La tormenta estaba cerca, o al menos eso era lo que decía el pronóstico. Ágiles y prácticos, los responsables de la organización del segundo día del festival ¬-que ayer volvió a reunir a 100 mil personas- decidieron suspender la primera franja de artistas y adelantar los horarios. La noticia voló por las redes sociales, y antes de que se acercara un sol inesperado, el predio del Hipódromo de San Isidro ya estaba colmado. El sábado estaba a merced del agua.
Así pasaron por los cuatro escenarios Barco (que terminaron su show con Los Decadentes en el escenario), Marilina Bertoldi, Lucas Bocci y Oriana, entre otros. Durante el show de The Neighbourhood, y de la mano de su tatuado líder Jesse Rutherford, se pudieron ver los primeros amontonamientos de alegría para cantar y bailar esa música escuchada en streaming. Rock alternativo y oscuro para moldear algo de la curaduría exquisita de la quinta edición local del Lollapalooza. Mientras tanto, en el escenario opuesto el desparpajo de Mac de Marco, por demás conocido por sus habituales visitas, dejaba al lo-fi bien parado.
“Lana Gratis / Damas del Rey”, uno de los pocos carteles con cierta originalidad resumió el espíritu estético de la segunda jornada. Y es que el show de Damas Gratis en un festival así era una de las novedades más trascendentes después de que Robert Plant se subiera a tocar con Jack White sin demasiada planificación durante la edición del 2015. Un aleteo de mariposa que reformula el paradigma de un evento. Algunos dudaban, otros festejaban. Lo único que dice Lescano cuando sale ovacionado hacia el escenario es “Cumbia”. Cortito y al pie. Así dispara desde su teclado “Tu tatú”, “Laura”, “El humo de mi fasito”, “100% industria argentina” y el homenaje a la Mona Giménez con “Quién se ha tomado todo el vino”. Todos las saben, todas lo bailan. La alteración de estos factores también se vuelve válida. Lescano los chicanea con lunfardo tumbero mientras disfruta de un nuevo reconocimiento.
Vuelco de 180 grados para Metronomy después de la cumbia. Aunque el líder natural sea Joseph Mount, y que el proyecto haya nacido como un emprendimiento personal y de experimentación, pocas veces se ve la justeza y la finura de una banda inglesa sobre un escenario como lo hacen ellos. Es tremendo el pulso de Anna Prior, y como los tiene atentos a Oscar Cash y Olugbenga Adelekan, para no aflojar con la clave de su propuesta: el ritmo y la practicidad de los arreglos; las programaciones se reducen casi a cero. La voz líder se multiplica cuando varía las estrofas y los teclados puestos hacia el público lanzan lo que quedará retumbando de las canciones que salen, preferentemente, de los discos Love Letters y Summer ’08.
No es casual que al inicio del show de Liam Gallagher los más jóvenes le estén dando la espalda. No se trata de ninguneo, es la atracción de los beats que larga Mac Miller mientras frasea con energía desde el escenario alternativo. De campera azul y una flor tatuada en su cuello, el rapero nacido en Pensilvania es otra de las pruebas de que el hip hop en Argentina toma cada vez más la atención de las nuevas generaciones. De todas formas, el gritón que antes cantó en Oasis está plantado sobre el Main Stage 1 y también dice lo suyo. Se pasea entre As You Were -su primer disco solista- y algunos éxitos de su antigua banda. El parco de figura torcida no se molesta en buscar variantes, él mismo lo venía diciendo sobre su nuevo disco: “No quise reinventar nada, ni jugármela por algo muy distinto. Quise volver a lo clásico, pero esta vez, lo hice a mi manera”.
Vestida de negro, Lana Del Rey es hipnótica. No responde al volumen, ni a la velocidad, ni a la ansiedad de esta época. Se aceptan consejos con esa presencia. Su voz, fundamental en el show, por momentos queda sola contra la tormenta que acecha y frente a las más de 30 mil personas que la miran en silencio, o a los gritos. Casi a cara limpia, se muestra reflexiva y se pasea por todos los hits de su carrera. No prioriza los temas de Lust for Life, su disco editado el año pasado.
Cuando se saca su campera de cuero, y la tira al público, Lana sigue de negro. Durante algunos momentos musicales tiene sus voces sampleadas pero eso no quita el perfume dramático y la intimidad que describen sus canciones. Después de acostarse en el piano y de interpretar versos lentamente –su lengua juega por fuera de sus labios-, la mujer nacida en Nueva York otorga el momento millennial de la jornada. Frena el show, baja hasta las gradas y comienza una serie de fotos y saludos. Un pibe queda en foco mientras se saca su selfie con una de las figuras más grandes del pop actual y luego le roba un beso. Lana vuelve al escenario con un vinilo, una rosa y una bandera de Argentina.
El desenlace quedó en manos de The Killers con su contundente show de estadios y un alternativo para el rapero Wiz Khalifa. Mientras Brandon Flowers probaba a un nuevo batero del público llamado Maxi, Khalifa se olvidaba de las cuatro llamaradas que conformaban parte de su show y saltaba hacia atrás para evitar su fritura. DJ Snake, mudado al Perry Stage, bancó las ondas sonoras para sostener esa tormenta que amenazó desde la tardecita pero que nunca llegó. Susurros del río y milagros concedidos a Pablo Lescano.