Se sabe que Luis Alberto Spinetta fue un lector voraz. Se sabe, también, que Charly García prefirió casi siempre una película. Sin dudas, en cada uno de ellos estas afinidades se ven reflejadas de modo dispar en las formas de contar y construir las canciones, pero también en los títulos: Artaud o Los libros de la buena memoria, en el Flaco; Qué puedo hacer salvo ver películas o Cinema Verité, en García.
Pensemos en el Gustavo Cerati lector de ficciones (novelas, cuentos) que le sirvieron en la concepción de otras ficciones (sus canciones); un cuento o una novela en los que se pudo haber inspirado, de manera casual –así se definía como lector–, para después exhalar a la hora de escribir alguna letra.
Pero antes repasemos lo que dijo en una entrevista con Leonardo Padrón. Cerati hablaba de sus hábitos y gustos literarios: “Tomé mucho de Pizarnik. De Borges también, y por otro lado, en traducción, de William Blake. No soy un lector apasionado, sin embargo, me quedan impregnados un montón de libros y momentos de esos libros. Me gusta la poesía, veo que hay música, ¿no? Encuentro esa situación. Sí, muchas veces las he utilizado de referencia para letras. Por supuesto, yo hago canciones, no hago poesía. Me saco el sombrero por una gran poesía porque tiene la música y la letra ahí, ahí. Lo mío es otra cosa, pero de ahí saco un poco muchas [sic] situaciones que me motivan”.
Los gustos artísticos, elecciones o tendencias son puertas para abordar la canción y sus autores. Además, si se bucea adentro, se encuentran muchas veces esas referencias amplificadas en las historias. Tomemos tres canciones de Soda Stereo y postulemos sus parentescos y deudas literarias más notorias. Como en la mayoría de las canciones compuestas por Cerati, “Él” y “Ella” son protagonistas.
Entre los dos pasa un meridiano
La primera es posiblemente la más plena de referencias: Disco eterno, del disco Sueño Stereo (1995), y la novela La invención de Morel (1940), de Adolfo Bioy Casares.
En la poética de Cerati hay mucho de afín al universo de Bioy Casares: su aire señorial, sus mujeres distantes e íntimas, sus fantasías llenas de gentileza y de abominación. También por su ciudad; sin embargo, en este caso todo ocurre en una isla.
El título de la canción aparece textual, más de una vez, en la novela: “Comprendí que era cierto lo que había dicho, horas antes, Morel (pero es posible que no lo hubiera dicho, por primera vez, horas antes, sino algunos años atrás; lo repetía porque estaba en la semana, en el disco eterno)”.
Ambos protagonistas, el de la novela y el de la canción, buscan repetidamente la forma de adherirse al espectro de una mujer que no los puede percibir. Ante la imposibilidad, ante la certeza de que se trata de “vidas paralelas”, el deseo crece.
A esto se suma otro detalle: una de las canciones que suenan una y otra vez en las veladas nocturnas de la comunidad de la isla de La invención de Morel (novela perfecta, según las célebres palabras de Borges) es Té para dos, el clásico de Broadway de 1924, que luego sería llevado al cine en la voz de Doris Day. No es tan aventurado pensar que el título del más hermoso lamento en tres cuartos del rock argentino haya sido tomado del libro de Bioy Casares, sumando una persona a la mesa.
Una de vampiros
También aparecen Un misil en mi placard, del disco debut de Soda Stereo, y 62/Modelo para armar, la novela gótica, de vampirismo solapado, con condesa sangrienta y besos en el cuello incluidos, de Julio Cortázar, a quien sabemos que el músico admiraba.
En la canción (sobre todo si pensamos en la versión de Comfort y música para volar), como en la novela, el crescendo se produce entre el humo de los cigarrillos y la repetición de los gestos adquiridos de a dos, de manera lenta y drástica, hacia la confirmación del final de una relación que, de algún modo, y porque termina, nunca empezó.
Lo que no se dice, en los dos casos, lo que se omite de Juan y Héléne en la novela, y de ella y él en la canción, es cuál fue el instrumento presumiblemente atroz que sentenció el fin. ¿Qué misil, qué hay dentro de la muñeca rota de Juan que llega de manera misteriosa y fatídica a Héléne?
