Todo empezó en 2013 con un disco de canciones olvidadas; después fue un boxset comprensivo; más tarde, una gira de músicos estrella interpretando su música; y finalmente, un documental que tuvo a Damon Albarn testificando a su favor. Así, William Onyeabor, un ignoto artista electro-funk nigeriano –activo entre 1977 y 1985–, se transformó en un culto moderno; más por consecuencia de un rescate arqueológico que del “revivalismo”. Pero la misión, encarnada por Luaka Bop –el sello de David Byrne–, no resultó fácil.
Fue en 2008 que Yale Evelev, presidente del sello, decidió investigar sobre el estado actual de Onyeabor, la historia detrás de sus canciones y la posibilidad de licenciarlas para un compilado. Al comentarle su propósito, se encontró frente a una situación inesperada: “¿Por qué querría hablar sobre eso? Yo solo quiero hablar de Jesús”, le respondió el antes músico, ahora devenido pastor cristiano. Y colgó el teléfono.
“No creo que hayamos ganado su confianza hasta que le pagamos un adelanto de las regalías. Cuando aceptó el primer contrato no fue porque confiara en nosotros, sino porque alguien fue a su casa y esperó cinco horas hasta que firmó eso que nosotros ya le habíamos pagado ¡tres años antes!”, recuerda Evelev. Tras un largo período de negociación hasta llegar a 2013, Who is William Onyeabor?, una síntesis de su obra en nueve tracks, intentó responder una pregunta que al día de hoy sigue inconclusa: realmente, ¿quién es este músico nigeriano?
El rumor de mayor aceptación popular lo ubica estudiando cine en la URSS a principio de los 70, y en el regreso a su Enugu natal –una ciudad a 563 kilómetros al este de Lagos, la capital de Nigeria– fundando Wilfilms Ltd. Se trató de una compañía cinematográfica con set de filmación propio, estudio de grabación, sello discográfico y hasta planta de prensado de discos. El origen de los ingresos para financiar tamaño emprendimiento sigue siendo hasta hoy un misterio. Otros relatos sugieren que quizás se formó como abogado en Oxford, pero lo cierto es que en su pueblo varias personas le temen y prefieren no hablar sobre él. Como documenta Fantastic Man: A Film About William Onyeabor, de 2014, es casi una hazaña sortear el hermetismo de su persona.
Entonces, más allá del pintoresco mito y el ostracismo, ¿cuál es el motivo detrás del renovado interés en su catálogo? La música. Onyeabor logró un sonido personal cultivado en paralelo al funk de la diáspora y el afrobeat. A lo largo de los ocho discos autoproducidos en su estudio, combinó la polirritmia regional con el funk de James Brown y algunas pinceladas de psicodelia; todo por debajo del beat de sintetizadores analógicos y bases electrónicas influenciadas por el disco europeo. El resultado son canciones que se sostuvieron a lo largo del tiempo, al punto en que una escena de Fantastic Man… muestra a una tropa de hípsters en Manhattan bailando poseídos al ritmo de la juguetona When the Going is Smooth & Good, incluida en un dj-set de Caribou.
Para fines de 2015, la curiosidad de los coleccionistas empujó a Luaka Bop a publicar la discografía de Onyeabor en réplicas exactas a los originales. Mirando en retrospectiva, Eric Welles Nyström, gerente del sello, trata de encontrarle sentido: “Yo creo que [lo que entusiasma a los consumidores de música] puede ser el hecho de que vivimos en tiempos donde todo es accesible, y si algo nos gusta, nos acostumbramos a encontrarlo todo. Pero con Onyeabor –algo editado hace ya 30 años–, por más que intentemos, todavía no logramos encontrar todo lo que queremos sobre él. Y es hasta hermoso que suceda eso. Cuando empezamos a trabajar con este proyecto, sentimos que era algo especial y que quizás resonaría en la gente. ¿Pensamos que íbamos a vender 65.000 discos? ¡Ni en un millón de años!”, cuenta.
Aunque este tipo de hallazgos en la última década se sostiene gracias a un pequeño nicho, los sellos lo toman como un ejercicio de realización personal. Welles Nyström completa: “Tratamos de no hacer las cosas según la moda o si se trata de un buen negocio. Lo hacemos porque nos interesa. Mientras la música sea buena y le dé felicidad a la gente, lo que importa es que se publique y sea escuchada”.