Evan Schiller no conocía muy bien a Chris Cornell. De hecho, poca gente lo conocía en serio. Pero el baterista de Sadhappy, una banda noventera de Seattle, guarda un recuerdo particular del difunto cantante de Soundgarden. En diciembre de 1991, un amigo en común, Soozy Bridges, daba una fiesta en su casa en la playa de West Seattle. Era el día más frío del año. “Hacían siete grados bajo cero afuera, nevaba”, recuerda Schiller. Eran unas 11 personas afuera frente a un fogón. A medianoche, cayó Cornell.
“No hizo mucho alarde, pero ni bien llegó se sacó la camisa, sus pantalones y se tiró al estrecho de Puget”, cuenta Schiller. Cornell rápidamente nadó, tan lejos que nadie pudo verlo ni escucharlo. “Nos quedamos helados, decíamos ‘¡Mierda! ¿Qué hacemos ahora? ¿Llamamos al 911?’ –recuerda Schiller–. Y ahí Soozy agregó: ‘Ah, siempre sale y se tira a la noche’. Pero estuvo ahí cinco minutos, que se hicieron 10, después 15 y 20, casi diría que pudo haber sido media hora”.
Schiller no se puede imaginar cómo alguien sobrevivió tanto en esas aguas congeladas. “Finalmente, Chris emergió como Neptuno –cuenta–. Y empezó a levantar a la gente de la fiesta, tipos de 100 kilos, y los llevaba al agua y los tiraba, riendo como un maniático”.
Ese es el Cornell que Van Conner, guitarrista de Screaming Trees, una banda contemporánea, llama “modo comando”. Dos meses antes, Soundgarden había lanzado su tercer álbum, Badmotorfinger, el primero en salir post Nevermind, en el medio de la “grungemanía”. Vendió 1,6 millones de copias en los Estados Unidos, según Nielsen Music. El “modo comando” era más que una personalidad fiestera. Era una manera en la que Cornell, reservado y enigmático en su vida diaria, se mostraba como una estrella de rock –algo que en la pequeña autogestionada escena de Seattle de los 80 era radical–.
Cuando Soundgarden, que se formó en 1984, tocaba en clubes como Ditto y la Central Tavern, Cornell pisoteaba con sus borcegos, sacudía su hermoso pelo largo, se tiraba al público y, por supuesto, liberaba esa enorme voz, un milagro multioctava del rock moderno. Ese instrumento está permanentemente silenciado ahora. Cornell se ahorcó en un cuarto de hotel en Detroit después de una parada el 17 de mayo en la gira de primavera de Soundgarden. Pero su sonido sigue grabado en la conciencia de aquellos que lo conocían antes de convertirse en una estrella global. “Las voces de Chris eran impecables –cuenta Bruce Pavitt, cofundador de Sub Pop Records–, pero no se honra lo impecable en el punk rock. Hacer la gran Robert Plant era lo menos cool que podías hacer entonces. Pero cuando escuché Hunted Down, lo que oí fue lo impecable yuxtapuesto con la atonalidad de la guitarra. ‘Acá está pasando algo’, dije”.
Sub Pop, entonces complicada financieramente, lanzó Hunted Down como single en 1987 y sacó dos EP del grupo, hasta que Soundgarden pasó a SST en 1988 para grabar su LP debut, Ultramega OK. Desde ahí fueron a las grandes ligas: A&M sacó su segundo disco, Louder Than Love, en 1989 y para Badmotorfinger ya se había consolidado la formación definitiva. Eran Cornell en las voces y guitarra, Kim Thayil en guitarra principal, Ben Shepherd en el bajo y Matt Cameron en batería. En 1994 Soundgarden sacó su hit más conocido y su primer Nº 1 en el Mainstream Rock Songs: Black Hole Sun, de Superunknown, que llegó a la cima del Billboard 200 y vendió 3,9 millones de copias.
Pero en sus días “pre sello grande”, el rol de estrella de rock paralizó una escena que teóricamente estaba en contra de esas cosas. “Para mí fue como una revelación –afirma Kurt Danielson, que tocó el bajo en Bundle of Hiss y TAD–. Me acuerdo de que en un show, Chris vestía unos jeans cortados, no tenía la camisa y estaba usando borcegos negros. Pisoteaba el escenario de forma ritualista. Había un elemento místico, shamánico”. Crucialmente, Cornell era el artista más sexy. “Cuando Soundgarden empezó a crecer localmente, siempre había una parte del show en la que se sacaba la remera para mostrar su bello torso –recuerda Daniel House, exbajista de Skin Yard y jefe de C/Z Records–. Una vez, me dijo que iba a casas de segunda mano y se compraba remeras baratas solo para poder romperlas. Entendía para qué servían en términos de marketing y satisfacer al público, y también lo veía como algo gracioso. Pero funcionaba. Cada mujer que conocía de Seattle estaba como ‘Ay, Dios mío, ¡Chris!’”.
