Mucho de lo que escuchamos y celebramos como propio, en realidad, proviene de algún otro lado. Charly García no sería el mismo sin su obsesión por los Beatles; Andrés Calamaro encontró en Bob Dylan una especie de osadía en sus letras; y así podría escribirse una larga lista de referencias que se superponen en una misma historia. Algunas veces, esos ídolos iniciales alcanzan la posteridad al mismo nivel que sus discípulos; otras, quedan en una segunda fila, como una referencia de culto que sólo los iniciados saben rastrear. Y, como suele pasar, los elogios de esos grandes terminan dando forma a la fama de quienes los inspiraron.
Algo parecido ocurre con Teenage Fanclub, una banda que jamás aspiró a ser estandarte mediático, pero que recibió de otros una suerte de certificado de grandeza. No explotaron estadios como Oasis ni cambiaron el rumbo cultural como Nirvana, pero fueron los favoritos de quienes sí lo hicieron. Kurt Cobain los llamó "la mejor banda del mundo" y Liam Gallagher, con ese ego que lo define, los ubicó segundos, solo detrás de su proyecto. Ese es el lugar que les tocó ocupar por mucho tiempo: ser el grupo que aplauden tus ídolos, la que aparece en los libros de Nick Hornby, la que descubrís sin querer cuando repasás tus playlists y decís "ah, esta canción también es de ellos".
Ubicarlos dentro del britpop siempre fue un error, aunque aparezcan en el mismo álbum de figuritas que Blur, Pulp y Suede. Los Teenage Fanclub eran otra cosa, demasiado soleados para el cinismo londinense, demasiado clásicos para el histrionismo de la época y demasiado melódicos para el ruido del rock. Si aquel género era la versión pop y exagerada de un imperio en busca de identidad, ellos parecían mirar hacia el otro lado del Atlántico, con los Byrds, los Sonic Youth y The Four Freshmen.
Hay una prueba sencilla para entender su magnitud, poner Four Thousand Seven Hundred And Sixty-Six Seconds (2003), su recopilatorio. Están ahí, escondidas en alguna película (Young Adult abre con "The Concept"), en algún libro de Hornby ("Your Love Is the Place Where I Come From" y "Ain't That Enough" aparecen en su canon sentimental 31 Songs), en algún recuerdo difuso de los noventa.
No todo fue gloria, el golpe más duro llegó cuando Gerard Love, bajista y compositor, abandonó la banda en 2018. Su salida parecía el final natural de un grupo que ya había sobrevivido a varias mutaciones. Endless Arcade (2021) confirmó esa sensación de desorientación, un disco errático, con el aire de una mesa vieja que ya no se sostenía. Y sin embargo, cuando todo parecía indicar que todo estaba escrito, apareció Nothing Lasts Forever (2023).

El álbum los mostró cómodos en su madurez, sin necesidad de maquillar arrugas ni intentar sonar como sus veinteañeros de 1991. Son canciones sobre la vida adulta, sobre lo que se gana y se pierde con los años, sobre aprender a convivir con los límites. No hay en ellos arrogancia, como si hubieran aceptado que ser "la mejor banda del mundo" nunca fue el punto.
Treinta y tantos años después de aquel primer bautismo de Cobain, el conjunto aterriza por primera vez en Argentina. Será el 9 de septiembre en el Complejo C Art Media, como parte del Primavera Club. Previo al show, Norman Blake (cantante y guitarrista) y Raymond McGinley (guitarrista) se sentaron con Billboard Argentina para hablar de britpop, Maradona, cómo envejecer en la industria y, sobre todo, de cómo sobrellevar la presión de ser siempre la banda admirada por tus bandas favoritas.
En el britpop siempre se los nombró junto a bandas como Pulp, Blur y Oasis. ¿Se reconocían en esa escena?
Norman: Realmente no nos consideráramos parte de esa escena, porque siempre estuvimos basados en Glasgow. Como suele pasar con muchas escenas, en su momento era algo interesante, pero, especialmente en el Reino Unido, gran parte de esa narrativa fue construida por la prensa musical, que disfruta agrupar bandas y ponerles etiquetas.
Claro que éramos compañeros de sello con algunas de esas bandas, como The Creation, al igual que Oasis, y tocamos con Blur y Pulp, así que conocíamos a mucha gente de la escena. Pero nosotros estábamos en Glasgow y ellos, sobre todo, en Londres, así que siempre sentimos cierta distancia respecto a todo eso.
