Entre dobles funciones de teatro, paternidad a tiempo completo y la salida de El verdadero, Juan Ingaramo atraviesa una fase de sinceridad radical. No se trata de una pose: habla de la música como salvación, de elegir la emoción antes que la estrategia y de una gira íntima que desarma la lógica del estadio para volver a mirar a los ojos.
Con la brújula puesta en el corazón, repasa el disco, los videos, el amor, los miedos y ese deseo de empezar de cero sin renunciar a nada de lo aprendido. "Cada álbum es una foto —dice—; esta vez me animé a no retocar la imagen".
—¿Cómo te encuentra el lanzamiento de El verdadero?
—Muy contento y en paz. Cada disco es una foto de un período y en este encontré verdades en la música; por eso El verdadero. Me salvó en lo espiritual y en lo humano. Es un álbum que no busca homologarse, sino abrazar lo que ya estaba en mí: la canción como refugio, el ritmo como impulso y la palabra como una manera de ordenar lo que vivo. Hice las paces con lo que soy y con lo que suena cuando no intento gustar.

—¿La canción sigue siendo tu lenguaje más auténtico?
—Siempre. Es mi idioma madre, distinto del de la vida cotidiana. Hacer música es una forma de terapia y ser padre te afina la sensibilidad: te obliga a escuchar mejor, a elegir mejor las batallas, a encontrar silencio en el ruido. Desde adolescente la música fue mi cable a tierra; ahora también es mi manera de estar disponible para los demás sin dejar de estar disponible para mí.
—Hablaste de paternidad. ¿Cómo impactó en tu mirada sobre tus propias canciones?
—Aprendí a separarme del artista y mirar la obra con más ternura. Redescubrí temas viejos y me di cuenta de que me gustan mis canciones; eso es un gol, porque implica aceptar el recorrido, incluso cuando hay imperfecciones. Lila me recordó que lo que importa no es impresionar, sino emocionar.
—En paralelo actuaste en Pretty Woman. ¿Qué te dio el teatro en este momento?
—Fue un regalo. En mi hija veo esa libertad sin prejuicios al jugar; el teatro me devolvió exactamente eso: juego y presente. Me sacó el cálculo, me corrió del "cómo conviene" y me llevó a habitar el cuerpo, la escena, la respiración del otro. Creo que por eso el disco suena más vivo: porque estuve viviendo.
—Se suele decir que "volviste a tu esencia" con este álbum.
—Siempre fui yo, pero cambiaron los ingredientes de la receta. Con Mariano Otero, productor y amigo, la formación compartida hizo fluir armonía y emoción. Compusimos más de veinte temas y quedó un recorte que conversa bien entre sí. Elegimos por combinación, por cómo se miraban entre ellos. "Casual", por ejemplo, entró una semana antes porque cerraba un arco emocional que no estaba.
—Lo visual sostiene un relato. En "Shampoo" aparece tu hija como protagonista.
—Me daba dudas involucrarla, pero terminó siendo un plan hermoso de padre e hija y, además, un documento familiar. Para mí es lo más lindo que hice: canción y video. Me llevó tiempo porque tenía que estar muy bueno, honesto. A ella le encanta; sabe que es para ella y hasta en el jardín se la cantan. Ese amor se escucha.
—En "El pronóstico de hoy" decís que es "difícil ser sincero en esta ciudad". ¿Cómo fue adaptarte a Buenos Aires?
—Amo Buenos Aires; me abrazó, pero es exigente. Si te va mal, te expulsa. La carrera muchas veces te empuja a ponerte máscaras; yo elegí no ser careta, aunque a veces "convenía". Ser sincero no es una estética: es una estrategia de supervivencia y, en mi caso, tuvo recompensa. Esta ciudad también me dio lo más hermoso que tengo.
—¿Cómo convivís con todas tus facetas sin crear un personaje?
—Justamente: no creé un personaje. Mi personaje es ser yo mismo, el verdadero. El disco muestra luces y sombras, fantasía y paternidad, frustraciones y logros. No hay manual de uso; hay una bitácora de cómo atravesé este tiempo.
—Colaboraciones: El Kuelgue en "Antiguo Moderno", Gauchito Club en "24 hs". ¿Qué buscabas?
—En "Antiguo Moderno" había un aire rioplatense/bossa que les calzaba perfecto; lo hicimos como un partido amistoso y quedó esa picardía en la toma. En "24 hs" me nombro por primera vez: fue un recurso narrativo para contar a un tipo flechado en un día. Con los Gauchito hubo match total en Mendoza; son de esos encuentros donde la canción decide por vos.
—"Argentina Star" parece dedicarle una luz a Violeta.
—Nació el año pasado y me llevó directo a cuando nos conocimos. Quería una canción sincera, optimista y con un poco de melancolía. Fue la única que no le mostré antes; cuando me dijo "¿para mí no hay ninguna?", le contesté: "escuchá el disco entero". Y le encantó.
—¿Qué te reconecta cuando todo se acelera?
—La música, siempre. Ahí se aclara qué me representa. Y en lo personal, el amor en todas sus formas: familia, amigos, pareja, hijos. Eso baja el narcisismo, te ordena el tiempo y te enseña a decir que no.
—¿Cómo imaginás la vida en la ruta después del estreno?
—Haré Pretty Woman en Mar del Plata y quiero tocar el disco en formatos chicos, artesanales, desarmando la lógica del venue gigante. Me seduce empezar de cero: bares, amigos, otros músicos, distancias cortas. Que la canción entre por la puerta del costado. Y en 2026 hay música en vivo sí o sí; tengo ganas de que el escenario vuelva a ser laboratorio.
—¿Qué te gustaría que le pase a quien escuche El verdadero?
—Que se sienta acompañado. Si una línea, un acorde o un silencio le ordena el día a alguien, ya está. La sinceridad no es un acto de valentía épica; es un gesto cotidiano. Ojalá el disco sea eso: un gesto que invite a aflojar el cálculo y a volver a jugar.