En vivo, Florence Welch –la carismática líder de la banda de rock orquestal Florence & The Machine– adopta una forma majestuosa, cambiante, casi andrógina, merodeando en el escenario con el característico andar a lo Mick Jagger por un momento o doblando sus brazos como espirales a lo Stevie Nicks. Welch aprovecha sus largos y delicados dedos para tocar un arpa imaginaria, haciendo sonar las notas del instrumento como por arte de magia. Sobre el escenario, viste grandes capas con alas y sacos con borlas, y se cubre a sí misma con rosas, con su cabello rojo intenso flameando como marca registrada. Hoy, existe la oportunidad de evidenciar esta escena en el Main Stage del Lollapalooza Argentina a las 22 hs.
La presentación en Coachella el año pasado fue solo el tercer show luego de un año sin estar de gira, y, de algún modo, pudo haber sido lo mejor que le pasó. El 2 de junio, la banda lanzó su tercer álbum, How Big How Blue How Beautiful, y Welch salió de gira por el resto del año. Su tour anterior –casi todos shows regados por el interminable alcohol– casi la hace culminar en un colapso nervioso. “Solía tomar mucho antes de cada presentación –dice–. Soy bastante tímida, en realidad; esa es la razón por la que lo hacía. Pero ya lo dejé. Cuando finalmente me tomé el tiempo para hacer este disco, me dediqué a fortalecerme. Y cuando volví a la lucha, no quise perderme eso”.
En parte son las presentaciones en vivo las que hacen que Welch sea la favorita de varios de sus colegas: Beyoncé, Usher y Ellie Goulding son sus fans. (“No hay nadie tan audaz como Florence sobre el escenario –dice la cantante inglesa Jessie Ware–. Es un sueño verla”). Su encantador y adorable sentido de la moda también encandiló a sus pares. Taylor Swift, una amiga a la cual Welch visita en su casa cada vez que pasa por Nueva York, la ve como una artista completa. “¿En qué se destaca Florence? En todo –le cuenta Swift a Billboard–. Cada vez que estoy cerca de ella, percibo que es la persona con más magnetismo del lugar; y se encuentra rodeada de gente fascinada por la idea de estar cerca de ella. Cuando le presentan a alguien nuevo, al darle una cálida bienvenida inmediatamente lo desarma. He conocido pocas personas eléctricas en mi vida, y Florence es una de ellas”.
La máquina
Welch puso reparos para hablar sobre la presión comercial que rodeó a su último álbum. “Trato de no pensar en eso –afirma–. Soy una clase rara de persona ambiciosa, porque nunca me preocupó tener un single Nº 1”. Su foco han sido los shows. “Recuerdo que tenía 20 años en el festival de Glastonbury. Fui invitada para cantar Sunday Tea Tent y tenía puesto un anorak, pero no botas de lluvia, y fue uno de los Glastonbury más húmedos y barrosos de todos los tiempos. Miré el escenario Pyramid y pensé: ‘Espero poder tocar allí una vez más’”, cuenta. Y, de hecho, tocó en Pyramid en junio, en uno de sus primeros shows luego de que su pie se curara. “Es fuerte que uno desee que algo pase en su vida y que finalmente ocurra”, dice. “Al ser una británica pesimista, eso es algo complicado de manejar. Mientras que en L.A. –continúa, refiriéndose a la ciudad donde vive cuando no está de gira– dirían: ‘Te estás manifestando’. Pero, obviamente, no estuve allí el tiempo suficiente como para sentir que me merezco todo esto”.
Welch perfeccionó su voz cantando en su pequeña habitación en Camberwell, Londres. Su padre –un ejecutivo de publicidad británico– y su madre –una profesora proveniente de Boston especializada en el Renacimiento, que se mudó a Inglaterra en 1981 y todavía vive allí– se divorciaron cuando Welch tenía 11. Su madre comenzó a salir con otro hombre, entonces Welch y sus dos hermanas se mudaron con él y los hijos de este calle abajo. Su abuela materna, que sufrió de trastorno bipolar, se suicidó cuando Welch tenía 13. La cantante respondió a todo esto retrayéndose sobre sí misma, inventando mundos de fantasía y cantando en su habitación. También sufrió dislexia y ansiedad, y volcó sus frustraciones en la música.
