
Yungblud lanzó Idols, su cuarto álbum de estudio y el primero de un proyecto dividido en dos partes. La entrega actual incluye doce canciones y fue grabada en Leeds, con un equipo de producción reducido y una consigna clara: tomar distancia del ruido y explorar un camino compositivo sin atajos ni fórmulas preestablecidas. El proceso se desarrolló cerca de Doncaster, la ciudad donde creció, en un intento por reencontrarse con un entorno «más inmediato y menos filtrado».
Con 27 años y dos discos que llegaron al tope de los charts del Reino Unido, el artista decidió estructurar este nuevo trabajo en dos mitades. La segunda parte no tiene aún fecha de salida, pero ya forma parte del concepto general del proyecto. En paralelo, su discografía acumula miles de millones de reproducciones, aunque el enfoque de Idols parece desmarcarse de cualquier lógica orientada a métricas.
El álbum abre con “Hello Heaven, Hello”, una pieza de nueve minutos que debutó en la programación de Jack Saunders en BBC Radio 1. Su duración desafía la expectativa de lo que suele entenderse como un “primer corte”. No busca la síntesis, sino una forma más extendida de narración sonora. El siguiente adelanto fue “Lovesick Lullaby”, que apareció en simultáneo con una acción promocional insólita: Yungblud atendió personalmente la barra del Hawley Arms, en Londres, para celebrar el lanzamiento con seguidores.
Otro de los sencillos difundidos antes del álbum fue “Zombie”, con videoclip protagonizado por Florence Pugh. En él, la actriz británica aporta presencia y tensión a una historia que funciona como homenaje al personal sanitario del Reino Unido. Lejos de una construcción épica, el clip propone un recorrido emocional y contenido, que se alinea con el tono introspectivo de la canción.
La producción de Idols fue dirigida junto a Matt Schwartz, colaborador frecuente del artista. También participaron Adam Warrington y Bob Bradley. Lejos de los grandes estudios, el registro de las canciones se propuso recuperar una dimensión artesanal del trabajo de banda, con el foco puesto en el núcleo creativo antes que en la expansión técnica.
El disco se despliega en una secuencia que alterna baladas, estallidos de distorsión, letras que se interrogan por el yo, el deseo, la rutina, y algunas escenas británicas reconocibles: la guerra, los lunes, las multitudes que marchan, el fuego. Con títulos como “Monday Murder”, “The Greatest Parade” o “Supermoon”, la narrativa del álbum funciona como una suerte de crónica dividida en actos.