
Los artistas suelen acusar que el camino de la independencia puede ser áspero, doloroso e injusto. Los escollos son muchos, las piñas pueden ser más. Y el éxito, dicen, tiene otro sabor. Dillom llega escupe sangre. Tiene el ojo izquierdo hundido, un cuchillo clavado en el costado derecho del cuello, un tajo en la frente, las manos vendadas y cortajeadas. “No sabés cómo quedó el otro…”, desafía después de saludar y de apagar un puro. Sonríe con las heridas de las peleas que curtieron su cuerpo. Y convocó a Billboard Argentina para revelar su nueva faceta: el victorioso pese a todo.
Si en su ecléctico y hitero debut Post Mortem (2021) había contado quién era él antes de “morirse”, cuando se dio cuenta de que no se había ido nada decidió borrar los límites de su biografía para escribir Por Cesárea (2024). Este volumen complejo, oscuro y estilizado hacia el rock, pone en juego el relato de un tipo desesperado por haber llegado a un punto límite y fatal.
La vida de Dylan León Masa -tal es su nombre real- se parece bastante a una ópera rock que podría hacer retorcer de la envidia a Roger Waters o Pete Townshend si hubieran nacido en el 2000. Y ahora llega a este episodio en el que su tribu, cada vez más creciente, lo llevará a tocar por primera vez en un estadio de fútbol: el 11 de septiembre se presentará en la cancha de Vélez Sarsfield.
“Peleo contra todos al mismo tiempo. La pelea es contra la vida”, dice Dillom. “Tampoco tan dramático, ¿no? Pero este recorrido hasta acá, de la forma en que llegamos, ha tenido mucha lucha contra todo. Ahora estamos disfrutando porque es un triunfo de la independencia y no es solo mío sino también de todo el equipo que me acompaña, muchísima gente que ha puesto su pasión y sus ganas detrás del proyecto”, agrega. El plural en su vocabulario no es azaroso: todo el tiempo habla de “tocamos”, “cantamos”, “hicimos”, “escribimos” para referirse a él y sus amigos nucleados en Bohemian Groove Corp, el sello discográfico y productora que fundó.
Estamos en el edificio de esta pequeña empresa / usina creativa, de la cual son parte músicos, performers, realizadores audiovisuales, fotógrafos, vestuaristas y más. Está ubicado a pocas cuadras del Congreso de la Nación, muy cerca de uno de los grandes puntos neurálgicos de las protestas sociales que se multiplican cada semana en Buenos Aires. Algo de ese eco rebelde parece haberse impregnado en estas paredes y en el ímpetu con el que estos chicos resuelven.

¿Por qué ahora es el momento de tocar en Vélez?
Porque nos confiamos. Después de todo el éxito que tuvo el álbum, venimos de hacer dos Luna Park, dos Movistar Arena… Mucho show y consolidar el público. Esta vez hicimos algo distinto, porque soy muy de pensar en hacer las cosas paso a paso, sin saltearse nada, sin tirarse de un piletazo al vacío. Y no por no arriesgar, sino por no quemar etapas. Prefiero toda la vida que algo me quede chico antes de que me quede grande. Este va a ser un salto muy grande. Había algunos intermedios que podríamos haber hecho, pero decidimos ir por esto. Tengo mucha fe de que va a salir todo bien. Y si no.. Bueno, cagamos (risas).
¿Cuál creés que es el máximo desafío a la hora de presentar tu música en ese entorno?
Traer el alma y el aura que tenían los otros recitales -que eran en lugares cerrados- a un estadio descubierto. Y ver cómo manejar esa claustrofobia que se genera en los shows en un lugar abierto. Es muy importante la cuestión inmersiva. Y trato de equilibrarla para que haya momentos de alegría, de tristeza, de miedo, de incomodidad. Me gusta hacerte transitar por todas las emociones fuertes que se puedan.
Ritos que volvieron a partir de tus shows: el pogo rockero y los trapos, las banderas que dedican los fans.
Dos cosas que me encantan, la verdad. Ahora hay mucha gente que está en contra de los trapos porque no ven. Yo estoy a favor porque es algo nuestro, algo del fútbol (¡y yo soy bastante futbolero!). Visual y espiritualmente, me copa la tradición y le suman a la cuestión. Ojalá que siga pasando. Y lo del pogo, quizás queda raro que lo diga yo, pero siento que el público que tenemos es muy especial. Se genera algo ritualístico porque la gente siente que es parte de algo más grande que ellos y que yo, inclusive. Me gusta mucho que cada uno se exprese de una forma: llevan cartelitos, remeras hechas, lo que se te ocurra. Es como una plataforma de expresión de uno mismo.
