
Durante años, Emilia supo ser eso que el pop exige de sus elegidas. Carismática, prolija, hegemónica, sensual en su justa medida y siempre ajena a cualquier opinión que pudiera molestar. Desde su debut con ¿Tú crees en mí?, encontró un lugar cómodo dentro del canon de la hiperfeminidad complaciente con estribillos suaves, ritmos funcionales y letras que nunca tensaban demasiado la cuerda. Por eso Perfectas, su nuevo EP conceptual, no llama la atención tanto por lo que dice, sino por el simple hecho de intentar correrse, aunque sea mínimamente, del lugar que ocupó todo este tiempo.
A principios de los 2000, Britney Spears le puso melodía a una contradicción que Hollywood conoce de memoria, la de una chica que lo tiene todo, salvo a sí misma. “She’s so lucky, she’s a star”/ “Ella tiene mucha suerte, es una estrella”, cantaba en “Lucky”. Aquella tristeza empaquetada en brillo funcionaba como metáfora perfecta del artificio. Dos décadas después, la cantante retoma esa épica pero la distorsiona; ya no es la muñeca rota, sino la muñeca que se ríe de haber sido armada así. El proyecto se sostiene sobre un hilo conductor, apropiándose del estereotipo e inflándolo hasta el absurdo. Busca exagerar las exigencias hasta volverlas grotescas, desarmarlas de tanto repetirlas y así vaciarlas de sentido. No intenta dinamitar la industria, sino probar qué ocurre cuando una artista se permite jugar con su propio molde.
Son seis escenas distintas pero todas protagonizadas por la misma mujer que encarna, a veces sin quererlo, las múltiples versiones de lo que se espera que sea. La que tiene el culo perfecto (“Bunda”), la que se sexualiza y vende como producto (“Blackout”), la linda que automáticamente pasa por tonta (“Beautiful”), la que camina con tacos aunque le duela (“Pasarela”), la que es vigilada hasta en su descanso (“Servidora”) y finalmente la que parece cansada de actuar (“Perfectas”), o al menos eso quiere mostrar. La ironía está explícita, lo dijo ella misma: “Cada canción representa una exigencia llevada al extremo”. El resultado es un proyecto breve y ultraestetizado, que instala la duda de si esa magnificación alcanza para revertir el mandato, o si termina siendo funcional al espectáculo del que pretende burlarse.
Es también un reflejo de nuestra época, para bien y para mal. En la era de la sobreexposición, las redes sociales se presentan como un ágora distorsionada donde todo se opina. Cancelaciones, juicios, intolerancia al desacuerdo: la cultura de la palabra pública está atravesada por una violencia que desgasta, sobre todo, a quienes se mueven bajo el ojo público. Mantener una carrera implica jugar a este juego cruel, asumir que la perfección performática es una cárcel. Emilia lo sabe, sin embargo, esa certeza no elimina la ambivalencia que la atraviesa, ni la distancia que separa la imagen de la persona (eso no invalida la denuncia, pero sí la expone a contradicciones inevitables).
Musicalmente, los compases, las bases electrónicas y las producciones están alineadas con las tendencias globales del pop urbano contemporáneo. Cada track parece diseñado para llamar la atención y explotar en formatos cortos, con hooks mínimos pero efectivos, pensados para el consumo efímero. Una mezcla de sofisticación que carece de riesgo compositivo pero brilla en su puesta en escena. Refleja a la perfección el zeitgeist del 2025 con videoclips de estéticas barrocas, vestuarios que juegan con lo grotesco y lo artificial de los ’90, como una Barbie mutante que se mira en mil espejos deformantes. Más que subversión, coquetea con la repetición.
La tensión se hace notoria en “Servidora”, un tema que mira de frente la doble condena que sufren las figuras públicas sobre la imposibilidad de cometer errores y el escrutinio constante, junto con la presión de ser intachables en un mundo que solo premia la sensibilidad cuando se exhibe como mercancía. El cierre llega con “Perfectas”, la única canción donde la ironía se desactiva para dar paso a una confesión más directa, y más humana, donde dice sentirse atrapada en esas mismas exigencias que caricaturiza.
En suma, Perfectas es un ejercicio de ironía que se enfrenta al monstruo que Emilia misma ayudó a alimentar. Una crítica que es a la vez una pieza más de ese mandato, envuelta en ritmos impecables y un despliegue visual cargado de símbolos. En ese vaivén, queda la sensación de que más allá del brillo, las palabras no terminan de encontrar su peso. Pero tal vez, en un mundo donde la cultura de la cancelación devora, esa ambigüedad sea justo lo que necesitamos para abrir el espacio a una escucha menos categórica y más compleja. Después de todo, ¿no es acaso la perfección la gran máscara de la vulnerabilidad?