 
                                                      Decir que Stephen Bruner, mejor conocido como Thundercat, es simplemente un bajista, cantante o productor sería quedarse en la superficie de un fenómeno mucho más complejo y expansivo. Desde aquel debut en Buenos Aires, en 2018, cuando tomó el Teatro Vorterix para desplegar una mezcla de jazz, funk, soul y hip hop en el suelo latinoamericano, su música empezó a difundirse por la ciudad, y su figura se volvió algo más que un nombre en un cartel. Siete años después, la city porteña vuelve a abrirle los brazos en el Complejo C Art Media el próximo domingo 17, donde extenderá ese cosmos que viene proyectando desde Los Ángeles, con una carga de historias sobre el racismo estructural y la violencia cotidiana.
Ser hijo de Ronald Sr., baterista que acompañó a leyendas como The Temptations y Diana Ross, resulta ser la primera pista para entender su trayectoria. Nacido y criado en Compton, en un entorno donde la música se vivía como una experiencia espiritual, creció rodeado de notas, rituales y tradiciones. Su madre, Pam, flautista y percusionista clásica en la iglesia local, aportó otra dimensión a su formación, mientras que su hermano Ronald Jr., también en la misma línea, transitó el hardcore punk y la fusión jazzística, sumando capas artísticas al árbol genealógico del clan Bruner.
La infancia y adolescencia de Stephen no siguieron un camino directo hacia la fama. Aunque empezó a tocar el bajo a los cuatro años, fue su paso por la banda Suicidal Tendencies en su juventud, junto con casi una década como músico de sesión en discos emblemáticos como New Amerykah (2008) y Cosmogramma (2010) de Erykah Badu, lo que reveló una faceta musical que necesitaba rozar los bordes del mainstream para encontrar y definir su verdadera identidad artística. El 2015 representó un quiebre en la carrera del músico, su colaboración en To Pimp a Butterfly de Kendrick Lamar, lo posicionó en el centro de la escena, dándole visibilidad y otorgándole su primer Grammy por el tema "These Walls".
Así fue como el nombre Thundercat empezó a tomar forma. En un principio, como un alter ego, una máscara que le permitía esconderse y distanciarse de sí mismo, facilitándole transitar la industria sin perder el anonimato, pero como suele suceder con estas construcciones artísticas, lo que comenzó como un mecanismo de escape terminó transformándose en un personaje que poco a poco fue devorándolo. En medio del proceso, su entorno creativo se multiplicaba, con nombres como Kamasi Washington, Childish Gambino y Steve Lacy, entre otros.
"Dejó de ser una faceta secundaria para transformarse en la expresión más auténtica de quién soy", confiesa el músico en diálogo con Billboard Argentina. Lo que comenzó como un juego infantil, cuando se imaginaba formando parte de la pandilla ThunderCats, esos guerreros felinos que debutaron en televisión en los años 80, terminó convirtiéndose en realidad. "Mi mamá se enojaba cuando era chico por eso, pero al final se volvió mi vida; es parte de quién soy", añade.
Con ese personaje al frente, y armado con un bajo y su voz en falsete, comenzó a canalizar en su discografía todo aquello que la sociedad le exigía silenciar. En el escenario, su presencia adquirió un aura casi chamánica, con atuendos psicodélicos y ancestrales, de inspiración cercana a lo japonés, que lo alejaban de cualquier etiqueta fija. Al igual que su compañero Kendrick, configuró una narrativa en la que los excesos, la noche, las mujeres, la masculinidad, la religión, la política y el temor a morir en manos de la policía se convirtieron en los protagonistas recurrentes de sus cuatro álbumes, The Golden Age of Apocalypse (2011), Apocalypse (2013), Drunk (2017) e It Is What It Is (2020).
Estos proyectos lo situaron en el epicentro del debate social estadounidense, consolidándolo como una de las voces representativas del movimiento Black Lives Matter y generando opiniones divididas entre quienes los rechazaron y quienes los aplaudieron. Frente a los constantes intentos de la crítica por encasillarlo, mantuvo su postura: "No hago música para agradar, sino porque es la única forma de crear cultura y, sobre todo, porque es lo que amo".
Tras este tiempo de aparente silencio discográfico -aunque él prefiere definirlo como una "no pausa", porque su motor creativo nunca dejó de girar-, Thundercat regresa a la escena. Su próxima gira, que hará escala en Argentina el 17 de octubre en el Complejo C Art Media, promete ser "una celebración de la música como espacio de encuentro, reflexión y, especialmente, liberación".
En los últimos años, tu actividad se centró más en colaboraciones que en lanzamientos propios. ¿Estás preparando algún proyecto nuevo o estás transitando una pausa creativa?
Considero que el proceso creativo nunca se detiene realmente. Siempre estoy explorando nuevas ideas y proyectos, y las colaboraciones con otros artistas forman una parte esencial de ese flujo constante. Para mí, trabajar junto a otros mantiene viva la chispa creativa. En ese sentido, colaborar es tan importante como desarrollar mi material, porque ambos caminos se nutren mutuamente. La colaboración ha sido siempre un pilar fundamental en mi forma de componer y crear, especialmente cuando escribo. Así que siento que van de la mano.
¿Sentís que hoy es más difícil sacar un álbum que al principio, con las expectativas y el nivel de exigencia tan altos?
