El sábado 18 fue una noche más que especial para Las Pelotas y todo su público. El festejo por los 36 años se hizo sentir en el Estadio Obras Sanitarias al aire libre, con más de ocho mil personas y una sucesión de momentos imborrables. Desde temprano el clima fue de ritual: remeras históricas, familias y bandas de amigxs, banderas con frases del cancionero y esa expectativa compartida de "hoy se canta todo". Treinta y seis años después del primer acorde, la comunión entre la banda y su gente sigue intacta: el disfrute arriba y abajo del escenario reafirma una fidelidad que atraviesa generaciones.
La salida fue sin fuegos artificiales pero con precisión quirúrgica: un audio nítido, una puesta sobria —luces que acompañan, visuales en su justa medida— y canciones que laten en el ADN del público. Cada intro encendió un coro instantáneo, cada puente se transformó en pogo y cada final recibió una ovación larga, de esas que abrigan. La banda alternó tralla y respiro, mostrando oficio y frescura en igual medida.
Hubo también presente y promesa: la presentación de una canción nueva inyectó ese cosquilleo de primera escucha colectiva. Fiel al sello Pelotas, el tema combinó músculo rítmico, melodía franca y un estribillo que pide ruta. No es repetir fórmulas: es saber quién se es y a dónde se quiere ir, con la brújula bien calibrada.

El tramo más emotivo llegó con el homenaje al Bocha. La presencia de Ismael Sokol sobre el escenario tensó el aire en un silencio respetuoso que pronto se volvió aplauso sostenido, un agradecimiento de ida y vuelta. No fue postales para la nostalgia sino memoria viva, un puente entre el origen y el ahora que la banda cruzó con los ojos brillosos y el corazón al frente.
La noche fue de mesa larga y bien servida. Marcelo Gillespi aportó colores y vientos con swing; Piti Fernández (Las Pastillas del Abuelo) se calzó la canción como si fuera propia, sumando carisma y cercanía; Sebastián Andersen (El Plan de la Mariposa) dejó dramatismo vocal; Gabriel Dahbar y Mariano Di Césare (Mi Amigo Invencible) sumaron sensibilidad indie; y la participación de Sonia Álvarez con su arpa en "Víctimas del Cielo" regaló una postal delicada que expandió la paleta sonora. Y hubo más, porque Las Pelotas no celebra sola: convoca, mezcla, abraza.
No faltaron los clásicos que han acompañado viajes, despedidas y reencuentros. Esos medios tiempos que invitan a respirar hondo y los golpes de energía que recuerdan que la banda también sabe morder. Cada estribillo fue un latido compartido. Y para el final, declaración de principios y pertenencia: dos clásicos de Sumo que hicieron estallar Obras, guitarras al frente, base apisonadora y un grito colectivo que atraviesa décadas. No hay mejor manera de soplar velitas que dialogando con el origen.
"Esto es lo que se lleva uno de la vida, ¡gracias!", dijo Germán Daffunchio. Y la frase quedó suspendida sobre el estadio como un resumen perfecto de una velada que fue celebración, memoria y futuro.