
“Debido a los hechos y dichos difundidos recientemente en redes sociales me veo en la obligación de contarles y darles una explicación ante tanto falso dicho”. Así arrancó Anabella Cartolano, en octubre del año pasado, su intento por poner voz a una tormenta de rumores, acusaciones y silencios que desataron la crisis de Las Ligas Menores. El mensaje no alcanzó para apagar el fuego, pero sí marcó el comienzo de un colapso pública, luego de que cuatro integrantes históricas –Micaela García, Nina Carrara, Pablo Kemper y Angie Cases Bocci– anunciaran su salida de la banda, dejando sola a la vocalista al frente de un proyecto que, pese a la fractura, continuó con el mismo nombre.
Tras trece años liderando, Cartolano presenta A esta altura, el tercer álbum de estudio del grupo y el primero luego de la salida de sus compañeras. Con una nueva formación, el disco fue grabado en Lago Puelo, en plena Patagonia (fue también donde se desarrolló Sur, su primera obra solista), y propone un recorrido definido por guitarras melódicas, cambios de tempo y letras que evidencian cierto malestar. La producción, más austera que en trabajos anteriores, sintetiza una etapa musical atravesada por el desgaste, la transformación y la necesidad de empezar de nuevo.
Pero, claro, no se puede leer este disco sin considerar el contexto que lo sostiene: el abandono masivo, la tormenta de cancelaciones y ataques personales, y una industria que no siempre sabe cómo lidiar con las grietas, sobre todo cuando estas involucran a mujeres en el poder creativo. «Siempre llama la atención cuando una es la que queda fuera del lugar -reflexiona Cartolano-. Es raro que todas tengan un problema con una, ¿no? Como que el problema no será de esa persona”. Sin embargo, en vez de meterse en el papel de víctima, Ana prefiere dejar que su música sea el único argumento. “No siento que tenga que demostrarle nada a nadie, aunque sí es una manera de sentir que puedo seguir con lo que me gusta hacer”, dice.
Ante las miradas curiosas y a veces hostiles del público y la prensa, decidió contactarse con nuevas sesionistas (Faustina Sagasti, Micaela Vainikoff, Lucia Hojman y Paola Maiorana) para dar forma a una agrupación distinta, con otra química, en una sala de ensayo que se sintió al principio “rarísima”. “No pretendía un reemplazo directo, de blanco a negro. Se necesita un tiempo de ajuste para saber cómo suena, más allá de cómo te llevás personalmente con alguien”, asegura. “Tocar con personas nuevas tiene su propia lógica y lo loco es que se dio de manera natural en un momento en el que yo no creía que iba a poder lograrlo”, comparte.
La presentación del 25 de julio en Niceto Club será, entonces, la oportunidad de poner en escena esa nueva dinámica. Porque, llegado este punto, el foco ya no está en quién se fue ni por qué, sino en qué puede construirse a partir de lo que quedó.
¿Por qué seguís apostando por el proyecto?
Porque en realidad yo nunca me fui del proyecto. Entiendo que ver una formación distinta después de tantos años puede generar un impacto. Yo misma, como espectadora, también sentiría algo raro si voy a ver una banda y queda solo una integrante. Pero de ahí a suponer ciertas cosas, hay una diferencia enorme. También siento que en todo esto hay una cuestión de género que no se puede pasar por alto.
A veces, el público idealiza lo que sucede arriba del escenario, como si todo estuviera perfecto entre los integrantes. Puedo entender la desilusión que eso genera, pero es parte de la realidad, somos personas trabajando. En un comentario leí que «yo vendía amistad». Me quedé pensando: ¿en qué momento hice música para vender amistad? Nunca fue ese el objetivo. Si alguien interpretó que nos llevábamos bárbaro, es parte de una fantasía. Muchas de las bandas que admiro también tienen roces, tensiones, diferencias. Eso no las invalida.
¿Sentís la necesidad de responder o defenderte públicamente de todo eso?
Cuando siento que tengo que defenderme de algo, me pone en un rol de víctima que no me representa. No me sale, no me siento cómoda ahí. Y tampoco me acomoda que, en algunas notas, se diga que ahora soy «la villana». O leer comentarios donde me tildan de estafadora, garca, chorra… Podría hacer una pizarra con todo lo que se dijo.
Una cosa es la opinión del público, que no conoce la interna. Pero otra muy distinta es cuando sentís que eso fue armado. Ahí sí duele. Es como si alguien te gritara algo en la calle que sabés que no sos. Entonces te toca reforzar lo que sabés que sos, y también lo que sabés que no sos. Eso es lo más importante. En mi caso, pude hacerlo gracias al apoyo de mi familia y de mis amigos, que estuvieron y me acompañaron. Porque una situación así, si te agarra sola, es muy difícil.
Estamos en una era donde todo el mundo opina de todo, encima en términos absolutos: blanco o negro.
Tal cual. Es como el bueno y el malo. A quién se quiere, a quién se odia, a quién se cancela. Y esta vez fue conmigo. Llega un punto en el que una dice: “Bueno, no puedo controlar la opinión ajena”. Pero sí molesta cuando esa opinión está influenciada por otras personas.
El disco se llama A Esta Altura. Para una carrera como la tuya, ¿qué implica llegar a esta altura después de trece años?
Es increíble pensar que hace trece años hago esto. Es una muletilla que uso mucho, y depende de cómo lo digas, puede sonar a desgano, como si fuera “una mancha más al tigre” o “qué más se puede esperar a esta altura”. Pero también marca algo positivo: que a esta altura, en la situación en la que estoy, tengo un disco con canciones que quiero escuchar y acompañar. Y eso es más que bienvenido.
¿Cuánto pesa la idea de evolución cuando una banda se sostiene por más de una década?
Pesa bastante. A veces parece que la evolución es vista como algo negativo, pero yo lo tomo distinto. Cuando saqué este disco entendí que parte del público esperaba algo parecido a lo anterior, y pensé “menos mal que logré esto”. No para desmerecer lo anterior, sino porque me gusta que las bandas evolucionen, que experimenten. Soy fanática de ciertos álbumes y admiro cuando los artistas logran innovar en proyectos distintos. No me gustaría ser un artista que hace lo mismo durante trece años.

Respeto mucho a «Accidente», me encanta que se haya vuelto viral y que la gente la aprecie, pero a la vez quiero hacer otra cosa. Sobre todo porque no voy a tener veinte años para siempre. Me gusta enfrentar cambios, nuevos sonidos, evolucionar. Creo que se trata de eso.
¿Qué te exige el presente que antes no te pedía?
Paciencia. Siento que ahora el presente me pide más paciencia y a veces me cuesta, pero no queda otra que tenerla. Tengo hermanas mayores y creo que nadie me tiene más paciencia que ellas; eso me ayuda a ver que hay que ser paciente en esta situación. Hay algo en el paso del tiempo que ayuda a diluir las cosas. Después, si viene o no el karma, lo justo o injusto, ya lo veré. No me encuentro hoy en la misma situación que hace un año, y asumo que el año que viene tampoco estaré en esta. Eso es gracias al tiempo y a la paciencia que uno tiene.