[Extracto de la nota que salió impresa en Billboard Argentina de mayo]
No hay solo una Juana Molina. Uno cree ver solo a una Juana Molina cuando entre cables y pedales aparece sobre el escenario su forma menuda dentro de un vestido negro entallado y pelo de dorado a plateado, disparando loops, mientras canta y toca su guitarra. Pero no, eso es parte de una estructura mayor. Está Juana la niña, hija de Horacio –célebre cantante de tangos– y Chunchuna –actriz, arquitecta y femme fatale–, cultivada en un hogar donde la música no paraba de sonar. También está Juana actriz casi por accidente, a quienes muchos insistentemente recuerdan de su legendario paso por la TV a principios de los 90. Esa misma Juana es la que usó a la caja boba no como vehículo de inmortalidad, sino para poder grabar discos a partir de 1996. Está Juana la artista, en un principio incomprendida y con el tiempo ungida en un sólido reconocimiento global: discos editados en Europa y Asia, tours anuales en ambos continentes, reverencias de parte de nombres como Radiohead, Feist y David Byrne, etc. Está Juana que llega caminando a toda velocidad, abstraída, con la mirada fija en el suelo, como si su vida dependiera de ello. Está Juana la que no puede escapar de su encantadora teatralidad. Está Juana la mujer, indignada porque unos vecinos humildes de su casa en Pacheco no tienen dónde pescar por culpa del loteo de un country cercano. Está Juana vulnerable, conmoviéndose en un océano de lágrimas por una línea de Silvina Ocampo. Y está Juana, quien acaba de editar su séptimo disco, Halo, un opus de teclados cerebrales, múltiples capas y texturas frías, a algunos kilómetros de distancia de su electro-folk iniciático.
Si hay suerte, puede que las vean a todas ellas, juntas, peleando por el espacio de una sola silla a lo largo de dos horas en un café de Barrio Norte. Sabiduría chamánica, obsesión, sensibilidad y candidez. Bienvenidos a los múltiples universos de Juana Molina.
¿Te gusta dar entrevistas?
[Piensa] No me gusta la idea de dar una entrevista. A priori, prefiero no tener que darlas. Me da fiaca, me hincha. Pero después, depende del encuentro; a veces me voy muy contenta, a veces la paso bien.
¿Cómo les están resultando los ensayos de este disco a vos y a tu banda?
Es muy difícil desenmarañarlo, descifrarlo para ver cómo se toca. En los últimos dos discos fue más difícil resolverlo porque la manera de componer fue distinta.
¿Para Halo hubo una mecánica distinta?
Antes, yo grababa un montón la guitarra, después otra cosa, y a medida que iban apareciendo los diferentes arreglos, instrumentos o ideas, eso ya le empezaba a dar una forma a la canción. Era una especie de composición progresiva. Ahora es distinto, porque por ahí arranca todo junto. Eso se dio con Wed 21 (2013), que fue lo que yo busqué, porque sentí que podía hacer mil discos más como hice hasta Un día (2008).
¿Y el ejercicio de trasladarlo al vivo?
Mucha prueba y error. Primero lo resolvemos teóricamente, que nos parece un quilombo, y después cuando comenzamos a tocarlo, de golpe, se nos empieza a armar. Junto con Diego [López de Arcaute, percusión] y entre Odín [Schwartz, teclados] y yo nos repartimos algunas cosas, pero a veces pensamos que él va a tocar algo, y después termino tocando yo, no sé. Estoy tratando también de sacarme algunas cosas muy técnicas que yo tenía, de los quehaceres en el vivo. En los shows hago 150.000 millones de cosas.
Se nota…
¡Por eso! Quiero hacer un poco menos y estar más suelta. Hay algunos tropezones que quiero evitar, pero me gusta porque es medio como un trabajo de trapecista. Me gusta que haya un vértigo, pero no la parte que arruina una canción. Por ejemplo, yo necesitaría alguien que me habilitara los efectos. Para eso tienen que entrar a mi loopera, entonces es todo un sistema que hay que cranear.
