La música de El Zar es fina y sedosa como una tela que abruma nuestra capacidad del tacto. Una fibra que se siente como una caricia sin tiempo. En un momento en el que los géneros y las etiquetas parecen perder vigencia en cada nueva notificación de redes sociales, el dúo compuesto por Facundo Castaño Montoya y Pablo Giménez hace canciones que tienen pulso roquero como el que supieron patentar los Arctic Monkeys, pero también momentos de introspección acústica propios del folk posmoderno de Lisandro Aristimuño. También hay encanto pop y mucha información proveniente del R&B contemporáneo. Parece mucho, pero no lo es. Antes que nada, el gran logro del dúo es haber entendido que la música es un espacio ideal para jugar con la imaginación y los sentimientos.
Círculos (2016) es el primer disco del proyecto y funciona como un excelente manifiesto de época para buena parte del indie pop de Buenos Aires, el conurbano bonaerense y La Plata. En la línea de Un Planeta, 1915 o Jean Jaurez, El Zar juega con la armonía y la melodía como principal sustento. Sintetizadores y guitarras se complementan para lograr climas en los que las canciones parecen flotar. El carácter etéreo de Círculos remite en primera medida a Gustavo Cerati, en especial a su ya clásico Bocanada (1999). Y es lógico. El músico que mejor supo asociar vanguardia y gusto popular es una referencia inmediata para un proyecto que tiene en sus manos un puñado de hits en potencia con una dosis de preciosismo envidiable.
El timbre (el sonido concreto de una nota o un acorde) y la textura (el entramado generado por diferentes timbres) son valores fundamentales en la música pop de nuestros días, desde Frank Ocean hasta Tame Impala. Lejos de asustarse frente a la opulencia de los grandes íconos, El Zar intenta jugar ese mismo juego con sutileza y emoción. Sus canciones quizás no digan nada nuevo desde la forma (estrofa-puente- estribillo), pero la puesta en escena de ellas revela una búsqueda incesante por lograr ese momento acústico definitorio: el instante en el que el sonido es más importante que cualquier otra cosa y se traduce en excitación y piel de gallina.