Raymond: Siempre nos sentimos más cercanos a bandas de Estados Unidos, como Nirvana o Sonic Youth. El britpop como género apareció un poco después de que nosotros empezáramos. Incluso bandas como Pulp no disfrutan ser encasilladas en esa etiqueta, pero la prensa y el público siempre buscan poner nombres y categorías. Nosotros, como dijo Norman, siempre preferimos mantenernos al margen de esas definiciones.
Hablando de Nirvana… Kurt Cobain los llamó "la mejor banda del mundo" y Liam Gallagher los colocó justo detrás de Oasis. ¿Qué significa para ustedes ser recordados por comentarios como esos?
Raymond: Esa historia viene de una noche que pasamos en el estudio con Oasis. Estábamos en el mismo edificio, mezclando canciones para nuestro disco Songs from Northern Britain. No había nadie más en el estudio de abajo; nosotros estábamos arriba y terminamos pasando tiempo con Liam. Creo que estaba en Londres por asuntos de su compañía, y terminó escuchando todo nuestro álbum frente a nosotros.
Liam es un tipo divertido, con un humor muy suyo. Cuando dijo que éramos la segunda mejor banda del mundo, creo que lo dijo a su manera, más arrogante en palabras que en intención. Obviamente, siempre ha querido a Oasis y sigue valorando su banda y toda la mitología que la rodea. Pero para nosotros fue un gesto cálido, una forma de mostrar que nos consideraba la segunda mejor banda del mundo.
Norman: En cuanto a Kurt, nosotros los conocimos durante la gira de Nevermind. No sé si éramos su banda favorita, pero definitivamente le gustábamos. Lo increíble fue haberlos visto incluso antes del gran fenómeno: los conocimos durante la gira de Bleach, y luego fuimos testigos de cómo todo explotaba con Nevermind. Era un momento previo a que se convirtieran en las superestrellas del rock que luego todos conocimos.
No solo son queridos en Norteamérica y el Reino Unido, sino también muy respetados en países latinoamericanos como Argentina. ¿Son conscientes de eso?
Norman: Sí, que hermoso. Con los años, la gente empezó a ponerse en contacto con nosotros, sobre todo gracias a Internet, preguntándonos cuándo íbamos a tocar en Argentina. Siempre tuvimos ganas de hacerlo, pero hasta ahora las circunstancias no lo habían permitido. Estuvimos cerca, un poco al norte, en Brasil, y esta vez hablamos con el equipo y dijimos: "Nos encantaría dar un show en Argentina".
Finalmente se dio la oportunidad, y estamos muy entusiasmados. Este será el último show de todo el ciclo de nuestro último disco, el cierre antes de dejar las guitarras en pausa hasta el próximo álbum.
Raymond: Después de más de 35 años de carrera, todavía podemos ir a un lugar desconocido, a un escenario importante, y vivirlo por primera vez. Estamos deseando estar allí y experimentar. No vamos a quedarnos mucho tiempo: solo tres días. Tendremos un día libre después del show y luego volaremos de regreso. Aún así, trataremos de encontrar un momento para disfrutar de la ciudad.
Queremos aprovecharlo al máximo, pero sin ideas preconcebidas. Solo queremos disfrutar de lo que podamos encontrar y vivir la experiencia tal cual sea.
¿Cuál es su relación con Argentina?
Raymond: Supongo que hay que decir que, cuando la gente piensa en Argentina, lo primero que viene a la mente es el fútbol. Esa es la asociación más común. Nosotros siempre contamos la misma historia: vimos el primer partido de Diego Maradona con la Selección Argentina en Glasgow, a fines de los años 70, cuando él tenía 17 años.
Otra cosa que creo, y que aplica a cualquier lugar del mundo, es que mientras más viajas, más te das cuenta de lo poco que sabes sobre los lugares y su cultura. Muchas veces no hemos dedicado suficiente tiempo a reflexionar sobre esas cosas. Es genial estar en un lugar y sentir ganas de conocerlo más a fondo. Definitivamente necesitamos educarnos mucho más y aprender todo lo que podamos.
Mencionaron que estuvieron en el debut internacional de Maradona. Mirando hacia atrás, ¿qué significado tiene esa experiencia para ustedes?
Norman: Recuerdo que ya se hablaba de él mucho antes del partido. Todos decían que iba a ser un jugador increíble. Creo que Argentina le ganó a Escocia 3 a 1, aunque no recuerdo con exactitud el marcador ni los goles de Maradona. Lo que sí tengo claro es que había un chico que entró como suplente: Diego Maradona. Estaba allí, en la cancha… fue impresionante.
Años después, pude volver a verlo en Glasgow cuando dirigía la selección argentina y jugaron un amistoso contra Escocia, fue la primera vez que regresaba al Estadio Nacional desde aquel partido. Al salir al campo, caminó por el estadio y todo el público le dio una ovación. Estaba muy emocionado, consciente de que ese lugar había sido fundamental en su formación con la camiseta. Ver eso tantos años después fue algo realmente especial.
