La cadencia en la voz de Matías Gowland trabaja con la deformidad, se extingue antes de terminar una palabra y en la próxima la acentúa encabalgando sobre una guitarra. Matías es Pulpo Oplup, y Zatiam es su primer disco, que salió en abril. Allí la forma es extraña, y la canción “La tregua” es, para imponer una analogía, su punto más alto. Una base progresiva de batería y teclados setentosos que rompe con sintetizadores krautianos. Gowland habla de irse, de la miel, del instante, y cuando no podía haber más complejidad en la lisergia, aparece la voz gutural en los coros de Shaman Herrera, el productor del disco.
Este proyecto solista se alía con músicos para cada disco o EP, y se deja intervenir por ellos. En Zatiam se siente el influjo de Shaman Herrera en la estructura, complejizada en cada canción, con capas de sonidos y arreglos que hacen de estas diez canciones una joya desprevenida del indie. Un indie donde el universo personal está ligado a la psicodelia de los sintetizadores, nieto del rock de los 70, hijo de la canción nacional. “No olviden a Julio, que nació en febrero, un día de lluvia y se está ahogando”, dice “Canción para Julio”. Hay humor desconcertante, hay una voz que rebota entre pianos, órganos y sintes. Algo está diciendo Matías Gowland sobre el mundo que está tangible acá afuera y el que no conocemos, el que es un misterio o un desconcierto. “Creo que es un disco de amor por momentos, de esperanza en ese amor y a veces muy confuso y oscuro”, afirma, y sostiene en palabras lo que se escucha en la música: la búsqueda era atmosférica. Un primer disco después de algunos EP es un riesgo y una aventura, la experiencia con Shaman, el músico y productor de discos fundamentales en la escena como la trilogía de Él Mató a un Policía Motorizado, le dio ritmo, confianza y orden. “Me ayudó mucho a nivel confianza en mí mismo. Y en el estudio se mueve como pez en el agua, hay un ritmo en lo que hace. Fue una experiencia muy grosa haber hecho esto con él”.
Zatiam parece haberse gestado durante muchos años, tras el cúmulo de escuchar una escena crecer en los últimos años. Hay, también, un riesgo enorme en presentar un proyecto de este tipo hoy, de hacerlo sonar en vivo, de sostenerlo como creación individual. El primer disco de Matías Gowland vale la pena ser escuchado.