
Toda autobiografía es, antes que nada, un acto de narración. Y como todo relato, está atravesada por la mirada de quien la cuenta. Se necesita una cuota de sensibilidad, gran honestidad y el talento suficiente para transformar los recuerdos en algo más que una enumeración de hechos. Escribir sobre uno mismo exige cierto coraje. Es enfrentarse al pasado, rescatando vínculos y reviviendo sentimientos. Requiere de cierta reverencia por la vida misma, un reconocimiento de que lo vivido, por cotidiano o insignificante que parezca, merece ser compartido. No todos se sienten con la necesidad o la autoridad para contar su propia historia, y son pocos los que logran encontrar en sus experiencias una discurso valioso. Woody Allen lo hizo en A propósito de nada, Elton John en Me, Morrissey en Autobiography. Cada uno con su forma de entender la memoria. Sin embargo, ninguna de ellas logró tener la resonancia de Just Kids.
La música de Patti Smith siempre estuvo presente en mi vida. Era una presencia familiar que, sin embargo, había mantenido a cierta distancia. Su voz, su figura rockera, la intensidad de sus shows, todo eso estaba claro en mi mente, pero no había hecho el esfuerzo de explorar a fondo la mujer que se encontraba detrás de esa fachada. Fue una amiga quien me dijo que no se podía comprender del todo su obra sin haber leído al menos un fragmento de su vida. Así llegué a su “lado B”, que en realidad no tiene nada de secundario. Su primera memoria fue el punto de partida hacia esa otra dimensión, muchas veces opacada por su renombre como pionera del punk.
En tan solo unas pocas páginas, comprendí que no existe una ruptura entre las dos facetas de Patti. Su pluma transita la poesía y la música. En su escritura no hay afán por contarse a sí misma, sino por convocarnos, por invitarnos a un espacio donde todos, de alguna forma, podemos reconocernos. No se trata de una narración sobre su vida personal, sino de una representación más comunal. La suya, claro, aparece: la bohemia neoyorquina de los años setenta, el Chelsea Hotel, su amor por Robert Mapplethorpe, las caminatas infinitas por calles sin nombre. Pero lo que queda flotando, en realidad, es otra cosa. Una forma de mirar y nombrar el mundo.
¿Qué se elige contar? ¿qué se deja afuera? ¿qué silencios se respetan y cuáles se rompen? Lo sabe todo. Lo entiende de manera intuitiva. Porque antes de ser una gran escritora, es una gran lectora. Sus libros están impregnados por su admiración por figuras como Lorca, Camus o Rimbaud. Al igual que sus precedentes, utiliza la palabra como medio para transitar el dolor. Y acá es donde reside lo más punk de su obra: en la escritura como forma de insubordinación. En la fidelidad a una visión del mundo que, ante todo, apuesta por la belleza como una forma de rebelarse.
Leerla es sumarse a una conversación más amplia sobre el arte, la identidad y la memoria. Por eso, en el marco del Día del Libro, te recomendamos tres títulos esenciales para descubrir (o redescubrir) su literatura: Just Kids, M Train y Year of the Monkey.
Just Kids (2010)
“A Robert le interesaba cómo hacer la fotografía, y a mí cómo ser la fotografía”, escribe Smith.

El libro revive una etapa en la que la vida de Patti era pura promesa, una época marcada por el deseo ardiente de crear y descubrir. Publicado en 2010 y reconocido con el National Book Award, Just Kids no busca idealizar el pasado, sino mostrarlo con crudeza y mucha ternura. Smith narra su juventud y su lazo con el fotógrafo Robert Mapplethorpe sin poses. Fueron amantes, compañeros, cómplices, una familia elegida. La historia comienza y termina con la muerte del artista en 1989, víctima del VIH, otorgándole al relato una estructura circular.
M Train (2015)
M Train es el retrato íntimo de una Patti distinta: ya no la joven hambrienta de arte en Nueva York, sino una mujer solitaria que dialoga con la ausencia. Publicado como una suerte de diario íntimo, el libro invita a recorrer los cafés donde escribe, los sueños que la visitan y los libros que la acompañan. A diferencia de Just Kids, transita los años posteriores a su álbum debut Horses (1975) y se adentra en la madurez de una artista que aprendió a habitar el duelo.

La obra es un mapa de pérdidas: la muerte de Mapplethorpe, la de su esposo Fred "Sonic" Smith en 1994, y poco después, la de su hermano Todd. Durante ese tiempo, se retiró del escenario, vivió en Detroit, crió a sus hijos y escribió de madrugada, en el sigilo que ofrece la rutina familiar.
Year of the Monkey (2019)
La artista abre su relato en la Nochebuena de 2015, cuando, con setenta años recién cumplidos, llega al Dream Motel en Santa Cruz tras un concierto en San Francisco. En ese escenario, inicia un diálogo imaginario con el letrero del hotel, y así se despliega un viaje donde la memoria, la fantasía y la vigilia se mezclan sin claridad.

Smith medita sobre el paso del tiempo, el envejecimiento y el desconcierto ante una nueva era política, marcada por la sorpresiva irrupción de Donald Trump. Al mismo tiempo, revisita el dolor de las pérdidas que la atraviesan: la del productor Sandy Pearlman y la del dramaturgo Sam Shepard, su amigo y cómplice creativo.