Hay músicos reconocidos y verdaderas estrellas de rock. Y con su nuevo álbum, Mumford & Sons abandona los instrumentos folk por un sonido para grandes estadios tipo U2, en búsqueda de unirse al panteón de los dioses. Establecidos en Londres, Nueva York y Hollywood, afirman: “Estábamos con ganas de hacer algo diferente”.
Los Ángeles, con su bullicio y descontrol, ofrece una serie de bares muy distintos a los tranquilos y amigables pubs que la banda inglesa Mumford & Sons frecuentaba en su tierra natal. El único refugio que encuentran un martes a la tarde, entonces, es un bar privado al que se ingresa con membresía. “Cuando te dedicás a beber en una ciudad, después se convierte en un hábito beber allí –dice el frontman, Marcus Mumford (29), con risa traviesa–. Es por eso que no me gusta tomar en L.A. por mucho tiempo”.
En un lugar del angosto espacio, el equipo de managers de Mumford se acomoda alrededor de una larga mesa, planeando la puesta en marcha del tercer álbum de la banda, Wilder Mind, que fue lanzado el 4 de mayo.
Mumford se acurruca bajo los rayos de sol, con la pierna izquierda estirada, ya que se la lastimó durante un partido de fútbol reciente. El guitarrista Winston Marshall (27) está sentado en un sofá dándole la espalda a la vista panorámica de la ciudad. Están vestidos casi idénticos, con sacos sport hechos a medida, camisas azul Oxford con el cuello abierto y jeans negros ajustados. Marshall, con sus rulos largos hasta los hombros y su físico delgado con look de rockstar, parece haber salido del concierto de El último vals, la despedida de The Band que filmó Martin Scorsese en 1976; Mumford, con su cabello cortado en los costados, zapatos náuticos, sin medias y su físico robusto, parece haber salido del film De mendigo a millonario.
Es difícil pensar en otra banda moderna que haya cambiado tan radicalmente su estilo como lo ha hecho Mumford & Sons. En cada una de las nuevas pistas, la batería es tocada por Mumford, quien empezó como percusionista cuando era adolescente, o por el productor de Wilder Mind, James Ford, más conocido por su trabajo con los Arctic Monkeys. Marshall ejecuta un repiqueteo épico de su guitarra eléctrica mientras que el tecladista Ben Lovett (29) explora texturas profundas y el bajista, Ted Dwane (31) es parte de una sección rítmica real. No es ni folk ni folk-rock: es puro y ambicioso rock a la escala de U2. “Estábamos con ganas de hacer algo diferente desde hace tiempo, y encontramos el momento justo –comenta Mumford–. Bueno, quizá sea un poco tarde. Porque somos una banda con una carrera similar a la de los Beatles en términos de años, y este es recién nuestro tercer álbum”.
Metamorfosis
En septiembre de 2013, luego de cinco años seguidos de estar de gira, Mumford & Sons decidió cerrar esa etapa por un tiempo. “Las personas se olvidan de que si vas a escribir canciones sobre la vida, tenés que vivir –dice Lovett–. En los tours viajás y te encontrás con gente, pero uno no puede escribir canciones sobre eso”. El receso no duró mucho, ya que la banda se reunió en el estudio de Dwane en Londres luego de un par de meses. “Nos extrañamos –dice Dwane tímidamente–. Comenzamos a ser creativos, y cuando tenemos esa creatividad, instintivamente nos miramos”. Ese parate les permitió contar con el tiempo y la libertad para hacer el cambio de sonido hacia Wilder Mind. “Se formó un espacio para la creatividad”, dice Mumford.
Si ellos llegaran a estar temerosos de que esta movida pueda producir cambios en su masiva base de admiradores, están ocultando muy bien esa ansiedad.
(Mumford & Sons ha vendido un total combinado de 5,9 millones de copias en sus primeros dos álbumes, Sigh No More, de 2009, y Babel, de 2012, en los Estados Unidos, según Nielsen Music). Hoy son una banda de rock joven segura de sí misma que en el escenario irrumpe más como Led Zeppelin que como The Weavers.
“Son roqueros –dice Daniel Glass, presidente de su discográfica, Glassnote–. Tienen banjos, percusión; pero cuando vienen a la ciudad, es una experiencia rock and roll. Ellos viven para las giras y los shows”. Mumford y Lovett asistieron a la escuela privada Kings College School en Wimbledon, donde tocaban jazz con el terrible nombre de “Detente”.
Durante una breve estadía en la universidad, Mumford conoció a Marshall, hijo de un ejecutivo de fondos de alto riesgo, que había llegado a la ciudad con su banda, y en un año los tres se reagruparon en Londres, conocieron a Dwane y comenzaron a tocar la música que los impulsó a esa fama increíble. Un hilo espiritual corre a través de la lírica escrita por Mumford en su debut, resultado de su infancia religiosa. Sus padres, John y Eleanor, fundaron una rama británica de la iglesia evangélica llamada Vineyard, la cual Bob Dylan, como todos saben, siguió por un tiempo en los 70. Mumford dejó de asistir a la iglesia de sus padres cuando era adolescente y ya no se describe a sí mismo como cristiano, aunque todavía cuenta con una profunda fe espiritual.
De manera providencial, quizá, la banda tuvo su momento de éxito en los Estados Unidos en los premios Grammy 2011, con el tema The Cave, y secundando a Dylan –otro folky devenido en roquero– en Maggie’s Farm. Esta experiencia hizo eco en la historia de Mumford & Sons, ya que Mumford luego escribió la música de la película Balada para un hombre común, de los excéntricos hermanos Cohen, y contribuyó con la música de Lost on the River: The New Basement Tapes de 2014, un LP de canciones escritas con letra de Dylan. “Fue extraño –dice Lovett sobre el ensayo de los Grammy con Dylan–. Él es increíblemente modesto. Quería hacer lo suyo. No fue hasta la noche que él empezó a entrar en calor y hacer bromas”.
El rock sigue
Con Wilder Mind, el grupo finalmente llegó a un lugar completamente nuevo. “Nunca hubo una discusión manifiesta sobre los sonidos, la dirección o la inspiración”, dice Dwane. Cuando el grupo comenzó a hacer el disco, lo que los miembros trajeron de forma individual ya parecía estar en el nuevo modo. “Estábamos todos en el mismo juego –dice Lovett–. La percusión vino inmediatamente”.
Escrito durante los viajes entre Nueva York y Londres, Wilder Mind trae el espíritu de las dos ciudades. Es también el primer álbum donde los cuatro miembros contribuyeron con canciones de su propiedad, y además todos colaboraron en las letras de alguna canción. La música proviene de variados lugares emocionales y geográficos. “Las historias son crudas y activas –dice Lovett– más que nostálgicas o retrospectivas”.
¿Cómo se siente lanzar un gran disco de rock en tiempos en los que hasta U2 percibe la necesidad de asociarse a Apple para lanzar su último álbum? Al parecer, eso no les preocupa a los miembros del grupo. Como destacan Marshall y Mumford, hay toneladas de bandas de rock esenciales por ahí, como Foo Fighters, Jack White y The Black Keys, sin mencionar a veteranos como AC/DC. Como dice Marshall, “siempre habrá una banda de rock grandiosa”. Pero luego de un momento, no parece estar tan seguro de lo que dijo.