
En la música independiente hay rincones donde todavía se puede respirar sin que el algoritmo decida por uno, Chapadmalal es uno de esos lugares. Allí, entre guitarras que cambiaban de manos como si fueran cervezas, Santi Muk y Zenon Pereyra grabaron en apenas 48 horas su primer EP, Jamón & Queso. El nombre, a medio camino entre el chiste y una representación real de lo que son, sintetiza la un proyecto que no nació en los despachos de una discográfica, sino en la cocina improvisada de una relación recién estrenada.
Lo que comenzó como un intercambio de mensajes después de un show terminó convirtiéndose en una sociedad creativa y, lo más importante, en una amistad. Esa tercera entidad de la que ellos hablan -algo que aparece entre los dos cuando se sientan a componer- es la verdadera protagonista de este disco.
¿Cómo se gesta la química de dos artistas que se descubren amigos antes que colegas? Zenon cuenta que fue una playlist de Spotify la que le arrojó, al azar, la primera canción de Muk. “Me hice fanático enseguida”, recuerda, como si hablara de un flechazo adolescente. La fascinación no era unilateral, Santi también consumía su música. Un día fue a verlo tocar a Niceto Club, y allí la admiración mutua se convirtió en contacto directo, hasta que alguien se animó a proponer lo impensado: hacer un disco juntos.
Aunque era arriesgado para dos músicos que todavía estaban construyendo su identidad solista, se encerraron lejos del caos de la ciudad a escribir sin filtro, grabar maquetas a las cinco de la mañana, improvisar beats con guitarras acústicas y dejar que la intuición hiciera el resto. Pero el proceso excede la anécdota del encierro exprés, lo importante es la forma en que ambos decidieron confiar. “Lo que más arruina la inspiración es el autoboicot. Con él al lado diciendo ‘dale, está buenísimo’, todo avanzaba”, reconoce Santi. Zenon lo complementa: “Era humor, espontaneidad. Cada idea surgía y quedaba”. Esa especie de pacto de confianza mutua se convirtió en la gasolina del EP.
Ese mismo equipo ahora se prepara para una nueva prueba de fuego: esta noche presentan su disco por primera vez en Buenos Aires en Niceto Club, el escenario que alguna vez selló su encuentro y que ahora los recibe convertidos en dupla.
En la independencia, el único límite suele ser la propia mirada. ¿Qué se gana y qué se pierde cuando el único filtro son ustedes mismos?
Santi: Hoy sentimos que se gana mucho más de lo que se pierde. La libertad de decidir y la soltura para hacer lo que querés es enorme. Cuando estás solo, tal vez tenés menos posibilidades o presupuesto, pero al menos no dependés de los tiempos de otros proyectos; si alguien está ocupado con otro artista o gira, tenés que esperar. En cambio, en nuestro caso fue: “Llevemos esto y saquémoslo ya”. Si queremos hacer un evento gratis, aunque todos digan que no conviene antes de un lanzamiento, igual lo hacemos. Esa autonomía es muy enriquecedora. Y al mismo tiempo, se vuelve fundamental estar acompañado, con Zenón encontramos un compinche que comparte ideas, las lleva a cabo y te da aval porque está en el mismo equipo. Eso, dentro de la independencia, no siempre sucede y lo valoramos muchísimo.
¿Qué lugar ocupa hoy el under en comparación con la mística que lo rodeaba hace 20 años?
Zenon: La escena se está renovando todo el tiempo. En el momento quizá no se percibe del todo, pero con perspectiva ves cómo todo va encontrando sentido. Hay un movimiento constante que, con el tiempo, sube un escalón y genera coherencia. Hoy hay música hermosa en el under que, de repente, cruza al mainstream. A veces escucho un disco de Justin Bieber y noto que en su ADN hay elementos que ya estaban sonando antes en el under. Lo mismo pasa con los pibes de hoy en día, arrancan desde abajo y en poco tiempo saltan al centro de la escena. Ese cruce me divierte muchísimo.
Después del boom de “El Despertador», ¿cómo se llevan con la viralidad actual y la fugacidad de la escena musical?
Zenón: Lo veo un poco como un juego. Para nosotros, siendo independientes, existe una ventana muy valiosa: podés crear una canción en tu casa y que de repente llegue a mucha gente. Esa posibilidad da comodidad, pero también exige saber manejar las redes sin que te dominen. Usadas con criterio, se convierten en un medio poderoso para expandir la música.
Santi: Mantener la viralidad hoy es complicado. Todo ocurre muy rápido: lo que salió la semana pasada a veces queda enterrado por lo que aparece esta. Es un juego inevitable y hay que aprender a moverse con inteligencia dentro de ese flujo.
Cuando las canciones surgen de un dúo, ¿cómo se maneja la intimidad de cada uno? Sus temas son personales, pero también tienen momentos de humor; ¿de qué manera se respeta el espacio y la sensibilidad del otro durante el proceso creativo?
Zenón: Para mí, lo más importante fue que nos hicimos amigos. Todo el proceso del disco se sintió como un juego para conocernos más allá de la música. Lo que rescato es que esa amistad es genuina. Al componer, uno más uno deja de ser dos y se transforma en tres; hay una especie de tercera entidad que emerge cuando nos juntamos, y de allí nacen las canciones. Coincidimos en muchas cosas de la vida, y eso inevitablemente se refleja en la música.
Santi: Además, surgían un montón de conversaciones: “¿Qué querés decir con esta frase?”, “Me gustaría explorar más este lugar”, “Quisiera mirar a esta persona desde otro ángulo”. Esos debates fueron construyendo nuestra relación. Conocer cómo piensa el otro sobre cada frase y letra nos unió mucho y reafirma nuestra idea de la canción como espacio para mostrar un lado sensible. Coincido con Zenón: esa tercera presencia que se forma entre nosotros es la que da vida a la música.
¿Qué aprendieron el uno del otro?
Zenón: Para mí, Santi es el mejor compositor que conozco. Me enseñó que una canción tiene que contar una historia, que podés agarrar una guitarra y cantar más allá de la melodía, y que la letra debe transmitir algo real. Él hace eso de manera natural.
Santi: Aprendí de Zenon a confiar en mí mismo y a animarme, a tener soltura para abordar cualquier estilo. Es un artista ecléctico: pasa de una balada medio chacarera a trap, pop o indie sin perder la esencia. Recuerdo cuando empezamos a escribir “El Despertador», me dio libertad para jugar, para escribir sin presión, dejando que la canción encontrara su camino sola.