Una fanática que no baja de los cincuenta años se agarra la cara y tiene los ojos vidriosos. Un chico de diez se sienta en los hombros de su papá y agita el brazo obedeciendo a cada riff de Keith Richards. Un ejemplar de rollinga en peligro de extinción deslumbra con los pasos de baile patentados por Mick Jagger. Son las postales de una noche histórica que pondría el moño final a la semana más Stone del año.
Empezaron con Start Me Up e It’s Only Rock N’ Roll, dos himnos que siempre responden a la expectativa del público, que no supo si saltar, cantar o simplemente quedarse contemplando que el mito es cierto. Hasta Charlie Watts se permitió sonreír, aunque de Jagger y su carisma trabajado nada sorprende: «Que lástima que sea el último show. Pero no se preocupen, porque compré un dos ambientes en Chacarita», bromeó en un castellano fonético.
Con Tumbling Dice, el cantante empezó a moverse de una punta a la otra del escenario, y uno se pregunta qué pasará en ese momento por la mente de un frontman que lleva cincuenta años captando la atención de estadios llenos. Jagger es, notoriamente, el que mejor estado físico tiene entre los cuatro, pero Richards y Woods transmiten más frescura, dos cualidades que seducen especialmente al público argentino.
Out of Control tiene el condimento ideal para el vivo: una estrofa que acumula la energía suficiente para una descarga de rabia en el estribillo. Es, junto a You Got Me Rocking -elegido por el público- el único tema de la noche que los Stones grabaron después de los 90.
En Beast of Burden, la atención se posó sobre el juego de voces entre Jagger y el corista Bernard Fowler, y es la antesala para el punto más flojo de la noche: Paint it Black y la distracción de Ron Wood, que se perdió a la mitad del tema con su sitar eléctrica. Esos momentos de desprolijidad sirven como alarma para Jagger, que salió a dialogar con el público y a preguntarles si la estaban pasando bien. También se permitió saludar a Charly García, presente en las plateas, y al Papa Francisco. Al desliz en Paint it Black se sumó la poca respuesta -en relación a las demás canciones- que recibieron de un clásico country como Honky Tonk Woman.
Durante algún momento en cada recital de los Stones, Keith Richards agarra el micrófono para cantar sus temas mientras Mick Jagger sale a tomarse un descanso. En Happy se notó a la banda en uno de sus picos más altos, con Ron Wood sentado frente a la pintoresca guitarra lap steel. Después llegó el tema más raro de la noche, You Got The Silver, que fue el primero, allá por 1969, en el que Keith Richards cantó solo. Tras una larga ovación, el guitarrista buscó en la mirada de sus compañeros una explicación, y aunque ya no le sorprenda, la reacción del público local lo sigue emocionando como la primera vez.
Jagger volvió de su recreo con la armónica en la mano. Fue el turno de los largos pasajes de Midnight Rambler que, nuevamente, explotaron lo mejor del grupo en su conjunto. A partir de ese momento, el show nunca decreció. Darryl Jones se robó las cámaras durante el riff de bajo en Miss You, una de las preferidas de los argentinos. Y en Gimme Shelter, Sasha Allen hizo que nos olvidemos de Lisa Fisher, la histórica corista de los Stones que no vino a esta gira. Su voz en este himno pacifista dio escalofríos y quebró a más de un sensible desde las tribunas.
El inconfundible riff de Brown Sugar anunció el alzamiento general de manos y la señal de que el final estaba cerca. Es uno de los temas que más exigen al físico de Mick Jagger, que siempre logra salir airoso. Al igual que en los otros shows, vistió una capa roja aterciopelada para presentar Sympathy For The Devil con una puesta en escena mística. Quizás, una de las canciones de los Stones más difíciles de tocar en vivo. Antes de los bises, tocaron otra infaltable como Jumpin’ Jack Flash. Los argentinos encantamos a Richards porque esos riffs nos despiertan una locura muy similar a la que durante los 60 motivó a la expansión mundial del rock.
Para el cierre subió al escenario un grupo coral argentino a interpretar el comienzo de You Can’t Always Get What You Want. «¿Así que son el pogo más grande del mundo?», preguntó Jagger antes de que Richards hiciera sonar los primeros acordes de (I Can’t Get No) Satisfaction. El público lo tomó como una provocación, y despidió a sus ídolos a la altura de lo esperado por Sus Majestades: saltos, ovaciones, gritos y la sensación de haber visto el último show de los Rolling Stones en Argentina.