¿Cómo se hace para no perder la frescura? Porque si está todo tan calibrado…
No, no, tiene que estar calibrado de manera tal que vos te puedas mover ahí adentro. Si yo quiero hacer algo más largo, y el sonidista me habilitó una cosa que no me tenía que habilitar porque yo cambié de idea, y ahí… bueno, ese es un tema. Me pasó con los discos anteriores, donde había canciones que realmente no podía tocar sola. Cuando creo una canción, es lo mismo. La oigo 200 veces y le cambio cosas, la vuelvo a escuchar, y si siento que no hay nada que arreglar, que nada le falta o si no se me ocurra otra idea, ahí digo: “Ah, ya está”. De todos modos, prometí que para el próximo disco…
¿Ya estás pensando en el próximo?
Sí. Para el próximo quiero pseudoterminarlo, no escucharlo por un mes y después volver a escucharlo. Y ahí tomar las últimas decisiones. Necesito la introversión de casa, donde edito. Ahí realmente me doy cuenta de cosas. El otro día descubrí que a veces, si vos pulís algo mucho, es como si perdiera la… ¿son los átomos? ¡Las valencias! Las moléculas que tienen valencias libres, es como si estuvieran saturadas, entonces no se pueden mezclar con otras cosas. Creo que es necesario que las moléculas tengan siempre una valencia para poder conectarse con los otros instrumentos, ¿no? Si lo pulís demasiado, eso desaparece y queda como algo aislado, algo que no pertenece a la canción. Además, cuando yo voy armando las cosas, medio que… [acomoda los cubiertos, platos y elementos de la mesa] esto va acá… esto acá… esto… no… Y voy viendo. Cuando viene lo próximo que entra, “el tipo” ya se ubica donde hay lugar. Hay una arquitectura y un civismo.
¿Hace cuánto que no grababas en un estudio?
Desde Rara (1996). Para este nuevo disco, pasó que, en Pacheco, en casa, nos juntábamos con Odín y nos poníamos a trabajar, y no andaba. O no andaban los parlantes, o un teclado o lo otro. Reinstalábamos los programas, formateábamos la computadora, todo el tiempo pasaba algo. Y sigue pasando. No sé… creo que me tengo que mudar [se ríe]. Entonces él me empezó a hinchar con que fuéramos a un estudio, pero yo no quería saber nada. Y un día, fuimos a uno a probar equipos con Eduardo Bergallo [productor del disco] y Odín, y Edu me dice: “Vamos a Sonic Ranch, en Texas. Te va a encantar ese lugar, está buenísimo”. Hicimos números, lo pensamos y viajamos. Fue una experiencia difícil al principio, y genial después. Me costó acostumbrarme a que hubiera gente viendo lo que yo toco. Nunca me pasó eso, y mucho menos en un proceso de composición, donde hago cualquier cosa y nadie se entera. Es como cuando te probás ropa, nadie sabe qué mamarracho te pusiste antes de salir a la calle. Y bueno, yo ya tenía las ideas básicas de los temas y ahí empezamos a desarrollarlas y a probar instrumentos. Los instrumentos son muy generosos. Si vos tocás muchísimo, medio que le imponés al instrumento. En cambio, cuando sos medio…. más o menos, le pedís por favor que te ayude, entonces el tipo te da todo lo que tiene y descubrís cosas que con otros instrumentos no harías nunca.
A lo largo del disco se escucha ese momento en el medio, en varias canciones, en que hacés una pausa…
Yo también lo noto. No lo puedo evitar. Cuando grabamos Rara, en la canción Solo en sueños, con Santaolalla a ese recurso lo llamábamos “la parte”. Después empezamos a ver que había otras canciones de otras personas que de golpe tenían “la parte”, y decíamos: “Che, se está llenando de ʽpartesʼ la música, ¿qué pasó?”. Algunas son muy lindas en este disco. En Cara de espejo y en Pies helados me encanta. Hay una canción que no entró y que más que una parte, tenía montones de partes. Dura como seis minutos. No fue porque la lista se estaba poniendo larga y los involucrados opinaron que esa canción tenía que quedar afuera. Se ve que algo me falló. A mi hija también le gustaba.
¿Tu hija es parte de la consultoría sobre tu música?
Sí, porque ella tiene un gusto determinado. Lo desarrolló a pesar de mí, porque no la cultivé musicalmente. Algunas cosas sí, cuando ella era muy chiquita, que era muy fana de Villa-Villa, de De La Guarda. Es increíble ese disco. Después se desbandó con sus amigas, la lógica de la edad, y después volvió a casa y se llevó mis mejores discos [se ríe]. Y además me muestra cosas que están buenísimas y a las que yo no hubiese llegado. Aparte es medio mala, entonces me viene bien. Me da el hachazo necesario. Bah, no es mala, no puede evitar ser sincera.
