Muhammad Ali y Bill Withers –cantante y compositor de hits de los años 70 como Lean on Me, Ain’t No Sunshine y Use Me– se conocieron en 1967, después de que el boxeador fuera despojado de su título de peso pesado por haberse negado a incorporarse a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Se hicieron muy amigos, y siete años más tarde, Withers participó con James Brown y B.B. King en el festival Zaire 74 en África. Fue la antesala que sirvió para promocionar “La pelea en la selva”, el histórico combate que enfrentó al por entonces campeón del mundo de peso pesado, George Foreman, contra Ali, quien ya había logrado ese mérito y lo volvió a obtener tras la victoria de esa pelea. Así rememora Withers a su querido compañero:
Me vi involucrado en el Zaire 74 cuando Gary Stromberg, que tenía una empresa de relaciones públicas, me preguntó si quería ir a África para la pelea, una de esas oportunidades que se presentan una vez en la vida. Obviamente, acepté. Me dieron alojamiento en el hotel Kinshasa Hilton, donde también se hospedaban el escritor Norman Mailer, el periodista George Plimpton, B.B. King y James Brown. No es común encontrarte con estas personas, y menos a todas ellas reunidas en un mismo lugar: eso evidenciaba la magia que transmitía Ali. La gente en Zaire lo amaba; lo seguían a todas partes.
Recuerdo que una vez estábamos en un gran estadio de fútbol. Corría el rumor de que el Gobierno había ejecutado a docenas de “pungueros” para que todo luciera bien para la ocasión. Realmente significaba mucho para Mobutu Sese Seko [dictador de Zaire desde 1965 hasta 1997]. Así que ahí estábamos nosotros, recorriendo el terreno en busca de sangre.
Pasaba mucho tiempo con Ali y George Foreman, porque les ofrecían comida riquísima, y si estaba cerca de ellos, también me la ofrecían a mí. Me acuerdo los paseos nocturnos con Ali y su hermano Rahman. Su padre [Cassius Clay Sr.] era un personaje. Le encantaba cantar My Way.
Es cómico cómo se organizó el evento. El promotor Don King le había ofrecido a Ali y a George 5 millones de dólares a cada uno por la pelea. El único problema era que no tenía 10 millones de dólares. Pero Don era un genio: encontró a Mobutu en un país que la mayoría de la gente nunca había escuchado nombrar y que en aquel entonces era la sexta persona más rica del mundo. Era muy impactante la diferencia entre las viviendas de los más adinerados y las de los más pobres, que eran construidas con bloques de cemento y no tenían ventanas.
Ali le hablaba a cualquiera. Nunca vi a nadie que tuviera esa energía y tantas ganas de conversar. No se callaba. Desde el chico del estacionamiento hasta Fidel Castro, todos compartieron algún momento con Muhammad Ali. Nunca faltan los conservadores intolerantes a los que les molestaba su postura política, pero después de cinco minutos con él, se transformaban en sus fans. Ali se había convertido en un fenómeno incontrolable. Estaba en constante movimiento. Era como si intentases atrapar un colibrí con las manos.
La última vez que vi a Ali fue en los años 90, durante una firma de un libro. Él ya tenía Parkinson y hablaba muy despacio. Me pidió si me podía sentar detrás de él en el escenario mientras él contestaba a las preguntas que se le hacían y las mujeres subían a besarlo.
Cuando me despedí de él, a pesar de la condición en la que se encontraba, Ali bromeó y se puso en posición de boxeo. Le dije: “Ese es mi hombre. Siempre en marcha”.
Ali exprimió su vida, la aprovechó al máximo. Puedo asegurarte una cosa: Le encantaría todo el alboroto que se armó por su muerte. Probablemente me diría: “Bill Withers, yo te avisé que era el mejor”.
—Así se lo contó Bill Withers a Gail Mitchell