
Desde hace más de una década, cada nuevo álbum de Miley Cyrus es leído como un capítulo abierto en la historia de una artista que se rehace constantemente ante los ojos del mundo. Desde que se despojó simbólicamente de la peluca de Hannah Montana, hay una tentativa en ella por esquivar la repetición y, al mismo tiempo, por reconciliarse con la contradicción que la habita. De este modo, cada lanzamiento suscita una misma inquietud: ¿quién es Miley ahora?. La respuesta, como siempre, no es definitiva. Pero es ahí, en esa búsqueda sin garantías, donde reside el verdadero corazón de su arte.
Una ópera pop inspirada en The Wall de Pink Floyd, con producción de Shawn Everett, cameos de Brittany Howard y Naomi Campbell, y una intro que parece salida del final de BoJack Horseman. Eso presenta en Something Beautiful, su noveno disco de estudio. La ex “chica Disney” vuelve a explorar su identidad, esta vez desde un lugar más sereno. Lejos del impulso por romper con todo, como en sus etapas más provocadoras, la compositora afina su lenguaje como letrista y apuesta por una obra conceptual que refleja una mirada más clara sobre sí misma.
El proyecto se amplifica con una película musical homónima, codirigida por la propia artista junto a Brendan Walter, Jacob Bixenman y Panos Cosmatos. El film se estrenará el 6 de junio en el Festival de Tribeca, y contará con un despliegue visual alimentado por el trabajo del director de fotografía Benoît Debie. En palabras de Cyrus, en su última entrevista con Zane Lowe, busca “contar la historia desde la música”, sin necesidad de una trama convencional. “No hace falta un personaje. Yo soy el personaje”.
Más allá de su dimensión visual, apuesta fuerte por lo musical. Miley explora con confianza distintos estilos. Un preludio instrumental abre el proyecto, marcando la atmósfera introspectiva que permea toda la obra. La canción titular destaca por su neo-soul con distorsiones de Jonathan Rado, mientras que “End Of The World”, primer single, recupera la energía del pop-rock noventero con un estribillo pegajoso, apostando por un sonido más bien comercial.
Los interludios conectan las canciones con matices que van del country al psicodélico, aportando coherencia y orden. “Golden Burning Sun” pierde algo de frescura respecto a su demo, mientras que “Walk of Fame”, con Howard, introduce un eurodance de seis minutos. El momento más innovador llega con “Reborn”, que mezcla cantos gregorianos, electrónica y rock alternativo. El álbum cierra con “Give Me Love”, una despedida suave y reflexiva, menos memorable que lo que la precede.
La moda es un pilar fundamental dentro de este proyecto. La portada del álbum, capturada por el fotógrafo Glen Luchford, presenta a Cyrus luciendo un traje Thierry Mugler de 1997, una pieza emblemática entre varias joyas del vestuario que dan vida al film que acompaña el lanzamiento. A lo largo de la película, el espectador se encuentra con creaciones originales de leyendas como Alexander McQueen, Jean Paul Gaultier y Alaïa, además de una generosa cesión de archivos de la casa Mugler, tal como se reveló en la presentación oficial del proyecto.
En su esencia conceptual, se inscribe en la tradición de álbumes que buscan liberarse de la tiranía del single comercial. Al igual que Lemonade de Beyoncé o Melodrama de Lorde, este disco se presenta como un statement artístico contundente, una respuesta consciente a una carrera atravesada por la sobreexposición mediática y el juicio constante del público. Ya no busca escandalizar. En Something Beautiful se presenta como una autora consciente de su historia y su lenguaje.