“Al principio me quedé pensando: ‘Esta persona que vi arriba del escenario no se parece nada a la real’ –cuenta el cantante de Candlebox, Kevin Martin, que conoció a Cornell en 1985 vía la escena de Seattle–. Pero a medida que fui conociéndolo y estando en un ambiente en el que podía juntarme con él, me di cuenta de que la persona arriba del escenario era la misma persona realmente. Fuera del escenario, el carisma seguía ahí, la estrella seguía ahí”.
Larry Reid, que manejó a los protogrungers The U-Men, vio muy de cerca el efecto que Cornell tenía en el sexo opuesto una vez en Nueva York, en otoño de 1986. “Su entonces novia [y eventualmente primera esposa] Susan Silver y mi esposa estaban comprando zapatos, así que Chris y yo decidimos ir a King Tut’s Wah Wah Hut en el East Village –recuerda Reid–. Era media tarde y había un desfile de jóvenes atractivas que lo encaraban. Él estaba claramente acostumbrado, y lo manejaba con un gran sentido del humor, diciendo ‘OK, tengo que encontrarme con mi novia en 15 minutos’. Una de ellas le respondió ‘OK, es suficiente tiempo’, señalando al baño –cuenta Reid riendo–. Tenía ese magnetismo”.
Todos los que conocían a Cornell en esos días lo describen como amable y de buen humor, pero también algo distante. “Recuerdo hablar con Kim y Matt en algún punto de los 90, y la conversación era sobre cómo habían estado en una banda con Chris todos esos años y cómo aún no sentían que lo conocían tan bien –afirma House–. No parecía una persona tímida per se, pero había una gran parte de él mismo que se guardaba”.
El exbaterista de Screaming Trees Mark Pickerel, que dice que veía a Cornell como un hermano mayor, se hace eco de lo que afirma House. “Como Kurt Cobain, Chris a menudo se guardaba las cosas y decía lo mínimo indispensable para socializar con la gente –revela Pickerel–. No quería ser el centro de atención a menos que estuviera sobre el escenario. Ahí, le daba al público el show que iba a ver, y se convertía en el animal que querían disfrutar”. Cornell sí mostró un par de inclinaciones oscuras desde un principio. “Pasé de ser un consumidor diario de drogas a los 13 a tener pésimas experiencias y dejarlas cuando cumplí 14. No tuve amigos hasta los 16 –contó una vez el propio Cornell–. Hubo dos años en los que fui un poco agorafóbico y no quería saber nada con nadie, no hablaba con nadie y no tenía ningún amigo”.
Volvió a experimentar cuestiones de abuso de sustancias más tarde en la vida, pero Cornell se metió en rehabilitación a principios de los 2000 y se mantuvo, aparentemente, sobrio. Su suicidio, a los 52 años, “no tiene sentido para nadie”, afirma Scott Crane, un miembro temprano de la escena y fundador del estudio de Soundhouse hace 25 años. “Fue tan inesperado que se siente como un sueño”. (En una declaración, la familia de Cornell disputó las “inferencias de que Chris a sabiendas e intencionalmente se quitó la vida”; la esposa del cantante, Vicky, especuló con que el incidente puede haberse dado por un abuso de medicación contra la ansiedad).
Crane habló con Cornell por teléfono unos dos meses atrás. Él y el cantante se quedaron recordando cosas y haciéndose reír mutuamente. Cornell parecía optimista, incluso dándole un buen visto a cómo Seattle se ha gentrificado en los años desde que su banda tocaba para públicos de 40 personas en un club de mala muerte.
“Hablamos de cómo no se puede reconocer más el horizonte de Seattle; si no fuera por la Smith Tower o la Space Needle, uno podría estar en cualquier ciudad supermoderna –sostiene Crane–. La demografía entera cambió, se terminó, ahora son tipos de traje. Y estaba tratando de convencerme de no ser tan taciturno y pesimista respecto del mundo. Dijo ‘Viajo por todo el país, veo un montón de ciudades donde no hay economía, son prácticamente pueblos fantasmas. Así que, si bien es triste que lo que conocimos de chicos ya no esté, es esperanzador que al menos haya progreso’”. Y después de todo, incluso un horizonte citadino impecable esconde misterios.