"Primero amar el mundo / y luego amar a Dios". Después de un piano que se va acelerando como una lluvia repentina de verano, la cita es de las primeras cosas que entona Rosalía en LUX, su nuevo álbum. "Sexo, violencia y llantas" hace de obertura y plantea, sin quererlo, el juego de las siete o las diez mil diferencias. Así, queda a la vista que algo cambió en ella. Y que no todo es lo que parece: los que estuvieron allí saben que cada noche del Motomami Tour finalizaba con la sentencia "keep it cute / Que aquí el mejor artista es Dios" ("CUUUUuuuuuute").
En aquella era anterior, también decía que, en orden de importancia, venía "segundo chingarte, lo primero es Dios". Algo que patentó en esa oda a la virilidad de Rauw Alejandro llamada "Hentai". Ahora, el bailarín boricua aparece desmembrado en el embriagador vals titulado "La Perla". Allí lo describe, de manera oblicua como una "decepción local, rompecorazones nacional / Un terrorista emocional, el mayor desastre mundial". También ventila infidelidades al decir que es una "red flag andante, tremendo desastre / Dirá que no fue él, que fue su doppelgänger". En otra, "Focu 'Ranni", exclusiva de las versiones físicas de cd y vinilo, afirma, desprendida: "Grabé tu nombre en mis costillas / Pero mi corazón nunca tuvo tus iniciales".
¿Qué inspira más a los artistas: estar plenos de amor o tener el corazón destrozado? La duda encaja en casi toda la música popular del mundo que se viene alumbrando desde siglo XX en adelante. Y tanto el nudo como el motor de LUX parecen partir desde esa dualidad. Pero este no es un disco de divorcio ni tampoco celebratorio. Es barroco desde su dramática instrumentación orquestada, pero renacentista de espíritu. Aunque el viaje finaliza en el auto-réquiem "Magnolias". Allí, la catalana mira desde el cielo su propio funeral como si fuera la cigarra de María Elena Walsh. "Dios desciende y yo asciendo / Nos encontramos en el medio", asegura en pleno trance.

Rosalía, entre rapsódica y bohemia
Grabada con la London Symphony Orchestra, la atmósfera musical de LUX reivindica el europeísmo. Y barre con el dembow, la bachata, el reggaetón y todos aquellos estilos que desgeneró en Motomami. Una afrenta, silenciosa y por omisión, a la "avanzada mara" que denunció Ricardo Iorio, esa que se está llevando puesta a la música de moda.
No hay loops ni repeticiones de patrones melódicos. Casi nada de esos elementos en los que Rosalía hizo pie como productora y compositora, habilidosa en el cut & paste para erigirse como una rara y encendida estrella pop global. Eso que, a la vez, le valió el mote de "apropiadora cultural", según sus haters más rabiosos. Apenas unos matices percusivos en temas como la notable "Porcelana" ("Yo soy la luz del mundo", dice en latín) o "Novia robot". En esta, también exclusiva para los que compren en disco en físico, ironiza sobre la hipersexualidad virtual y la esclavitud a las que están sometidas las creadoras de contenido erótico. Hay alguito de su raíz flamenca y baladística en otras, como "De madrugá" (escuchamos su primera versión en el primer show que dio en Buenos Aires, en Lollapalooza Argentina 2019), "La rumba del perdón" o "La yugular".
La omnipresencia de esa orquestación épica y vertiginosa no debería sorprender a nadie enterado. Porque ese rasgo estuvo, literalmente, desde el inicio. "Si tu supieras, compañero", tema 1 de su álbum debut Los Ángeles, finaliza con dos minutos de cuerdas lloronas y retorcidas que acá parecen haber reencarcarnado. Pero por alguna razón, descolocó al mundo al salir con "Berghain", grabada junto a Björk e Yves Tumor.
"El álbum se divide en cuatro movimientos: el primero habla de la pureza y su pérdida; el segundo, de la relación con el mundo; el tercero, de la gracia y la amistad con Dios; y el último, de las despedidas y el regreso", había dicho la cantante en una entrevista para explicar el carácter operístico de su flamante opus.
Mucho se habla de la variación idiomática con la que edificó una especie de sincretismo irregular para decir lo suyo. Se lo tomó en serio, porque empezó estudiando con el Google Translate a la vez en que regrabó cada vez que le dijeron que algo no estaba del todo bien pronunciado. Sin embargo, es anecdótico y accesorio, ya que no importa tanto el qué sino el cómo. La manera en que despuntó, una vez más, su virtuoso lirismo soprano, llegando a erizar la piel en distintos momentos. Por ejemplo, en la coda de la sacra "Mio Cristo Piange Diamanti".
En el idioma que sea (elija y gane: chino, hebreo, ucraniano, portugués, árabe, inglés...) dejó varias barras ingeniosas, ideal para estados de whatsapp, copies de redes sociales o dedicatorias. Apenas un puñado entre docenas: "Si la presión hace diamantes, ¿por qué no estamos todos brillando?", "A mi baby yo lo voy a stalkear para poderlo enamorar", "Mi luz la prenderé con el Rolls-Royce que quemaré", "No quiero la venganza, la venganza me quiere a mí".
Suntuosa, exigente, maximalista, pomposa, sensible. Es sencillo adjetivar la obra con apenas una escucha, pero para saborear este milhojas sobran las palabras y los dispositivos de distracción. Se necesita de suma atención para entender esta nueva reinvención de Rosalía. Lista para ser canonizada, pendulando entre el cielo y la tierra, tan rapsódica como bohemia. Tal como se dejó ver hace unas semanas en Madrid, llegando a la revelación de la portada de este mismo álbum. Manejando a toda velocidad, con un cigarro en la boca, escuchando a los Strokes, pero protegida por la aureola amarillenta y maradoniana que se tiñó en la cabeza.