El “modelo para armar” de la novela, uno de cuyos significados es la posibilidad de combinar la lectura de los capítulos de forma aleatoria y mostrar, así y también, el devenir misterioso de las acciones humanas, toma en la canción la forma de un final que tal vez nunca sea del todo explicado.
“Aquí también, creías que estabas lejos”, canta Cerati. “Entonces no era aquí, no era en tu casa esta noche. Tengo que seguir buscándote, Héléne, ya no me importa quién seas”, le dice Juan en la novela.
Queda la sensación de lo trunco, de que todo terminó vaya a saberse por qué, “y otra vez tenemos que pensar que nos usan, que servimos vaya a saber para qué”, se explica Héléne.
Un dulce pálpito
Pasemos a otro tema: Corazón delator, del disco Doble vida, y el majestuoso cuento homónimo de Edgar Allan Poe.
Es más que el título lo que Cerati toma del cuento del escritor. En este caso, él mismo lo explicita: “La historia parte de un cuento de Allan Poe, donde un corazón delata a una persona que mató a otra. En este caso la escribí pensando en que mi corazón me delata cuando veo a la persona que amo”.
El cuento de Poe se trata de un paranoico que no soporta el supuesto ruido del corazón del viejo que mató y escondió debajo de las maderas del piso de su habitación. Escucha que todavía late, y confiesa su crimen a los policías.
“Era un sonido bajo, sordo y rápido, semejante al que produce un reloj envuelto en algodones”. Así se escucha el corazón delator de Poe.
En el caso de la canción de Soda Stereo, es ella la que percibe los latidos del corazón de él, que ya no puede disimular su amor. Aunque al final, como en el cuento, es de sus labios que cae la confesión, “como un mantra”.
Así como con Bioy Casares, hay algo en Cerati que lo asocia especialmente con Poe: la estética ochentosa, de cierto malditismo, cara al gótico y al inmenso escritor de Virginia, a lo negro del postpunk, que cultivaron en esa época tanto Soda Stereo como Fricción, Don Cornelio y La Zona, Los Encargados, Control y otros.
Come de mí
El gusto de Cerati por metáforas sangrientas, oscuras o vampíricas es extenso. Por ejemplo, en Lo que sangra (La cúpula), del disco Doble vida, o la relación de Entre caníbales, de Canción animal, donde el amor cobra la forma del deseo antropofágico, y la novela El entenado, de Juan José Saer, en la que un hijo de ningún lugar es adoptado durante una década por una tribu caníbal asentada a la vera del río Paraná. Claro que, en todos los casos, Cerati tomó lo que le impresionó del cuento o la novela, y lo reformuló y lo puso a disposición de lo que quería contar.
Pizarnik, Blake, Poe, el Cortázar de 62/Modelo para armar, el Bioy de La invención de Morel y el Saer de El entenado. Es evidente la seducción que actuaba sobre Cerati por la literatura de corte gótico, siniestro, vampírico y oscuro, y que tomó cosas de ella para componer sus canciones.
Cortázar murió en 1984, Bioy en 1999 y Poe en 1849; nunca sabremos lo que ellos podrían haber pensado de la obra de Gustavo.
El lenguaje, dijo un filósofo, es una piel que se frota contra otra piel y contra sí misma. Se muestra y se deja ver. Gustavo Cerati, quien alguna vez dijo que no disfrutaba particularmente de la escritura de letras, se reveló a través de los años y los discos como un poeta potente, fino traductor de las sinuosidades del mundo y la interioridad, hábil hacedor de un lenguaje magnéticamente oscuro, subterráneo, para contar las vicisitudes, los temores y las dulzuras de su amor y del amor en su tiempo. Cómo no prestarles atención a las letras del músico de rock más querido de América Latina.
Acá, en todos los casos (el secreto en el placard, la simulación, la delación, el canibalismo), frente al que canta está parada, más bien distante, lejana, una mujer. Y él le teme y se afana, perseguidor perseguido, por seducirla y someterse.