
1967 fue un año que osciló entre la esperanza, la utopía y la disidencia. En la pantalla grande, Luis Buñuel incomodaba la moral burguesa con Belle de Jour, mientras que Paul Newman personificaba la rebeldía en La leyenda del indomable. Musicalmente hablando, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles abrazaba los ideales del amor libre y la expansión de la mente. A la par, Surrealistic Pillow de Jefferson Airplane se convertía en el estandarte de la psicodelia californiana, mientras que Forever Changes de Love dibujaba los sueños de una generación que aún creía en la posibilidad de cambiar el mundo. Genesis, Jethro Tull, Fleetwood Mac, Steppenwolf y Status Quo comenzaban a dar sus primeros pasos. David Bowie, con el lanzamiento de su primer LP, presentaba apenas un reflejo de la estrella que estaba por convertirse. Y en el dominio del soul, Aretha Franklin no necesitaba más que una obra, I Never Loved A Man The Way I Love You, para reconfirmar su reinado absoluto en el género.
Pero mientras la música se vestía de colores psicodélicos, en un rincón de la inmensa Nueva York se gestaba un álbum que no encajaba con la estética del optimismo ni con la fantasía de la contracultura. Un disco que ponía al oyente en un choque frontal con los vicios de toda una sociedad acechada bajo la superficie de la cultura popular. Ellos no buscaban entretener a nadie. Menos, alimentar la euforia hippie del momento. Su propósito era más bien desmantelar la frivolidad de la industria, provocar, abrir heridas y exhibirlas sin pudor alguno. Una obra que fue ignorada en su tiempo, pero que con el paso de los años se posicionó como uno de los pilares fundamentales del rock experimental. Así nació The Velvet Underground & Nico.
Nada en este proyecto respondía a las reglas de la época. Pero para entenderlo, es necesario revisar a los creadores detrás de ella. The Velvet Underground surgió del encuentro entre Lou Reed, un poeta callejero con ganas de contar su verdad sin escrúpulos, y John Cale, un artista y experimentador galés con inclinación hacia la música avant-garde. Sumados a Sterling Morrison y Maureen Tucker ofrecieron algo que no era para todos. Andy Warhol vio en ellos la banda sonora de su Factory, convirtiéndolos en el centro de su espectáculo multimedia, Exploding Plastic Inevitable. Su respaldo permitió que el disco se grabara, pero también trajo consigo una decisión singular: incluir a la modelo y cantante alemana Nico.
El precursor del pop art, consciente desde el inicio de la importancia de las imágenes y el espectáculo en la cultura, adoptó el rol de productor con la intención de mezclar todos los lenguajes artísticos que conocía en una misma experiencia. Su visión era integrar la música con el cine, la moda y las artes plásticas. Y esa búsqueda se manifiesta desde la portada: una banana en un fondo blanco. Un fruto comestible que simbolizaba el acto del consumo, del despojo y del ir más allá de lo superficial para llegar a lo esencial.
El proceso creativo se vivió con una libertad pura. No había límites, solo una férrea voluntad de llevar la música a lugares desconocidos. El sonido de la banda fue un híbrido entre distorsión eléctrica, cuerdas disonantes, y voces rasposas que pasaban del susurro al grito. El grupo unía la actitud de los punks con una experimentación musical más avanzada. Había en ellos algo de guerreros. Eran una especie de luchadores en un terreno donde la música no necesitaba seguir estructuras.

Resulta casi imposible señalar un solo tema que capture la esencia del disco. Cada canción ofrece algo radicalmente diferente, pero hay un denominador común que no se puede pasar por alto: los acordes rasgueados y distorsionados, la batería que parece siempre ir un paso atrás, el acento alemán de Nico y la voz rasposa de Reed, que nunca canta, sino que relata, observa y, a veces, incluso se siente ajeno, pero al mismo tiempo parte de un mundo que muchos prefieren ignorar: el de las prostitutas, los adictos y el colapso de una ciudad que se consume a sí misma. Es repetitivo, sí, pero esa repetición no es vacía. Al contrario, crea una atmósfera obsesiva, un ciclo que te atrapa y obliga a mirar más allá de lo evidente, más allá de la superficie.
La obra comienza con “Sunday Morning”, una introducción tranquila que pronto se disuelve ante la intensidad de “I’m Waiting for the Man”. A medida que avanza, aparecen temas como “Venus in Furs”, inspirada en el libro homónimo de Leopold von Sacher-Masoch, que van desnudando una poesía cada vez más visceral. Pero es en “Heroin” donde el álbum realmente alcanza su punto culminante: siete minutos de desorden sonoro donde Reed no busca juzgar ni exaltar la adicción, sino simplemente retratarla tal como es, sin adornos, sin glorificación. ¿El resultado? Una obra que plasma con total obscenidad la oscuridad de la experiencia humana sin buscar consuelo o justificación.Cuando el disco fue lanzado, pasó desapercibido para muchos. Las 30.000 copias vendidas en su primera tirada fueron insuficientes para considerarlo un éxito comercial, un hecho que, con el tiempo, solo agregaría más misterio a su historia. Pero, como tantas veces ocurre en la música, su valor creció con el paso de las décadas. El disco que nadie compró fue el que inspiró a generaciones de artistas. Fue el punto de partida para que muchos comenzaran a cuestionar el statu quo. 58 años después, The Velvet Underground & Nico sigue hablando con la misma fuerza que el primer día, un recordatorio de que las verdaderas revoluciones, en el arte y la vida, no siempre siguen el camino de la aceptación inmediata.