
La historia cuenta que un 16 de abril de 1943, Albert Hofmann, tras un accidente, descubrió que la dietilamida del ácido lisérgico (el LSD-25) tenía la capacidad de alterar la experiencia consciente, haciendo visible lo invisible en la mente humana. Es en ese instante donde el término “psicodelia” cobró vida, acuñado en 1956 por Aldous Huxley (filósofo) y Humphry Osmond (psiquiatra) para describir justamente ese fenómeno que desdibuja la percepción entre la realidad y el sueño. Fue la llave para un mundo desconocido hasta entonces, una revolución que se tradujo en sonidos, imágenes y movimientos sociales.
No fue hasta finales de los años cincuenta que todavía un enigma para la medicina, comenzó a traspasar las paredes de los laboratorios. Sandoz, de manera ingenua, regaló la sustancia a psiquiatras que la emplearon para abrir las puertas del entendimiento del cerebro, sin prever que pronto se convertiría en un emblema de la contracultura. Timothy Leary (escritor y psicólogo), Ken Kesey (novelista) y el propio Huxley no tardaron en adoptar la psicodelia como un camino para expandir los sentidos. Lo que era terreno clínico se desbordó en la cultura, y el mundo nunca volvió a ser el mismo.
Porque, en última instancia, la psicodelia encontró en la música su lenguaje más poderoso. Desde los rasgos de “White Rabbit” de Jefferson Airplane hasta el progresivo de “Interstellar Overdrive” de Pink Floyd, el arte se convirtió en el terreno ideal para su despliegue. Fue en 1967, con la explosión de álbumes conceptuales y una imaginería que se extendió hasta la moda, cuando se posicionó como una forma de resistencia cultural. El “verano del amor” fue la protesta contra la guerra, la alienación y la rigidez social, una afirmación a través de sonidos que sugerían la infancia, la inocencia perdida y la posibilidad de un mundo reinventado.
No es un género con márgenes exactos, hay un poco de todo. En él viven instrumentaciones exóticas y letras que exploran lo esotérico y surrealista, hasta largos solos experimentales y efectos de estudio. Sin embargo, esta amplitud también genera confusión: ¿qué distingue realmente a la música psicodélica de otras corrientes? No todo lo que se adorna con símbolos barrocos o versos extravagantes merece la etiqueta. Muchas canciones y álbumes que se presentan como psicodélicos se deslizan más hacia el pop, sin alcanzar la expansión sensorial que el género exige. Por eso, en este recorrido proponemos cinco discos que representan con fidelidad este estilo. Y, para sorpresa de algunos, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles no está entre ellos.
Their Satanic Majesties Request – The Rolling Stones (1967)
Los Rolling Stones decidieron explorar su propia visión psicodélica con Their Satanic Majesties Request, un proyecto que a primera escucha desconcertó y dividió a su audiencia. Publicado en diciembre de 1967, el álbum marcó un quiebre radical respecto a la crudeza y el blues que habían definido a la banda hasta ese entonces. En lugar de riffs y letras directas, entregaron un trabajo saturado de capas densas, sitares, mellotrones y efectos de estudio. Pero esta “prueba” no fue una casualidad feliz. Surgió en medio de un año caótico para la banda. Entre problemas legales por drogas, tensiones internas y la renuncia de su productor y mánager Andrew Loog Oldham, el grupo se sumergió en una búsqueda desesperada de reinventarse.
La grabación fue caótica, con sesiones entrecortadas y la constante sombra del desorden personal, pero a pesar de todo eso, lograron hacer un verdadero disco psicodélico, aunque, con el paso de los años, la obra fue relegada al rincón de los “experimentos fallidos”.
Axis: Bold as Love – Jimi Hendrix Experience (1967)
Cuando Axis: Bold As Love llegó a fines de 1967, The Jimi Hendrix Experience ya se había posicionado como un grupo revolucionario en el rock. Apenas un año después de su debut con Are You Experienced, Hendrix y su banda demostraron que el camino hacia el futuro del género no solo era eléctrico, sino también expansivo e introspectivo. Aunque el álbum surgió bajo la presión de cumplir con un contrato discográfico que exigía dos lanzamientos en un lapso de doce meses, el resultado fue mucho más que una simple respuesta a las demandas de la industria. A diferencia de los Stones, el guitarrista se consagró con este proyecto, especialmente gracias a la reconocida “Little Wing», donde su Stratocaster se lleva todos los aplausos.
Odessey and Oracle – The Zombies (1968)
Grabado en 1967 en los estudios Abbey Road, mientras los Beatles revolucionaban la música popular con Sgt. Pepper’s, Odessey and Oracle tomó forma bajo condiciones mucho más humildes: un presupuesto ajustado y la indiferencia de CBS. Sin embargo, lejos de dejarse amedrentar, pusieron todo su talento en la obra, confiando en que la música hablaría por sí misma. Y lo hizo, aunque no de inmediato. Fue recién cuando “Time of the Season» llegó a las radios que el mundo, preparado para el cambio, abrazó su cadencia hipnótica, convirtiéndola en un himno no oficial del verano del amor. La ironía fue que, para entonces, The Zombies ya eran un recuerdo. El éxito llegó cuando la banda había dejado de existir.
666 – Aphrodite’s Child (1972)
El epítome de la psicodelia apocalíptica. 666, el tercer álbum conceptual de Aphrodite’s Child, la banda liderada por Vangelis y Demis Roussos. Basado en el Libro del Apocalipsis, este trabajo es una ópera psicodélica de terror y éxtasis, casi como un viaje profético. Lanzado en plena efervescencia post-hippie, su producción fue una proeza técnica para la época, con influencias del rock progresivo, el folk y la electrónica primitiva. La pieza que más cautiva es “The Four Horsemen”, una tormenta musical que fusiona riffs eléctricos con coros que parecen anunciar el juicio final.
Lonerism – Tame Impala (2012)
Kevin Parker, quien toca y produce cada instrumento, consigue en Lonerism un equilibrio perfecto entre melancolía y vanguardia. Acá no hay nostalgia vacía ni simple fetichismo vintage: demuestra que la psicodelia no sólo sigue vigente, sino que puede reinventarse con originalidad décadas después de su apogeo. Canciones como “Elephant” y “Feels Like We Only Go Backwards” se convirtieron en las favoritas de sus seguidores, evitando caer en la trampa de los clichés y sonidos reciclados que tantas veces lastran el género.