Tras un álbum debut con una notable repercusión, Alejandro Lerner y La Magia (1982), el por entonces muy joven cantante, pianista y compositor redoblaba la apuesta con un segundo trabajo discográfico que lo colocaría en un sitial de privilegio dentro del rock argentino. Todo a pulmón mostraba a un Alejandro Lerner en gran forma compositiva y abriéndose paso con canciones que quedarían grabadas en el inconsciente colectivo gracias a la profundidad de sus letras, como así también a su variedad rítmica y estilística, algo que lo caracterizaría de por vida.
Hoy, a 35 años de aquel lanzamiento histórico, el creador de “Volver a empezar” se prepara para encarar una gira alusiva que dará el puntapié inicial el próximo 11 de agosto en el Teatro Gran Rex y recorrerá más tarde escenarios de Latinoamérica, e incluso de los Estados Unidos. Visiblemente entusiasmado con la gira, Lerner aprovecha el encuentro con Billboard para confesar que, más allá de su amor eterno por los Beatles, Stevie Wonder y Elton John, está muy al tanto de la actualidad musical, y rescata a artistas como Magic!, Jack Johnson, Ed Sheeran, Jason Mraz y Sam Smith, entre otros.
¿Qué paralelismo podés hacer entre la historia del rock argentino, durante tus comienzos en festivales, y tu propia historia personal?
-Yo fui ecléctico desde que empecé. Era un pibe que había estudiado música clásica, jazz y al que le gustaban los Beatles, Stevie Wonder y Elton John, que son fundamentalmente cancioneros. A mí me copaba ese contraste que había entre la cosa árida de Lennon y la cosa tan melódica de McCartney. La conjunción y la competencia entre los dos me abría la cabeza, me hacía dar cuenta de que se podían hacer cosas diferentes aún dentro del rock. Después, cuando descubrí a Elton John, me dije: “Guau, acá hay un tipo que tiene sangre de rock’n roll, pero también hace canciones”. Yo también era fanático del rock nacional; en especial de Sui Generis, que tenía canciones mágicas. Yo soñaba con estar ahí y lo logré en el B.A. Rock del 82, tocando todos los días. Era tal la comodidad que sentía que un día tocaba con María Rosa Yorio, otro día con Cantilo y Punch, al día siguiente con Piero y finalmente con La Magia, mi banda, con la que tuvimos una respuesta fenomenal por la variedad que yo tenía musicalmente. También tocaba rock sinfónico y jazz fusión en la onda de Chick Corea, era a la vez algo muy orquestado y con mucho tecnicismo. Y eso llamó mucho la atención y marcó mi vida. Cuando veo la acuarela de artistas con los que he compartido grabaciones y escenarios, descubro que ese eclecticismo lo pude mantener como algo natural.
A propósito de ese eclecticismo, ¿sufriste en algún momento el encasillamiento del periodismo o de ciertas audiencias?
-Sí, pero yo lo relacioné más con los prejuicios que nos trajo la dictadura. Yo creo que el ser joven en aquella época, donde teníamos las puertas cerradas y el enemigo interno, generó algo inconsciente que era buscar el enemigo en todos lados. Y yo, que siempre fui más hippie en ese sentido, tenía mi ironía, mi acidez, pero nunca fui una persona violenta. Y si lo fui en algún momento, mi corazón se fue volviendo más espiritual. Yo me preguntaba: “Si el rock es transgresión ¿por qué no se puede transgredir eso? ¿Por qué no se puede ser un músico de rock no tan prototípico e intentar ser un poco más abierto?”. Mi cabeza y el destino me llevaron para ese lado. Yo venía del palo del rock, pero para poder laburar terminábamos acompañando a cantantes populares porque no había otra, no teníamos otra salida. Por otro lado, como yo tenía 16, 17 años, eso para mí era una experiencia extraordinaria. A Sandra Mihanovich la conocí haciendo música para obras de teatro; hice infantiles, música electrónica contemporánea en una obra de Molière para el Teatro Cervantes. Siempre tuve la idea de romper todo tipo de prejuicios. Y eso también tiene un precio, porque hay gente que no reconoce sus propias limitaciones y dice “Este no respeta ningún molde”, pero mi destino no era respetarlos, sino romperlos.
¿Te sorprende que las composiciones que vienen desde el Caribe, Colombia o Puerto Rico estén teniendo tanto éxito a nivel internacional?
-Hay una decisión cultural de los países de exponer y exportar a sus artistas. En los 80 y 90, el rock argentino era el que bajaba línea en toda Hispanoamérica. Todos los artistas latinos y españoles de aquella época tomaban como referencia la estética que mandábamos nosotros. Por alguna razón que no entiendo, pero debe tener que ver con esta idiosincrasia quizás tan ambigua y de enfrentarnos entre nosotros mismos, creo que los países que tienen una raza originaria fuerte como Colombia o Puerto Rico todavía conservan una fuerza cultural y les resulta más fácil exportarla. Nuestras razas originales fueron tan aplastadas y tan masacradas que quedan pocos resabios de esa cultura original que no nutre tanto nuestra música. Por eso el tango y el folklore son los que más nos representan a nivel internacional.
¿Te tentaste, ya sea como productor o compositor, con involucrarte con este furor latino?
-No me tienta a nivel comercial, pero sí en un plano de investigación. Tratar de entender o probar si yo, de alguna manera, puedo conectar con eso desde un lado creativo. Pero no lo fuerzo ni me agarra la desesperación por volcarme al reggaetón, porque todos van para ese lado. No me parece natural. En mi caso, muy pocas veces supe qué es lo que iba a vender o no en materia musical, lo que hace mucho más espontáneo al hecho creativo. Todo me parece digno de respeto. Es más, “Despacito” me parece una muy linda canción. No es casual que haya despegado por encima de un montón de otras canciones. Está bien hecha, bien producida, y yo, como productor, entiendo los elementos que la han hecho atractiva.
¿Qué significa hoy una canción como “Todo a pulmón”?
-Tiene que ver con que no hagas las cosas porque te quedan cómodas, sino porque querés dar lo máximo de vos mismo. Y eso para mí es una constante, no es algo de hace 35 años. Y tenía que ver con mi deseo de ser cantante aun siendo asmático.