
“Hoy me agarraste totalmente desconectado”. Parece un mal chiste de la era digital, pero Joaquín Levinton perdió el celular en el taxi camino a la entrevista. Apenas pisó el estudio, lo contó con resignación y comedia, como si ya supiera que todo, incluso eso, iba a terminar formando parte de la narrativa. Porque al fin de cuentas, el cantante es un personaje que relata su vida como si estuviera en un talk show permanente. No le hace falta ni siquiera una cámara, se lleva la escena encima. Tiene la teatralidad del rockstar, la tranquilidad del que ya ganó todas las guerras que le importaban y el carisma de los que saben que, si hay que elegir entre la perfección y el efecto, siempre conviene apostar por lo segundo.
Hace unos días volvió a estar en boca de todos, aunque no precisamente por su música. Una deuda acumulada con Aysa (Agua y Saneamientos Argentinos), en medio de la ola privatizadora y el decreto que habilita el corte de servicios por falta de pago, lo convirtió, por unas horas, en trending topic involuntario. “Lo bueno es que esa tal ‘Aysa’ no me persigue más”, dice, aludiendo a la catarata de mensajes que recibía de la empresa. “Tuve que vender esa casa hace un mes, le di la plata de la deuda al que la compró”. Hay algo de esa irresponsabilidad que lo seduce, aunque él lo niegue. “Yo soy un volado pero con buena intención. Siempre quiero resolver las cosas, como tener el celular a mano… pero lo pierdo. Soy un tipo responsable, pero soy pésimo para los trámites”.
Esa misma lógica performática atraviesa Polvo de estrellas, el nuevo disco de Turf, que es, al mismo tiempo, un álbum y un programa de televisión ficticio. Un late night imaginario donde cada canción funciona como una entrevista, y cada entrevista como una relectura de los grandes clásicos de la banda, reinterpretados por algunas de las voces más reconocidas (y diversas) de la escena actual, como Milo J, Lali, Fito Páez, Conociendo Rusia, Miranda!, Vicentico, Luck Ra, Yami Safdie, Santiago Motorizado y La Delio Valdez.
Son diez formas distintas de volver a decir lo mismo que decían en los entre los 90 y los 2000, pero con otro presente. Porque el grupo, desde el principio, fue eso: una rareza que irrumpió cuando el grunge dominaba el mapa global y la cultura argentina aún giraba en torno a la solemnidad del “rock nacional” con esa mística de intocable. Con Charly García como padrino espiritual, aquel puñado de jóvenes se atrevió a cambiar las reglas del juego. En 1997 editaron Una pila de vida, su primer disco, que ya contenía varios de los éxitos. La frescura no estaba solo en las canciones, sino en esa actitud lúdica y provocadora de no tomarse nada demasiado en serio, excepto la música.

“El disco es como jugar con amigos”, dice Levinton. “Tenemos la suerte de contar con invitados que admiramos muchísimo. Además, es una forma de que las nuevas generaciones escuchen esas canciones desde otro lugar. Y, claro, también es una manera de sacarnos las ganas”, agrega. El criterio de selección -advierte Leandro Lopatin, entre risas- fue “muy, muy serio, se estudió mucho la situación”. Pero más allá de la ironía, hubo cierto orden: intuición, afinidad y ganas de divertirse. Algunos nombres estaban en la cabeza desde el principio; otros llegaron como sorpresas, como lo fue Páez. “Estábamos almorzando y Joaquín -que en ese momento todavía tenía teléfono- empezó a hablar de la posibilidad de sumarlo a ‘Contacto’ y me dijo: ‘¿Y si le escribo por Instagram?’. Le mando el mensaje ahí mismo y Fito respondió al toque, fue increíble”.
“No es solo volver a darle vida a canciones que conocemos, porque las tocamos un montón y las seguimos tocando en vivo. Es un proceso para divertirnos y ofrecer algo distinto”, agrega Lea. Paradójicamente, la historia con Lali también empezó con un celular. “Estaba mirando pavadas en el teléfono cuando me crucé con un video de ella en una página de chimentos. Estaba cantando ‘Loco un poco’ en La Patagonia con una guitarra y sus amigos”, recuerda Joaquin. “No lo podía creer, pensé; ‘fua, le gusta Turf, que buena onda’. Conseguí su número a través de un amigo y le escribí por Whatsapp, al igual que Fito, me respondió al toque”, remata, como si la velocidad de respuesta fuera una forma de medir la química.
La primera escucha del álbum tuvo lugar en el Planetario de Buenos Aires, y fue completamente gratuita. “Mientras todos están obsesionados con lo que ocurre bajo el mar, nosotros los llevamos al espacio. Somos un poco distintos”, bromea Joaquín, haciendo referencia a la expedición submarina del Conicet. Pero esa experiencia fue solo un aperitivo de lo que se vivirá el próximo 15 de agosto en el Teatro Gran Rex, fecha oficial de la presentación. “Si lo cuento, ya no sería sorpresa -advierte-, pero puedo adelantar que más de la mitad de los colaboradores del disco estarán esa noche. Va a ser un momento muy especial para nosotros”. Pero el show, como todo en esta banda, es solo la excusa para seguir diciendo presente después de casi tres décadas.