
Kylie Minogue pisó suelo porteño después de diecisiete años. Su última visita, en 2008, fue un show en GEBA que se recuerda más por su extensión que por su impacto; pero ese era otro momento, otra etapa del pop y de ella misma. Su regreso con el Tension World Tour despliega una espiritualidad de superestrella que pocos esperaban ver aún viva, donde el deseo, el poder, la edad y la historia no se anulan entre sí.
Esta gira marca su regreso internacional en ocho años, tras una pausa forzada por la pandemia que interrumpió la promoción en vivo de DISCO. En un contexto donde ya vimos varios comebacks, como los de Taylor Swift, Katy Perry u Oasis, en los que las figuras suelen repasarse a sí mismas a través de sus grandes éxitos, se presenta en escena con una mirada tanto sobre su pasado como su presente. Es un reencuentro con su historia y con una legión de seguidores que no solo la veneran como estrella pop, sino que la reconocen como una voz esencial dentro de la cultura queer.
No trajo una escenografía hiperrealista ni pantallas diseñadas para justificar el precio de la entrada. El escenario era una tarima iluminada, visuales que acompañaban la narrativa, algunos toques coreográficos y bailarines que parecían salidos de una rave; el resto, lo hizo ella. Saltó entre décadas, arrancando con “Lights Camera Action” con guiños al “Satisfaction” de Benny Benassi. “Estamos en shock, realmente en shock”, dijo la australiana después de interpretar “In Your Eyes” y “Get Outta My Way” con un body rosa chicle.


Hay algo casi místico en ver a una artista mujer que encarna el paso del tiempo con gracia, donde a sus 56 años la edad se vuelve parte de su presencia y poder sobre el escenario, una forma de seguir diciendo “sí” cuando todo a su alrededor invita a bajar el volumen. Esa potencia se hizo presente en el momento más emocional del show: un tramo acústico, íntimo y completamente anticlimático para el espectáculo tradicional.
Kylie divisó entre el público un ejemplar de su primer disco, pidió una fibra, lo firmó y lo devolvió; caminó hasta una pasarela en el centro del estadio, se detuvo y preguntó “¿Quién va a ser mi rosa salvaje esta noche?” antes de cantar a capella un fragmento de “Where the Wild Roses Grow”, el oscuro bolero que grabó con Nick Cave en 1995.
Después, la bola de espejos bajó del techo y la fiesta siguió, como si nada, sin dejar lugar a zonas muertas. “Confide In Me” trajo un aire teatral cuando apareció envuelta en un vestido negro gigante que, al final, se transformó en un minivestido celeste y blanco con tiras metalizadas, formando la bandera argentina sobre su pecho. A partir de ahí llegaron himnos como “Slow”, remixada con The Chemical Brothers; “Padam Padam”; “Can’t Get You Out of My Head”; y “All The Lovers”. El cierre fue con “Love At First Sight”, una lluvia de papelitos y la despedida sentida: “Buenos Aires, los amamos. Muchas gracias. Mi corazón explota”.