Hablando de tu hija, hablemos de tu madre. ¿Cómo se da su aparición en el video de Paraguaya?
Íbamos a hacer el video de Cosoco, pero los que realizan la prensa en Europa decidieron salir con ese tema y yo no llegaba a filmar. Entonces adaptamos eso a la otra canción. La idea era que la madre venía de visita a ver a la hija. La madre re feliz escuchando música, bailando, y la hija tratando de preparar un té en la cocina y se le caía todo, con mucha torpeza. Después nada que ver, pero quedó mamá.
¿Qué opina ella de lo que hacés?
Como es jazzera, por alguna razón que no sé dice que es jazz. [Imposta la voz de su madre] “Descubrí, Juana, ¡que lo que vos hacés es jazz! Distinto, pero es jazz”. Me parece que se refiere al encare, una cosa más libre, que los instrumentos y las partes tienen vida propia y se zafan de la estructura de la canción. Toda la música que escuché, la escuché por mis viejos. Ella se levanta, pone un disco, y hasta que se va a dormir está sonando música. Por eso yo crecí así, aturdida, aunque me aturdo con facilidad.
Por eso decís que no querés escuchar más música.
¡Debe ser! Yo creo que eso me saturó un poco, porque además de que me alimentó, me llené de información. Inclusive, cuando oigo un disco que me gusta mucho, cuando lo apago, me da alivio. Soy un plomo, pero es vital el silencio para mí. Por ejemplo, a mí me encantan las olas, pero lo que más me gusta de las olas es cuando no se oyen. [Hace ruidos y onomatopeyas imitando la espuma] Y hay un pequeño instante en que no se oye nada, y ahí respiro.
Pero si no escuchás nada, ¿qué catalizadores tuviste para estas nuevas canciones?
Ojo, no es que trato de no escuchar música. No es una intención, para nada. Al contrario, porque además siempre llega el momento incómodo en un reportaje en que la periodista me pregunta: “¿Qué estás escuchando?”. Y decir “Nada” es una respuesta horrible. Lo cortás al otro y quedás como una snob, que te estás haciendo la no sé qué, que no escuchás nada. Es un momento de mierda para mí.
Conste que no te lo pregunté.
No. Gracias a Dios [se ríe]. Pero siempre: “¿Cuáles son tus influencias para este disco?”. Es horrible decir “No escuché nada”, porque además parece mentira. No parece cierto. Me gusta muchísimo la música, pero necesito que toda la atención esté puesta en eso. No puedo estar en una reunión con música de fondo, me vuelvo loca. No sé qué escuchar, si al que está hablando o justo ese pedacito que me gustó, y no oí lo que me dijo, pero no lo conozco mucho y no le puedo decir “Perdón, estaba escuchando esos dos compases que me gustaron” [se ríe].
Pero tiene que haber algo que te haya interpelado.
Si hay algo que a mí me conmueve, me transforma y me subyuga es el sol de la tarde en un lugar que permita que esos rayos entren, porque acá después de las tres de la tarde ya no hay sol. Como las sombras que se forman en el campo o la naturaleza son formas poco definidas, son sombras que se mezclan con la luz. Esa falta de rigidez en las líneas tiene que ver mucho con lo que yo hago.
¿Y libros o textos?
Yo leo, pero no muchísimo. Aunque a veces una frase, una sola, me modifica por completo. Por ejemplo, una de Silvina Ocampo que está en el disco, que yo la di vuelta porque no entraba. Ella dice: “Si pecar duele tanto, sobra el castigo”. [Hace una pausa, se toma la cara y sus ojos se llenan de lágrimas]. Lo pienso ahora y no puedo creer que a alguien se le ocurra… decir algo tan genial. Es un genio esa mujer, es una de mis escritoras favoritas. Y siempre escribe de una manera… con lo que me identifico inmediatamente… Si a mí se me hubiera ocurrido eso, lo habría dicho así [se ríe]. Siento que podríamos haber sido amigas, ella siendo un genio y yo no.
pero quería recordarles las fechas que vamos a hacer desde la semana que viene en algunas ciudades de argentina.
los espero! pic.twitter.com/2VeuWXTmay
— Juana Molina (@soyjuanamolina) 9 de mayo de 2017