La primera bandera que apareció en un show tuyo fue una de Los Piojos, en el Cosquín Rock 2022. Hay un link ahí entre ellos y vos en el sentido de la independencia. ¿Te sentís un exponente de eso?
Y sí, la verdad que me siento exponente de eso porque también soy… Si no soy el único, pega en el palo. ¡Están todos firmados! (risas). Haber llegado hasta donde llegamos, de la manera en que lo hicimos, me da bastante orgullo. Y siempre llevando la contra, hasta por una cuestión de infantil, te diría. Para decir: “Ah, ¡tomá, puto!”. Pero no tiene solamente eso, sino que son valores en los que realmente creemos. Es una forma de hacer las cosas que, de otra forma, no me haría feliz. Y yo hago esto, principalmente, porque me hace feliz, porque realmente me llena. Es lo que me da de comer y si no, me cago de hambre. Y lo voy a seguir haciendo.

El año pasado cuando sacaste Por Cesárea dijiste que estabas “en guerra con Miami”, para diferenciarte de cómo el mainstream local produce música…
Eran otros tiempos (risas). A veces tengo mis arranques de locura, después me calmo, después me enojo y digo: “¡No, son todos unos hijos de puta!”. Cuando salió el disco, fue una declaración de principios porque contextualmente, en ese momento, hubo un peak de música muy plástica y muy vacía de contenido. Estaba notando que el sentimiento por detrás de la música estaba bastante flojo. Con este disco quise decir que yo quiero hacer esto y siento que puedo llevarlo a un público masivo. Y tratar de cambiar las cosas y girar la balanza para otro lado. Espero haber aportado mi granito de arena.
El álbum subió la vara porque le demostraron al resto de la escena que se podía ser exitoso haciendo las cosas de otra manera y siendo genuinos.
Sí. Cuando estoy haciendo un disco, pienso en poder aportar algo culturalmente y poder elevar la vara, siempre. Y también pienso: “Con esto le rompo el culo a todos“. (risas). Son las dos voces que conviven en mí y por ahí alguna habla más fuerte que la otra. Tengo mi competitividad, como todos. Algo que lo creo sano. Trato de nunca hablar mal de mis colegas. Si alguno se siente ofendido, bueno… ¡Puede pasar! Pero nunca lo hago con esa intención. Ahora, a la hora de sacar mi música, quiero pasarle por arriba a todos. Por una cuestión del fútbol, deportiva.
Si lo querés medir en términos deportivos, Por Cesárea metió cinco canciones en el Hot 100 de Billboard Argentina a una semana de su lanzamiento.
Es algo que ni yo me lo termino de creer. Más con una canción como, por ejemplo, «Muñecas”. Es rarísimo, porque habla de un femicidio. En los shows me subo a tocarlo mientras me trasvisto, me pinto los labios, me pongo una máscara y me clavo un cuchillo en frente de todos. A veces estoy en esa situación y digo: «No puede ser». No hay nada que me ponga más contento que una canción así llegué a una masividad tan grande y pueda, de a ratos, colarse entre el mainstream.
Dillom, un Baiteador serial
Son pocos los artistas argentinos que logran salir airosos de las arenas pantanosas de X, la red social más radicalizada y hostil de los últimos tiempos. En ese campo de batalla, Dillom es el más suelto porque sabe hasta dónde provocar y cómo agitar el avispero de manera tal en que no termina de ser picado. Allí también fueron muy amplificadas, para bien o para mal, sus colaboraciones, sus opiniones políticas, fotos desopilantes, extractos de sus enérgicos shows.
Lo dijo él mismo en la canción “Buenos tiempos”. Podés encontrarlo por ahí, perdido, sin Waze: en el nuevo disco de Lali; en una incipiente “BZRP Music Session” tirándole beef a toda la escena argentina de aquel momento; peleándose con un troll que pretendió escracharlo durante un vuelo; de fiesta con el futbolista chileno Carlos Palacios, volante de Boca Juniors, club del cual es hincha; denunciado penalmente por “incitar a la violencia colectiva” por haber sugerido la posibilidad de una lapidación pública al ministro de Economía argentino…
Pícaro, pendenciero y con la habilidad del gato que (casi) siempre cae bien parado, puede estar en todos lados, no desentonar en ninguno e, incluso, darlo vuelta hasta ponerlo a funcionar bajo sus propias reglas. “El día que muera, moriré en mi ley”, cierra el estribillo del mismo tema, que incluye un juego de palabras al límite que lo enfrentó al presidente argentino Javier Milei.
¿Es este un momento para no ser tibios?
