
En Francia, el arte siempre giró en torno a la imagen de la mujer. Desde Brigitte Bardot filmada por Godard hasta Jane Birkin cantando para Gainsbourg, la feminidad fue un canal a través del cual el país proyectó deseo, sofisticación y erotismo. Décadas después, L'Impératrice toma esa herencia y la reformula en un proyecto a puro French Touch con un guiño al goce parisino. Con oídos criados a base de Daft Punk y Justice, la banda ya tiene cuatro discos a cuestas, incluido Pulsar, que los trae por primera vez al escenario porteño el 2 de noviembre, en el marco del festival Music Wins.
Charles de Boisseguin (teclados), Hagni Gwon (teclados), David Gaugué (bajo), Achille Trocellier (guitarra eléctrica), Tom Daveau (batería) y Louve (voz) forman parte del grupo. Hasta 2024, la voz al frente era Flore Benguigui, cuyo registro vocal perfiló el estilo de obras como Matahari (2018) y Tako Tsubo (2021). Su salida, tras el cierre de su último álbum, marcó un cambio de era e imagen. Según declaró en un posteo en redes sociales, la decisión se debió a motivos de salud mental y a tensiones internas, como también a las presiones de la industria: "incluso una banda independiente termina atrapada en estructuras que agotan, especialmente a las mujeres".
La llegada de Louve fue "un renacer", dicen los miembros en conversación con Billboard Argentina. "Es increíblemente potente en el escenario, y eso nos impulsa a todos, hace que el grupo se sienta súper groovy y conectada con el público", comparte Charles. No les gusta detenerse en el tema; y tiene sentido, el misterio es su mejor estrategia. A diferencia de tantas agrupaciones que hacen de sus separaciones una publicidad, ellos apuestan por el anonimato. Saben que su única carta de venta es su música. Se asumen como una banda de culto, discretamente underground, conscientes de que la verdadera seducción está en lo que se calla.
La relación con Argentina va entre admiración y descubrimiento. La banda conoce poco de nuestro país, aunque suficiente como para estar fanatizados con los sonidos de Charly García o Lalo Schifrin, e incluso haber explorado el disco debut de Bandalos Chinos. Las redes sociales ayudan a mantener el contacto con sus fans locales, quienes, según les contaron, "son más eufóricos que los mexicanos" (a quienes visitaron en marzo pasado, en el Pepsi Center WTC). Falta que lo comprueben en persona, aunque todo indica que la bienvenida será digna de su nombre.
Pulsar mezcla el French House de los 90, el pop de los 2000 y ese toque de romanticismo tan parisino. ¿Qué implica, hoy, sonar francés?
Charles: No estoy del todo seguro, pero si tuviera que definir el sonido francés con una palabra, sería melancolía. Tiene algo de nostalgia elegante, incluso cuando busca ser luminoso. En nuestro caso, quisimos jugar con ese contraste: mezclar la melancolía con cierta alegría, algo más físico, más de cuerpo. Pulsar nació con esa intención; un disco pensado para el vivo, más uptempo y bailable que lo que veníamos haciendo.
También queríamos abrir el juego. Antes casi no colaborábamos con otros artistas, y esta vez invitamos a Erick the Architect, Maggie Rogers y Fabiana Martone. Nos interesaba salir de la zona de confort, hacer algo más vibrante, menos etéreo, sin perder esa sensibilidad francesa que, de algún modo, siempre nos delata.
Desde afuera, da la impresión de que la escena francesa vive un gran momento entre el trap, la electrónica y el pop. ¿Se reconocen dentro de alguno de esos mundos o prefieren mantenerse al margen de las etiquetas?
Charles: Diría que nos mantenemos un poco al margen, en parte porque somos seis personas con formaciones muy distintas. En lo que hacemos se cruzan el jazz, el rock and roll, la electrónica, el house, la música clásica… y también algo que podríamos llamar música sensorial, más atmosférica.
Además, hoy la idea de "escena" es bastante relativa. Con el streaming, todo se mezcla: los límites entre géneros casi desaparecieron. En un mismo festival podés escuchar de todo. En Francia hay una movida enorme de hip hop y rap, pero incluso eso dialoga con el pop. En los setenta, las fronteras eran más claras, sabías dónde empezaba el rock y terminaba la disco; ahora todo fluye, se contagia, y creo que ahí está lo interesante.