Simplemente es distinto. Muchas veces se confunde la dificultad real con las presiones del negocio que rodea la música, no con el acto creativo en sí mismo. Cuando intentás encajar tu trabajo en una línea de tiempo o ajustarlo a las expectativas externas, ahí es cuando todo se vuelve complicado. Pero ese peso externo no define el proceso creativo. Por eso, no diría que hoy es más difícil hacer un disco, sino que es un desafío de naturaleza diferente.
Tus discos siguen una línea temática similar, ¿te inquieta caer en la repetición?
No, para nada. Creo que cualquier forma que tome el proceso creativo es legítima. Repetirse es parte natural del camino; uno va al baño, come todos los días, y nadie se queja por hacerlo varias veces al día. Crear funciona de manera similar; la repetición es inherente a su esencia. Me parece mucho más extraño que haya quienes esperen algo distinto o nuevo en cada instante.
Provenís de una familia donde la música era una forma de supervivencia y fe. ¿De qué manera esa historia influye en tu presencia y en lo que transmitís cada vez que subís al escenario?
Sigue siendo muy parecido. Para mí, la música es inseparable de la vida misma, del acto creativo en su sentido más amplio, ya sea que estés creando una canción o construyendo tu propia existencia. Creo que la clave para la supervivencia en este camino está en la capacidad de abrirse plenamente a la experiencia. No hay atajos ni sustitutos para el tiempo y la dedicación que le pongas al proceso. Cuando le entregás ese tiempo, el trabajo se transforma en algo auténtico y propio. Por eso, para mí es fundamental mantenerme en constante creación.
¿Thundercat es un personaje que interpretás en el escenario o refleja directamente quién sos en la vida real?
Al principio sentía una división, como si Thundercat fuera alguien distinto, pero entendí que esas barreras son a menudo necesarias, ya sea para cuidar la salud mental o manejar las exigencias del negocio. Esa separación puede ser útil a veces, pero pronto comprendí que en esencia no existe: sos la misma persona. Las fluctuaciones, los altibajos, son parte de uno mismo y solo uno debe lidiar con ellos. Se volvió una realidad tangible, una representación fiel de mis raíces y mi identidad.
Tus canciones tienen un gran componente emocional, ¿cómo se siente volver a escucharlas y qué sensaciones te generan?
Escuchar mi propia música puede es una experiencia rara. No suelo quedarme anclado en el pasado, pero de vez en cuando regreso a esas canciones porque funcionan como una fotografía, un instante congelado de quién era en ese momento. Sin embargo, la carga emocional que contienen hace que escucharlas sea un proceso agridulce y, a veces, complicado. Por eso, lo hago con moderación.
¿Qué es lo que más te duele?
Lo que más me duele es la pérdida de algunos de mis amigos más cercanos. Sin embargo, también creo que es importante permitirse llorarlos y mantener viva su memoria a través de esas canciones. Es un acto necesario para sanar y seguir adelante.
¿La música te ayudó a sanar esas pérdidas?
En ocasiones, sí. La música a veces refleja el dolor que llevás dentro, pero también puede ser una fuente de alegría. Cada experiencia es diferente.
Mezclás jazz, anime, soul, thrash, R&B, funk, entre otros. ¿Qué te pasa cuando los críticos intentan encasillarla o reducirla a un solo género?
En realidad, no suelo darle demasiada importancia a las opiniones de los críticos. Creo que todos tienen derecho a expresar lo que piensan, y eso es parte natural del arte, aunque no siempre sus comentarios sean positivos. Mi enfoque está en poner el corazón en mi música; eso es lo que realmente me importa.
Por supuesto, el arte también implica a quienes lo escuchan, a quienes forman opiniones y juzgan, y eso forma parte del proceso creativo. No me escondo ni le temo a eso, pero no hago música en busca de aprobación; la hago porque es lo que amo.
¿Qué es lo que más te apasiona de la música?
Me maravilla que sea, al mismo tiempo, lo más inmenso y lo más íntimo que existe. Es algo que sentís como propio, pero que en realidad solo te pertenece en el instante preciso en que surge de vos. Cuanto más la entendés, más se convierte en una guía, aunque paradójicamente también menos necesitás usarla de forma consciente. Para mí, la música es una ley universal, un lenguaje compartido que rara vez logramos comprender en su totalidad. Es un universo en constante transformación, con luces y sombras, y esa complejidad es precisamente lo que la vuelve tan hermosa.
Amo todo lo que la música puede generar: es un motor de creatividad, un paisaje, un mundo entero, incluso un océano. A través del sonido se pueden pintar desde colores hasta sensaciones, y todo está conectado.
Intentamos descifrarla como si fuera un rompecabezas, una mezcla entre un enigma infernal y un cubo de Rubik, una búsqueda constante que a veces abre puertas al abismo y otras, simplemente, nos desafía a entender lo más elemental.
Después de tantos años en escena y varias giras internacionales, ¿qué te emociona de presentarte en Buenos Aires?
Desde que tengo uso de razón, tocar en vivo ha sido una de mis mayores fuentes de alegría. Es un vínculo directo con todo lo que he creado y experimentado, algo profundamente ligado a mi vida. Estar sobre el escenario me llena de felicidad.
Será un gran show: habrá diversión, cantaremos juntos, vamos compartir anécdotas divertidas y les contaré un poco más sobre dónde vengo.
 
                 
                 
                                   
                               
                                   
                               
                                   
           
          