Cuando en 1966-67 los Beatles concretan su evolución artística en álbumes como Revolver y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, la música pop –tomando como referencia una vez más al cuarteto de Liverpool- da también un gran salto cualitativo. Las canciones rompen la camisa de fuerza de los dos minutos de duración y las bandas se liberan del marco restrictivo de dos guitarras, bajo y batería, al incorporar nuevos instrumentos, efectos de sonido y trucos de estudio.
Las fórmulas fijas dieron paso a la experimentación: el pop psicodélico de Procol Harum, Traffic, el Pink Floyd de Syd Barrett amplió las fronteras de la imaginación y el virtuosismo de Cream y The Nice contribuyó al desarrollo del rock progresivo. Ahora el árbol del rock tendía ramas hacia la fusión con el jazz, el folk y la música clásica: nacía el rock sinfónico. En este contexto de libertad creativa surgió una banda inquieta y aventurera, que siempre buscó expandir su música hacia nuevos territorios.
El embrión de King Crimson nació a partir de dos hermanos músicos de Bournemouth, en el sur de Inglaterra. Michael Giles, baterista, y su hermano Peter, bajista, buscaban otro músico para armar un trío de jazz. Su anuncio en un diario local fue respondido por el guitarrista Robert Fripp y hacia fines de 1967 Giles, Giles and Fripp conseguían un contrato de grabación en Deram, la división progresiva del sello Decca. The Cheerful Insanity of Giles, Giles & Fripp tenía un toque de originalidad -hasta de humor- pero iba a trasmano del pop psicodélico de entonces y el álbum pasó desapercibido.
Los músicos replantearon su estrategia. Peter Giles se marchó y Fripp decidió aumentar la apuesta: una nueva banda que fusionara el rock y el jazz, la sutileza de las baladas y el barroquismo clásico, con una dosis de imprevisibilidad musical que los hiciera difíciles de clasificar. Para ello contó con el inestimable aporte de Ian McDonald, un talento versátil, ejecutante de saxo y flauta y hábil en el delicado manejo del mellotron, el instrumento estrella de aquellos días, capaz de emular analógicamente –con un sistema de cintas magnéticas gatilladas por un teclado- los sonidos de toda una orquesta. Fripp y el baterista Giles sumaron a Pete Sinfield, para escribir las letras de los nuevos temas, y a un cantante de registro profundo que también dominaba el bajo y podía tocar guitarra: Greg Lake. Así quedó integrado el primer King Crimson.
Tras algunas actuaciones en clubes y de aparecer en el prestigioso programa Top Gear de la BBC, la banda tiene su prueba de fuego en el Hyde Park de Londres el 5 de julio de 1969, tocando como teloneros en el recital gratuito que los Rolling Stones dieron en homenaje a Brian Jones, fallecido pocos días antes. Ese día 650.000 espectadores fueron deslumbrados por el inédito despliegue musical de King Crimson.
Por entonces, ya Fripp, McDonald, Lake, Giles y Sinfield estaban grabando su álbum debut en los estudios Wessex Sound de Londres y produciendo ellos mismos las sesiones, algo que era poco común en esos días. Por fin, el 10 de octubre de 1969 aparecía In the Court of the Crimson King, un excelente muestrario del abanico estilístico que manejaba King Crimson.
El primer tema, “21st Century Schizoid Man”, quita el aliento por su dinamismo y shock adrenalínico: una fanfarria de bronces, seguida por un despliegue percusivo inusual y por el sonido que se volvería marca de fábrica de Robert Fripp: su guitarra de notas extendidas y encadenadas -germen de sus futuras “Frippertronics”- ataca de lleno al oyente, metiéndolo en un mundo nuevo de estímulos. Mientras tanto, la voz poderosa y dramática de Lake interpreta con fervor la letra distópica con la que Sinfield imaginó el mundo de nuestros días: “Pie de gato / garra de acero / los neurocirujanos gritan pidiendo más / ante el portal envenenado de la paranoia / hombre esquizoide del Siglo XXI… Semilla de muerte / codicia del hombre ciego / los poetas pasan hambre / los niños sangran / no tiene nada que realmente necesite / el hombre esquizoide del Siglo XXI…” Un reflejo de la pesadilla que parece acosar al rostro angustiante de la portada del álbum, una obra del artista Barry Godber que se volvió icónica.
Luego de la cacofonía instrumental que concluye este devastador comienzo llega la calma pastoril de la balada “I Talk To The Wind”. El clima sereno y pacífico es subrayado por la flauta de Ian McDonald y por las sutiles notas de la guitarra de Fripp.
El clima del álbum cambia otra vez hacia la solemnidad apocalíptica de “Epitaph”, donde Greg Lake vuelve a lucir su caudal vocal mientras un frenesí de mellotron acentúa el dramatismo de este nuevo relato apocalíptico de Sinfield: “El muro en el que escribieron los profetas / está rajándose en los cimientos /en medio de los instrumentos de muerte / el sol brilla con intensidad… El conocimiento es un amigo mortal / cuando nadie establece las reglas / El destino de la humanidad, tal cual lo veo / está en manos de unos locos…”
Uno puede tomarse un respiro para digerir el aluvión lírico-musical, dar vuelta el disco y recuperar el pulso normal en el comienzo del lado dos con la exquisita balada “Moonchild”. Hecha de pequeños detalles, tiene delicadas partes de guitarra y una voz aletargada describiendo los vaivenes de una niña de la luna que se desplaza como si sus pies no dejasen huellas en el bucólico paisaje.
In the Court of the Crimson King concluye con el tema que le da título, una viñeta de climas musicales cambiantes acerca de personajes y situaciones de un reino mítico que está lejos de ser idílico: “…El guardián de las llaves de la ciudad le puso persianas a los sueños / yo aguardo ante la puerta de los peregrinos / con proyectos insuficientes / la Reina Negra canta la marcha funeraria /las rajadas campanas de bronce repicarán / para convocar a la Bruja de Fuego / a la corte del Rey Carmesí…”
La banda maneja sus cartas con sapiencia: el tono melancólico y evocativo de la voz de Lake, la guitarra de Fripp atenta a los detalles, el coro que hace sentir su presencia en el estribillo y el ensamble de cuerdas diseñado por el mellotron establecen el marco grandioso y a la vez ecléctico que el tema demanda. Un final a toda orquesta para un álbum que, medio siglo después, mantiene su estatus de clásico.
El viaje de King Crimson recién comenzaba: por delante estaban numerosos hitos musicales que alimentarían la leyenda de una de las bandas más originales en la historia del rock. Y ese Rey Carmesí que Robert Fripp concibió hace medio siglo, además, tiene un ilustre presente: en pleno siglo XXI, King Crimson sigue siendo una fuerza creativa imponente.