Sí… Depende con qué cosas, ¿no? Cada uno marca la línea hasta donde le dé. También entiendo por qué hay gente no quiere expresarse, porque hacerlo trae sus represalias. Y te la tenés que bancar. Yo decido bancármela porque es algo en lo que creo y algo por lo que quiero mirar para atrás y sentirme reconfortado de en qué lado de la historia quedé parado. A veces, en algunas situaciones, es vital y determinante expresarte. Pero, ¿quién soy yo para juzgar? Que cada uno haga lo que quiera.
Incluso te abrieron una causa penal.
Trato de bajar un cambio y de no meterme en todas porque si no voy de quilombo en quilombo. Al final del día, lo que yo hago es música. Y lo que quiero transmitir a la gente, es eso. Obviamente, viene acompañado de lo que pienso yo, de cuestiones políticas, de mis pensamientos. Pero no soy un político, ni un sindicalista, ni nada. No me voy a dedicar a eso.
Escribiste «el día que muera moriré en mi ley» («Buenos tiempos»), algo que de movida se prestaba a un juego de palabras de protesta contra el presidente. Hace poco, en un show en el Quilmes Rock, directamente cambiaste la letra a «el día que muera, morirá Milei».
Tampoco soy boludo: haciendo el tema me di cuenta de que la gente iba a entender eso, porque está muy cerca. Quise jugar con eso y dije: “Dale…”. La gente no sabe qué es estar arriba de un escenario para muchas personas y la adrenalina que eso te causa. Y quizás uno está en el escenario y dice: “Ya fue, me chupa todo un huevo”. Me ha pasado más de una vez. Y ese día, en el Quilmes Rock, estaba muy empoderado por haber conseguido ese logro, tocar en un lindo horario, en un escenario principal, en un festival histórico del país… Me llenó de valentía. No pensé que iba a trascender tanto, me olvidé que se transmitía para millones de personas vía streaming (risas). Me sorprendió porque pensé que iba a pasar de largo.
En otro momento de ese show, desafiaste al público hater: “Escuché que dijeron: ‘¿Por qué toca Dillom si no es rock?’. ¡Yo soy rock!».
Con eso se armó más quilombo, inclusive, que con lo que dije del presidente. Cosa que me parece graciosa. Lo del rock lo venía pensando porque es, al mismo tiempo, una provocación barata y un mensaje contundente (risas). Por un lado fue: “A ver los boludos que pican». Y por otro lado, tiene su trasfondo, no es una lectura tan simple como decir: «Ah, yo soy el rock, porque hago rock». Hay una cuestión con mi generación de artistas, a quienes todo el tiempo los rockeros nos están midiendo con el rockómetro para ver si somos aptos o no para tocar en donde tocamos…
Los tiempos cambiaron.
Los tiempos cambiaron y si me llaman de un festival, es porque llevo gente y vendo entradas, no es porque soy buena onda. Estoy porque a la gente le gusta mi música y paga por ir a verme a mí y a tantos otros artistas. Así que… ¡Toca mamarla! Si no te gusta, andá a otro festival.
Se puede decir que sos un gran baiteador.
Me gusta el folklore, picantearla un poco es divertido. Me sorprendió la gente que, por ahí, pensé que tenía un nivel de análisis un poco más profundo y se enojó con eso.

Traumas y vivencias como materia prima
“Les puedo contar mi vida si les gustan las historias de terror”, había expresado en “220”, una línea que define con claridad el contenido viscoso de su primer disco, aquel en el que expuso sus traumas adolescentes: desde las frecuentes sobredosis con psicofármacos, el allanamiento policial que terminó con su madre presa y hasta la opresión del judaísmo ortodoxo reinante en el hogar de su padre. Y si bien en el trabajo siguiente ensanchó los límites entre la fantasía y la realidad, son textos que no podrían ser interpretados por otro más que por él.
¿Cómo es la relación con tus padres ahora, luego de haber escrito mucho sobre tu vida con ellos?
Eso ha dejado mucho material… ¡Hay muchísimo más material si lo quisiera usar! Ahí es donde uno se choca con una realidad que a mí me molesta, porque siempre en mi vida priorizo la expresión musical y artística. A veces es complicado cuando involucrás a terceros, porque los exponés, también. ¿Hasta qué punto también son cosas que le pasan a uno? ¿Y hasta qué punto podés lastimar a otro con letras? Limitarme de esa forma, me rompe mucho los huevos. Pero entiendo a las dos partes y trato de buscarle la vuelta. Quizás al principio era más a flor de piel lo que decía. Hoy en día ya estamos todos más grandes y tenemos una buena relación con mis padres. Me llevo muy, muy bien. Y hay que saber perdonar, ¿no? Por suerte, hemos alcanzado una paz entre todos.
Una de las cosas que más llaman la atención de vos como figura pública es que tu vida privada es muy privada. Nos contaste que estás soltero y que te bajaste OkCupid, pero no solés ser noticia por amoríos. ¿Cómo mantenés tu privacidad a resguardo?
