
En 1971, Cher lanzó una canción que comenzaba con una escena digna de John Steinbeck: una niña nacida en un vagón de un espectáculo ambulante, con una madre que bailaba por monedas y un padre que vendía tónicos milagrosos mientras predicaba evangelios. Medio siglo después, esa historia, cantada en "Gypsys, Tramps & Thieves", sigue siendo una de las narraciones más atrevidas que el pop estadounidense haya llevado al primer lugar del ranking Billboard Hot 100.
Hoy, Cherilyn Sarkisian cumple 78 años. En casi ocho décadas, transitó todos los caminos posibles de la cultura pop: del folk psicodélico al eurodance, del Oscar a la cirugía estética, de ser la mitad morena de Sonny & Cher a convertirse en un ícono queer. Pero fue con esa canción, presentada como el primer sencillo de su séptimo álbum de estudio, que se consagró como solista y, más importante aún, como narradora de los marginados.
El tema fue compuesto por Bob Stone bajo el título original "Gypsys, Tramps and White Trash", pero el productor Snuff Garrett presionó para modificarlo antes de su lanzamiento. El cambio no alteró la carga política ni social de la canción. En tres minutos y medio se abordaban temas como la pobreza estructural, la discriminación, el embarazo adolescente y la violencia simbólica hacia las minorías sociales.
El single fue lanzado apenas cuatro años después de su último hit, "You Better Sit Down Kids". Para entonces, muchos daban por concluido su ciclo de éxito como solista. Sin embargo, llegó al número uno en el Billboard Hot 100 y se mantuvo en la cima durante dos semanas. También alcanzó el primer lugar en Canadá y se ubicó entre los primeros diez en Reino Unido. Vendió más de 2.9 millones de copias, convirtiéndose en el mayor logro comercial de la cantante hasta ese momento.
Que una canción con semejante contenido llegara al número uno del chart fue un shock para la industria. Pero el timing también ayudó. Estados Unidos estaba sumido en la resaca de los 60: la guerra de Vietnam, el racismo estructural, el feminismo de segunda ola, la contracultura, Nixon. En ese caldo, una historia sobre una chica pobre y estigmatizada, cantada por una mujer que ya era símbolo de rebeldía estética (recordemos que Cher es de ascendencia armenia, algo que nunca ocultó ni maquilló), tenía potencia.
Con los años, fue interpretada desde múltiples ángulos. Algunos la vieron como una denuncia social camuflada en formato pop; otros, como una pieza de ficción kitsch, una especie de novela pulp convertida en hit radial. Pero lo que no admite discusión es su permanencia. Más de cinco décadas después, la canción sigue sonando en las radios, sobreviviendo a modas y algoritmos.