En 2014, Bicicletas fue convocado a participar de Literatura que suena, un compilado que transformaba a grandes clásicos de la literatura argentina en canciones roqueras. Su encargo fue La invención de Morel, emblemática novela de Adolfo Bioy Casares, y produjo algo en el quinteto. “Nos dio una plataforma para reinventarnos. Toda la cosa de realismo mágico que la banda siempre tuvo, por algún motivo surreal, se manifestó más evidente con esa canción –explica el baterista Mariano Repetto–. Es como que la banda tiene un monstruo que se despierta de vez en cuando. Tenemos una voluntad y una necesidad de que cada disco sea distinto al otro. Para que eso pase, deben pasar miles de cosas en el medio. Esa canción nos permitió lanzarnos al futuro”.
Con el monstruo despierto, Bicicletas encaró lo que sería su cuarto disco. Pero no fue fácil: debieron enfrentar embrollos internos y permitir que las canciones encuentren su cauce. Tres años después llegó el resultado: Dos lunas, publicado en noviembre pasado. Sus canciones se encuentran atravesadas por varios rasgos en común: desde el lado lírico, están marcadas por fábulas y ambigüedades inspiradas en la obra de Bioy Casares. “La canción Dos lunas habla de eso. No usé las mismas palabras que Bioy Casares, pero sí lo leí y después la escribí –explica Julio César Crivelli, voz de la banda–. La canción habla sobre La invención de Morel en el sentido de lo proyectado, de lo virtual, de lo que creés que es real, pero no lo es, de la dualidad falso/verdadero, hipocresía/verdad, donde A y B son correctas. En el resto de las canciones también se habla de eso. Hay algunas que lo hacen de forma más evidente, como Miente. En Buey, el primer tema, ya se habla de una fiesta en la que supuestamente está todo bien, donde la gente sonríe solo para la cámara. Todas las canciones tienen como una pequeña contradicción que hace que uno piense ‘¿será que A y B son correctas?’”.
A nivel sonoro, el álbum mantiene la esencia psicodélica y de space rock que siempre caracterizó a la banda, pero esta vez tamizada por texturas electrónicas y el protagonismo de los sintetizadores. “Es un disco de laboratorio”, define Crivelli. “El disco se armó en algunos ensayos, se grabó la batería, y después entramos en un lugar más experimental. Ahí empezamos a jugar en el estudio. El desafío pasaba por ahí: cómo reinventar esto”, añade el guitarrista, Federico Wiske.
Sin embargo, el plan no fue siempre el mismo. Después de juguetear con el pop radial en su antecesor, Magia amor locura animal (2013), la banda apuntaba a un retorno a las raíces. “Yo tenía una meta con este disco, que fue cambiando –confiesa Crivelli–. Andaba con ganas de hacer un disco bien bicicletero, de volver a la esencia psicodélica y roquera. Con el pasar, se fue incorporando un elemento de música electrónica que siempre estuvo, pero era un pequeño condimento. Al final terminó pasando algo que es superador de lo que yo venía pensando. Se nota que es un disco de Bicicletas, pero incorpora algo más, una instrumentación que funciona como si estuvieras en una nave espacial”.
A pesar de que esté centralizado en los teclados lumínicos, la banda tiene reparos en definirse como pop. “El hecho de que haya sintetizadores no hace pop al disco. De hecho, tiene una energía bastante oscura”, indica el guitarrista. “¿Bicicletas es una banda rock o es una banda pop? No sé, si nos ponen en un festival con bandas pop, quedamos fuera de eje. Medio que estamos en Corea del Centro”, agrega entre risas el baterista.
Esa falta de etiquetas le presenta a la banda al mismo tiempo el desafío y la oportunidad de encarar algo renovador. “Si vos hacés blues, reggae o algo muy particular, hay un camino desde donde arrancar. Como nosotros somos la ancha avenida del medio, no tenemos algo previo. Cada tema te lleva a un lugar loco y único”, señala el tecladista, Ignacio Valdez. “Es parte de nuestra idiosincrasia como artistas. Si decís que sos de un color pleno, a veces creés que va a venir todo de ese color. Siempre creímos que eso nos iba a frenar y no nos iba a permitir ser universales”, añade el bajista, Agustín Pardo.
Bajo este afán de escaparles a las etiquetas y jugar con su estilo muy particular, Bicicletas ya lleva más de 15 años de carrera. ¿Cuál es su lugar en la escena roquera? “Hace poco veía una nota de 2009 que nos ponía como ‘los hijos del rock alternativo’, como los hijos de Babasónicos. Nos veíamos como que estábamos haciendo una línea de vida hacia ahí, más hacia los 90. Después, en un momento tiramos una línea más a los 60 y 70, como Manal, con esa cosa de blues. Ahora, hay una onda de bandas que quieren riffear con sintetizadores y violas, y creo que todos deberíamos comer en la misma mesa”, apunta Repetto.
Con la búsqueda de un rock de corte más global, durante la primera década del siglo XXI se posicionaron en un lugar destacado de la escena independiente. “A nosotros nos pasó de todo”, dispara entusiasmado el baterista. “Tocar con Roger Waters o los Arctic Monkeys…y no sabés si es la vida o es una proyección. En San Juan hay un lugar que se llama Madera, que es como la roquería de ahí, y tiene pintada en la pared un arte de un disco nuestro, y ni siquiera habíamos ido. Después, un chabón que tocaba en L.A. Guns hace el cover de Araña negra, un tema nuestro, y nos enteramos por mail. O ir a tocar al Parque Centenario y ver a una banda de percusión en la que todos sus miembros tenían en su remera el arte de nuestro disco. Hay capítulos judiciales también. Nos pasaron miles de cosas muy extrañas. Son las mil vidas de Bicicletas”.
“Hay como una profecía. No sé bien qué es. Algo que todavía no está pasando, pero va a pasar”, dice Repetto, medio en chiste, medio en serio. “Por eso, en La invención de Morel, el tipo veía dos soles o dos lunas. Uno era el que estaba y el otro era el proyectado”, agrega el cantante, y concluye riéndose: “A nosotros tal vez nos pasa eso. Nos encontramos acá los cinco y siempre estamos viendo la proyección, donde nos imaginamos todas nuestras fantasías roqueras. Algunas ya se cumplieron”.