Hace tres años, Gustavo Spinetta volvió a hacer música después de pasar mucho tiempo dedicado a la escultura y a otros proyectos. En su currículum figura haber sido el baterista de Artaud, uno de los discos fundamentales del rock argentino. Ahora, junto a un grupo de jóvenes músicos, entre los que se incluye su sobrino, Gonzalo Pallas, formó Amel, la banda que ya tiene dos álbumes editados. 2853 es el trabajo que están presentando ahora, que fue producido por Tweety González y en el que participan Dante y Valentino Spinetta.
¿Por qué eligieron financiar el disco a través del crowdfunding?
La idea era mantener el proyecto de manera independiente y no perder más tiempo buscando discográficas. Entre todos nos pareció lo mejor llevarlo así. Gracias a eso tenemos un disco editado.
¿Hubiese implicado algunas limitaciones hacerlo a través de una discográfica?
Creo que no, porque hacemos los que nos gusta con la música. Hasta hoy no hemos tenido que transar ninguna historia. Lo que pasa que, a veces, si uno firma con una compañía, tiene que transar algo más que el disco, como puede ser las participaciones en los shows. Hay que ceder algunos derechos. El ser independientes nos aparta de todo, conservamos la obra como propia.
2853 es un disco notoriamente progresivo… ¿buscaron eso?
Hay una referencia al rock original, sobre todo al de acá. No estamos buscando un estilo. Si tenemos uno, no es intencional. Cuando aparecen los temas, se los trata por lo que ellos mismos traen. A la hora de componer, eso es lo que conforma a la música. Entonces no nos importa si es blues, rock o progresivo. Eso era lo que marcaba a grupos como Almendra o Los Gatos.
Eso de juntarse a ensayar y ver qué surge naturalmente… ¿Así fue la génesis de Amel?
Creo que va por ese lado. Darle bola a la música, básicamente. A ver qué nos dice ella y qué le podemos aportar. Es la base de Amel. Hay varios de los integrantes que traen el material, sobre todo Gonzalo Pallas, mi sobrino, que en general es el letrista de la banda. Pero algunas composiciones las tratamos entre todos porque son temas completos. Así, cada uno va agregando lo suyo. No nos queremos encasillar en un estilo, porque a lo mejor aparece algún funk o alguna balada más folk.
El funk justamente aparece en Suban a la Nave, donde tocan Dante y Valentino.
Ese tema estaba bastante resulto, pero ellos dos le aportaron algo increíble. Gonzalo pensaba que ahí podía entrar una rapeada, por eso llamó a Valentino, que procesó el material con un técnico y lo devolvió con un par de elementos nuevos. Dante terminó el trabajo metiendo un solo de guitarra. Nos derretíamos cuando lo escuchamos por primera vez. Hay cuatro miembros de la familia metidos ahí adentro, y eso es algo que queríamos hacer. Fue una satisfacción.
También hay un homenaje a la casa de Arribeños, con el tema homónimo.
Esa canción tiene un dejo nostálgico con la psicodelia que siempre habitó en la casa. Se laburaron tantos proyectos acá, que se lo merecía.
¿Cómo te sentís tocando con músicos bastante más jóvenes que vos?
No me siento para nada desencajado. No soy la voz cantante ni nada que se le parezca. Al contrario, muchas veces tienen que tirarme un par de sogas para controlarme [risas]. Ellos son mucho más responsables que yo. Es increíble haber encontrado estos músicos tan jóvenes con tanta facilidad, a pesar de la diferencia de edad. Ellos venían con un bagaje cultural a través de sus padres. Escucharon muchas músicas que yo escuchaba en mi juventud, así que compartimos mucha data.
Para vos Amel significó volver a la música después de mucho tiempo…
Y de una forma muy protagónica. Es la banda en la que más cómodo me sentí. Hice cosas muy lindas, como grabar con Luis o con los Illya Kuryaki, pero acá hay algo que me atraviesa.