi tres horas, se escucharon clásicos como «Como Alí», «Tan Solo» y «Ruleta». Hubo pogo, lágrimas, banderas que se deshilachaban desde los 90. Pero el momento que quebró la lógica del revival fue el estreno de «Paciencia», una canción inédita que se transformó en uno de los puntos más altos de la noche. “Sueño con un mensaje, imagino ese beso”, cantó Ciro, antes de pronunciar la frase que le da título, “Paciencia, me dijo la bruja, paciencia”. El tema se viralizó rápidamente en redes sociales, encendiendo una nueva llama entre los piojosos.
Ya al final, como marca la liturgia piojosa, Ciro se tomó su tiempo para leer banderas. Ese momento de comunión improvisada, en el que el escenario se vuelve mirador del país real. ¿De dónde vienen? ¿Qué traen? ¿Qué recuerdan? Nadie se salva solo: ni las bandas, ni el público, ni el rock. Porque nadie se salva solo: ni las bandas, ni el público, ni el rock mismo. Cerraron con “Genius”, “Farolito” y “Y Qué Más”, pero el ritual seguía vivo. Esta misma noche volverán a subir a ese escenario para su última función en River, marcando la continuidad de un género que, a pesar de todo, sigue encontrando nuevas formas de existir.