Soy una persona que se expone a muchas cosas, a mucha puteada. Entonces trato de resguardar toda esa parte privada porque es lo que realmente me importa. Siempre que veo a colegas que se muestran con la novia o que están todo el día en relaciones públicas, digo: “Vas a cortar y te vas a querer pegar un tiro en las bolas porque te van a romper los huevos por todos lados”.
La gente que te quiera atacar, lo va a hacer por ese lado. Por eso, mi vida privada la mantengo a salvo. De hecho, me molesta mucho cuando alguien se mete por ahí. Que me vengan a tocar el timbre de mi casa… Tengo la mejor de las ondas con todos y te lo puede decir cualquier persona con la que me crucé, no tengo problema en sacarme 800 fotos. Pero en la que me vengas a tocar la puerta de mi casa con algo así, te arranco la cabeza. Ahí marco un límite.
¿Te pasa?
Y… Por ahí me tiran una cartita por debajo de la puerta. Me ha pasado de tener que decirle a alguien: “Che, no me hagas nunca más esto porque te mato”.

¿Para dónde estás yendo con la música ahora?
Abrí el abanico de posibilidades porque quedé exhausto del último disco, que tuvo un proceso muy largo. Fue muy difícil de llevar a cabo. Se me exigió una vara y una seriedad para encararlo que… Yo tengo mi parte seria, como también tengo mi costado Jackass, Capusotto… Hay todo un sentido del humor que tengo que sacar para afuera porque si no exploto. Ahora estoy con muchos proyectos distintos que me ayudan a saciar todas esas facetas distintas que tengo. Estoy haciendo más música que nunca, me puse el ejercicio ese porque siempre fui de hacer poca. No estoy con apuro, pero tengo proyectos bastante encaminados, en la búsqueda de elevar la vara desde no solamente lo creativo sino también desde lo técnico.
¿Todavía no tenés la forma definitiva?
Algunas cosas las tengo claras, sé cómo van a ser los distintos proyectos. Solo hay que ver cómo y cuándo. A ver cómo puedo spoilearlo sin spoilear: está mi disco y, por ahí, hay otra cosa que responde a algo por fuera de Dillom. Entro yo de manera corpórea, porque si no sería imposible, pero le estamos buscando la vuelta para que no entre Dillom. Por ahí trasciendo a través de mi cuerpo hacia otra figura, no sé (risas).
¿Te ves como productor, como ghostwriter?
He estado detrás de la producción de proyectos que me interesan, porque es otra arista que me interesaba expandir. En mis discos siempre estoy en la producción. De hecho, estuve en el último con Santi (de Simone) mi sonidista, mezclándolo, sentado al lado suyo durante una semana. Ahora quería estar detrás de algo que no tenga una carga personal, como la tiene mi proyecto. Porque escribo cosas que después voy a decir yo. Esto tiene otra connotación al escribir cosas para que después las cantes vos.
¿Hay chances de que haya algo nuevo para Vélez?
Hay chances, hay chances…
«La vida es una sola» es una frase recurrente en tus apariciones públicas. ¿Qué significado le das?
Es mi frase de cabecera. Soy alguien muy consciente y tengo muy en mente lo efímero que es todo. No los quiero deprimir, pero todo es efímero. Y la pérdida de sentido que conlleva todo eso. Soy alguien que ve la vida de una forma que no es pesimista. Porque no digo: (abatido) «Nada importa, ya fue, ¿para qué voy a hacer algo si a nadie le importa?». Es todo lo contrario: (enérgico) «A nadie le importa, ya está, vamos a hacer lo que tengamos ganas de hacer, si total nos vamos a morir todos. Voy a hacer todo lo que tenga ganas de hacer, voy a pasar toda la vergüenza que sea necesaria, total qué me importa…”.
Ese fue un combustible para ir para adelante y sin hacerme tanto problema, tanto drama, sin pensarlo tanto todo. También me ha llevado a situaciones peligrosas. «Total ya fue, la vida es una sola» (se ríe). Pero aunque la vida sea una sola, trato de cuidarla y de que sea lo más larga… No sé si lo más larga posible. Pero hasta donde lleguemos, que sea lo mejor aprovechada posible.
CRÉDITOS
Fotógrafo: Nacho Chinchilla
MUA + FX: Jen Blanco & Escalanta
Vestuario: Cata Gastal Vetrano
Asistente de vestuario: Justina Barrio
Montaje: Lucas Spataro
Edición y color: Cielo Barbieri para Post Studio
Dirección creativa: Andrés Capasso + Cata Gastal Vetrano
Bohemian Groove Corp.