
Toda autobiografía es, antes que nada, un acto de narración. Y como todo relato, está atravesada por la mirada de quien la cuenta. No basta con haber vivido una vida interesante: se necesita sensibilidad, honestidad y el talento suficiente para transformar los recuerdos en algo más que una simple enumeración de hechos. Escribir sobre uno mismo exige coraje. Es un ejercicio de vulnerabilidad que implica enfrentarse al pasado, rescatar momentos olvidados, revivir vínculos y encontrar sentido en lo vivido. Muchos se animaron a ese desafío. Woody Allen lo hizo en A propósito de nada, Elton John en Me, Morrissey en Autobiography. Cada uno con su forma de entender la memoria. Sin embargo, pocas obras lograron la resonancia que tuvieron Just Kids, M Train y Year of the Monkey.
La música de Patti Smith fue una constante en mi vida, una presencia familiar que, sin embargo, había mantenido a cierta distancia. Conocía la voz, la figura rockera, la intensidad del escenario, pero no había intentado adentrarme en la mujer que habitaba detrás de todo eso. Fue una amiga quien me dijo que no se podía comprender del todo su obra sin haber leído al menos un fragmento de su vida. Así llegué a su “lado B”, que en realidad no tiene nada de secundario. Un universo literario que a menudo queda opacado por la fuerza de su renombre como pionera del punk.
Just Kids fue mi punto de partida hacia esa otra dimensión de la cantante. En tan solo algunas páginas entendí que no hay ruptura entre sus dos facetas. Es una sola la pluma que transita la poesía, la música y la memoria. Y su conexión es innegable. Ella escribe porque antes lee. Su escritura se alimenta de esa pasión por Lorca, por Camus, por Rimbaud. Entiende la palabra como herramienta para resistir. Y quizás ahí está lo más punk de su obra. En el gesto de escribir como forma de insubordinación. Su rebeldía está en la sensibilidad, en la contemplación, en la fidelidad a una visión del mundo que apuesta por la belleza.
Leerla es participar de una conversación más amplia sobre la memoria, el arte y la identidad. En el marco del Día del Libro, te recomendamos tres títulos esenciales de Patti para celebrar la literatura.
Just Kids
Just Kids es un relato sobre la amistad, el arte y el despertar creativo de dos jóvenes que, a fines de los años 60, llegaron a Nueva York con más sueños que certezas. Patti y Robert Mapplethorpe fueron dos almas que decidieron acompañarse en el tránsito hacia la madurez artística y personal, unidos por un pacto no dicho de lealtad y amor al arte.

El libro se inicia y concluye con la muerte de Mapplethorpe, y en ese marco cronológico, la autora reconstruye los años fundacionales de su vida juntos. Se conocen en 1967, cuando ambos tenían apenas 20 años y vivían con lo mínimo: sin hogar, con escasos recursos, pero con una férrea voluntad de creación. En las páginas, narra su arribo a Nueva York con una mochila repleta de libros, dibujos y poemas, y un hambre – literal y simbólico – de expresión.
“A Robert le interesaba cómo hacer la fotografía, y a mí cómo ser la fotografía”.
M Train
Luego vino M Train, y con él, otra Patti. Una que ya no es la muchacha hambrienta de Nueva York, sino una mujer sola que conversa con la ausencia. Este libro es la estación después del amor. La artista nos invita a habitar su cotidiano: los cafés que frecuenta, los sueños que persigue, los libros que la habitan.
A diferencia de su predecesor, que se centra en su juventud y la relación con Robert, recorre los años posteriores al lanzamiento de su álbum debut Horses (1975), explorando las pérdidas personales y el interior de una artista madura.

El libro funciona como un mapa de las ausencias que la moldearon: la muerte de Mapplethorpe en 1989, la de su esposo Fred "Sonic" Smith en 1994, y la de su hermano Todd poco después. En este periodo, Patti se alejó de los escenarios para vivir en Detroit, donde crió a sus hijos y escribió en las madrugadas, en silencio, antes de que despertara su familia.
Year of the Monkey
Comienza la Nochevieja de 2015, cuando Smith, recién cumplidos los 70 años, llega al Dream Motel en Santa Cruz tras un concierto en San Francisco. Allí, en un diálogo imaginario con el letrero del hotel inicia su relato. A lo largo del camino, la autora reflexiona sobre la fragilidad del tiempo, la vejez, la muerte de seres queridos – como su amigo Sandy Pearlman y el dramaturgo Sam Shepard – y el desconcierto ante el clima sociopolítico de la llegada de Donald Trump al poder.
