Más de 300.000 reproducciones en Spotify con apenas cinco tracks editados es el primer dato duro que arroja la breve pero impactante historia de Isla de Caras. Basta con escuchar unos cuantos segundos de su música para entender que ese número no es casualidad. Hay una pulsión bailable permanente, pero también un clima de relajación, sensualidad y experiencia que hacen de estas canciones pequeños mantras pop cargados de psicodelia y provocación 3.0. Al cierre de esta edición, Isla de Caras apenas superaba los 500 “me gusta” en su página de Facebook.
Todo lo sólido se desvanece en el aire es el primer EP de Isla de Caras y fue editado de manera digital a través de Estamos Felices, uno de los sellos independientes argentinos con más exposición internacional. El disco se mezcló en La Siesta del Fauno (la meca de los estudios especializados en sintetizadores) y fue masterizado por Juan Stewart, patrono del audio de buena parte del indie porteño de 2000 a esta parte. La obra de Lautaro Cura es especial, contemporánea y llena de matices. Es una gran noticia que sea parte de un ecosistema musical en el que la colaboración y la autogestión se imponen como ética espontánea de trabajo.
A nivel sonoro, Isla de Caras tiene algo que lo emparenta con la última ola de pop cordobés, desde Juan Ingaramo hasta Valdes, pasando por Telescopios y L’Esec. Hay groove, experimentación y una estética digital que se traduce en diferentes planos y timbres. La expresividad de la voz (notable) protagoniza la danza de sintetizadores y programaciones que se despliegan en plan indietrónico, en un feedback exquisito con proyectos como The Postal Service o Los Jardines de Bruselas. Pero antes que nada, Isla de Caras es algo mucho más concreto: un ejercicio íntimo de creación traducido en canciones que cuentan el devenir de las relaciones modernas con una banda sonora minuciosa e intrigante.