El arte francés, y europeo en general, siempre estuvo atravesado por la figura de la diva, desde Françoise Hardy hasta Christine and the Queens. ¿Cómo se integra la feminidad en la identidad de la banda?
Charles: Para mí, tener una vocalista mujer lo cambia todo. Es lo que le da emoción y vida real a nuestra música. Al principio éramos una banda instrumental, y llegó un punto en el que sentimos que para que las canciones respiraran, necesitábamos una voz con carácter, con belleza, con presencia.
Además, la voz femenina encaja naturalmente con la identidad del grupo. L'Impératrice ("La Emperatriz) remite a algo poderoso, sensual, con groove. Ella encarna todo eso y le da sentido a lo que hacemos.
Louve reemplazó a Flore Benguigui como voz principal. Más allá de la obviedad de una nueva voz, ¿qué cambios internos o dinámicas distintas trajo su llegada a la banda?
Charles: Cambió en todos los sentidos. Con Louve sentimos que arrancamos un capítulo totalmente nuevo, como si estuviéramos empezando de cero otra vez. Su energía trae frescura, nuevas ideas y una voz que nos abre puertas a territorios sonoros que antes no nos animábamos a explorar. Nos sentimos realmente afortunados de tenerla con nosotros.
Con el cambio de un elemento tan distintivo como la voz, ¿cómo lograron mantener el espíritu de la banda?
Charles: Para nosotros, lo importante es la banda como colectivo. Mientras sigamos creando música juntos, la identidad se mantiene, más allá de quién esté cantando o tocando. Nuestra forma particular de componer, el sentido de armonía y el groove propio son lo que realmente define a L'Impératrice.
Louve, ¿qué mirada distinta sentís que llevás al proyecto?
Louve: En el escenario intento aportar mi sello personal. Aunque no escribí las canciones del último disco, estuve presente durante su composición. Al principio mi objetivo fue respetarlas tal como eran; con el tiempo, empecé a hacerlas mías, dándoles significado a través de mis emociones y de lo que representaban para mí. Desde la primera vez que escuché el álbum me impactó, esa mezcla de melancolía y otras sensaciones me llegó de inmediato, así que integrarme al grupo se sintió completamente natural.
Hablando de su sonido, ¿les pesa o los limita que los comparen constantemente con Daft Punk?
Charles: La verdad que no. Crecimos admirando su música y, claro, nos influye, pero no es nuestra influencia principal. Tal vez para mí sí lo sea, pero no necesariamente para los demás integrantes.
Lo más interesante de nuestra música, creo, es cómo combinamos distintas influencias. Por ejemplo, David, nuestro bajista, toma mucho de la música clásica para trabajar acordes, armonías y progresiones. Son varios elementos que se entrelazan y terminan dando forma a nuestro sonido.
Hace cuatro años mencionaron en una entrevista con un medio argentino que admiraban a Lalo Schifrin. ¿Qué ven en su música que sienten que falta en la escena europea?
Charles: Soy un gran admirador de Lalo Schifrin; me entristeció mucho su fallecimiento. Su música, sobre todo las bandas sonoras, siempre me impactó por la precisión de su armonía, cada pieza funciona desde las primeras notas, con un estilo que combina eficiencia y espontaneidad.
Por ejemplo, su álbum Una Última Sinfonía me parece fascinante: mezcla composiciones cinematográficas, como de King Kong, con piezas más experimentales, logrando un equilibrio único entre sofisticación y frescura. Lo que más me impresiona de músicos como él es cómo crean arreglos casi orquestales, cargados de sensibilidad, pero al mismo tiempo con ritmo y movimiento. Es música que emociona y que invita a bailar.
¿Por qué creen que su música conecta tan bien con públicos de ciudades latinas como Buenos Aires o Ciudad de México?
Charles: Hay algo especial, aunque no sabemos exactamente qué. No creo que sea solo nuestra música, sino el arte francés en general: nuestra sensibilidad parece resonar de algún modo. Tal vez sea el idioma, la emoción o los matices de las canciones… no estoy del todo seguro, pero existe una conexión.
Además, los públicos son muy distintos entre sí, y aun así se entregan con la misma intensidad. Los fans mexicanos, por ejemplo, son increíblemente dedicados: conocen las canciones al detalle, pueden cantar todas las letras aunque no hablen francés, siguen cada línea de bajo o guitarra, y se dejan llevar bailando, gritando, aplaudiendo. Y el público argentino, por lo que sabemos, parece igual de apasionado. Tenemos que comprobarlo.