
Si es que estamos ante el último disco de Justin Vernon, habría algo de justicia poética en que haya elegido la esperanza como despedida.
Su música siempre fue un vehículo hacia la incomodidad del existir. Por años escribió desde la herida, desde el duelo amoroso, el desarraigo, el éxito como peso. Y quienes fuimos creciendo a la par de su discografía supimos vernos reflejados en esa búsqueda de sentido. Fue por eso que, cuando se anunció el lanzamiento de SABLE, fABLE, tras seis años de silencio, la noticia desató respuestas, pero sobre todo preguntas: ¿Volverá el artista a abrazar la vulnerabilidad? ¿Persistirá ese hermetismo que convirtió su arte en refugio para algunos y en territorio impenetrable para otros? Sin embargo, bastaron apenas unos segundos de “Short Story”, la canción que inaugura la segunda parte del álbum, para comprender que no era necesario volver a someterse a un aislamiento voluntario en una cabaña de Wisconsin, como ocurrió en For Emma, Forever Ago, para gestar una gran obra.
Algo en el lenguaje de Bon Iver cambió. Y, afortunadamente, para bien. Insinúa, sin proclamarlo, que hay lugar para la alegría, incluso si llega empañada de lágrimas. No se trata de negar el dolor, pero tampoco de glorificarlo. Lo reconoce, lo contempla y lo acomoda en esa vitrina donde están aquellas cosas que alguna vez pesaron demasiado y que, con el tiempo, uno aprende a llevar con más liviandad. De hecho, ya el título del álbum condensa esa dualidad: SABLE (sable), lo oscuro, lo inevitable; fABLE (fábula), el relato que deja una enseñanza. Y es precisamente “Awards Season”, la canción que cierra la primera trilogía junto a “Things Behind Things Behind Things” y “Speyside”, la encargada de articular y sostener ese discurso.


Podría decirse que el disco es un equilibrio perfecto entre la experimentación de 22, A Million y la tibieza instrumental de i,i. Hay una delicadeza en la manera en que se mezclan los elementos, donde los sonidos más electrónicos conviven con instrumentos orgánicos, sin ceder protagonismo. Otro de los aspectos a destacar son los arreglos vocales, una marca registrada de la banda. Los miembros elevan la vara con capas de voces distorsionadas, susurros y coros, que coexisten en una mezcla que, lejos de saturar, potencian el dramatismo de las mismas letras.
Y hablando de, la evolución también es notoria en las letras. Es un disco es totalmente accesible. Por primera vez en mucho tiempo, el músico renuncia a la introversión y se permite hablar con una claridad visceral, sin perder la hondura emocional que siempre lo caracterizó. El ejemplo más elocuente es "If Only I Could Wait", junto a Danielle Haim, una balada que convierte la espera, ese limbo entre el deseo, el miedo y el peso de las decisiones, en tema central, no solo de la canción sino del álbum entero. Sin embargo, no todo mantiene la misma fuerza; piezas como "I’ll Be There" y "Walk Home", aunque interesantes en su riesgo sonoro, no alcanzan la intensidad de los momentos más altos. El cierre, "Au Revoir", funciona como un epílogo sin vueltas: un ritmo calmo y la certeza de que, aunque las respuestas sigan sin llegar, algo en el pecho encuentra su lugar. Un final digno a su nuevo lenguaje: simple, honesto y humano.
¿Es este el cierre de un ciclo? Quizás. Pero no porque haya un adiós rotundo, sino porque SABLE, fABLE ya no necesita probar nada. Es un disco que se permite ser feliz sin vergüenza.