¿Ven algún vínculo entre las narrativas "épicas" del fútbol y la experiencia de formarse como escoceses en aquellos años?
Raymond: Que interesante plantearlo así. En términos de fútbol, la narrativa escocesa está marcada por ciertas frustraciones o fracasos. De manera similar, nosotros no veíamos necesariamente lo que hacíamos como parte de esa narrativa. La gente de acá está muy interesada en el fútbol. Yo vivía cerca del sitio del Hampden original, el estadio nacional escocés, donde se jugó el primer partido internacional: Escocia contra Inglaterra. Lo increíble es que aquel primer encuentro terminó 0 a 0, y eso forma parte de la larga tradición futbolística de Glasgow.
La música siempre estuvo ligada al fútbol, por ende, nosotros también. Por ejemplo, los cánticos en las tribunas son impresionantes. "Seven Nation Army" de The White Stripes se canta en casi todos los estadios, y la mayoría de la gente que la canta ni siquiera sabe quién la escribió. Los cánticos e himnos de los equipos forman parte de la identidad futbolística. Pienso también en Liverpool y su "You'll Never Walk Alone", todos los equipos tienen su canción, y esa conexión entre música y fútbol es realmente fascinante.
Volviendo a su música, hace dos años lanzaron Nothing Lasts Forever. ¿Qué significado tiene ese título para ustedes?
Raymond: Desde que empezamos la banda, siempre hemos pensado que hay que disfrutar la vida en el momento, hacer cosas ahora, porque no estaremos aquí para siempre. Planificar es importante, pero no en exceso; hay que aprovechar mientras se pueda y recordar que nada dura para siempre.
Cuando hacemos un disco, no damos por sentado que habrá otro. Este podría ser el último, ya sea porque nadie lo escucha, porque no nos convence lo que hicimos, o simplemente porque se nos acaba el tiempo. Nothing Lasts Forever es, en esencia, una constatación de hechos. Hay que disfrutar el presente, hacer música y vivir mientras se pueda, sin complicarse demasiado.
Norman: Muchos artistas, a medida que avanzan en su carrera, tienden a espaciar los discos, a pensar más las cosas. Nosotros también lo hemos hecho, pero ahora queremos revertir eso, salir, trabajar, tocar tanto como podamos. Como Paul McCartney, o mismo Bob Dylan, que siguen activos, haciendo shows alrededor del mundo. Al igual que ellos, tal vez no necesitamos hacerlo, pero nos gusta lo que hacemos.
Hace poco leí una entrevista de Dylan en la que le preguntaban por qué siempre estaba de gira. Él dijo que era una manera de darle sentido a la vida, de mantenerse activo frente a una audiencia, sin cargar con la leyenda. Tocando en vivo todo se simplifica: un show, un público, y al día siguiente otro lugar. Es algo que se disfruta mucho y que no todos pueden experimentar, y sabemos que no podremos hacerlo para siempre, así que hay que aprovecharlo.
¿Qué significa para ustedes envejecer dentro de la música? ¿La madurez trae más libertad o más límites?
Norman: Creo que, en términos de canto, uno nota ciertos cambios positivos con la edad: la voz gana profundidad, un poco más de rango, y todavía se puede llegar a notas altas. Pero más que nada, llega la confianza. Te sentís seguro de que lo que estás haciendo está bien.
Es muy fácil volverse autocrítico como músico y preocuparse demasiado por lo que los demás piensan. Claro que nos gustaría que a la gente le guste la música que hacemos, pero si no es así, no pasa nada. No necesitamos la aprobación constante como cuando éramos más jóvenes; antes, buscábamos validación, pero con los años uno aprende a confiar en lo que hace.
Y por último, después de tantos años, ¿qué permanece inmutable?
Raymond: Es curioso, pero sentimos que seguimos haciendo las cosas de la misma manera que cuando empezamos. Entramos al estudio en 1989 para grabar nuestro primer disco, hace 36 años, y recuerdo la sensación de entonces. Esa misma emoción de crear, de estar ahí, sigue presente.
Intentamos abordar todo sin demasiadas ideas preconcebidas. Nos gusta hacer las cosas en el momento, guiados por lo que sentimos, sin imponer un concepto o narrativa. Se trata simplemente de ser nosotros mismos en cada instante, y eso no ha cambiado. Claro que la manera de hacerlo evoluciona porque ya no somos las mismas personas que hace 36 años, pero nuestro enfoque sigue siendo el mismo.