A los 18, comenzó a componer música con la babysitter de su hermana menor, Isabella Summers, que es seis años mayor que ella, y a partir de allí se mantuvo como cocompositora de Welch, tecladista y mejor amiga. Se llamaron Florence Robot/Isa Machine antes de establecerse como Florence & The Machine y reclutar al elenco actual de la banda (el guitarrista Robert Ackroyd, el baterista Chris Hayden, el bajista Mark Saunders y en el arpa Tom Monger). Welch dejó la universidad pare perseguir una carrera musical de tiempo completo, tocando en bares y pubs de Londres, y convenció a su actual manager, un DJ londinense llamado Mairead Nash, de que la contratara para cantar en la fiesta navideña de un poderoso industrial luego de haberle cantado borracha una parte de una balada de Etta James en el baño de un nightclub. Después de haber firmado en 2008, Welch se fue a South by Southwest para hacer presentaciones ante la prensa y la industria, y conocer a MGMT, que llevó a Florence & The Machine de gira como banda soporte y ayudó a darle el puntapié inicial al grupo en sus primeros grandes shows.
En el camino hacia el lanzamiento de su debut, Welch se tiñó el cabello de rojo rabioso (su color natural es castaño) y comenzó a experimentar con vestuarios glamorosos. La banda realizó su primer gran show presentando Dog Days Are Over en los MTV Video Music Awards de 2010.
Welch admite que mucho de su primer vestuario y comportamiento teatral constituyó una suerte de mecanismo de defensa. “Hice mi primera producción importante cuando tenía 20, y fue la primera vez que me vi a mí misma en un periódico –recuerda–. Tenía puestos unos shorts, con una sonrisa tonta y estaba muerta de miedo. Cuando la vi, me dije ‘De ninguna manera’. Era muy en crudo, muy expuesto para ser real. Y tan fuera de época, entonces encontré maneras de protegerme a mí misma. Mi cabello se convirtió en rojo brillante, mis cejas se destiñeron, mi ropa pasó a ser completamente negra y gótica. Tuve una fase Siouxsie Sioux, parecía una clase de murciélago. Estaba siempre borracha, gritándole a la multitud. Era mi manera de sobrellevar toda esa atención”.
Sanar
Para la cantante, dejar de salir de gira en 2014 provocó el momento en el que pudo descansar para componer el tercer álbum de la banda. Acampó con Summers en Los Ángeles. “Vivimos en una casita de muñecas de locos en la ladera de una montaña –cuenta–. L.A. es todo cielos azules y manejar y escuchar a Neil Young. Me metí mucho en L.A., la manera que voy a full acelerando con todo”. Pero el tiempo libre la encontró perdida. “Tuve como un colapso nervioso y limpié un poco el lío en el estudio. Solo me tengo a mí misma. Sin la estructura de la gira, tenés que enfrentarte con tu propio caos”, dice. “Estuve tocando en shows sin parar desde que tengo 21. Cuando me dejaron por mis propios medios, me di cuenta de muchas cosas. Estuve yendo y viniendo de una relación, yendo y viniendo de la bebida. Era como estar constantemente levantándote y cayéndote. Y eso es extenuante”.
El etéreo álbum de Florence & The Machine, Ceremonials, hace referencia a la mitología y a la escritora Virginia Woolf. Con este disco, Welch estuvo finalmente lista para manejar su vida personal. Cuenta que Swift ayudó a que ella estuviera más cómoda para contar sus experiencias en las canciones: “Taylor afirma que uno tiene que cantar sobre lo que le está pasando en la vida”. (Dice Swift de ella: “Es la persona más divertida para bailar en una fiesta, pero a los cinco minutos estás sentada en las escaleras al lado de ella teniendo una conversación profunda sobre amor y corazones rotos”).